The Women of Algiers, de Eugene Delacroix |
Por Michel Löwy
¿Qué es el romanticismo? Hay quienes lo reducen a una escuela literaria del siglo XIX o a una reacción tradicionalista contra la Revolución francesa — dos definiciones que se encuentran en una incalculable cantidad de obras de eminentes especialistas en historia de la literatura o de las ideas políticas. Pero se trata más bien una forma de sensibilidad que irriga todos los campos de la cultura, una visión del mundo que se extiende desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días, un cometa cuyo “núcleo” incandescente es la rebelión contra la civilización industrial/capitalista moderna en nombre de ciertos valores sociales o culturales del pasado. Nostálgico de un paraíso perdido — real o imaginario— el romanticismo se opone, con la melancólica energía de la desesperación, al espíritu cuantificador del universo burgués, a la cosificación mercantil, al vil utilitarismo y, sobre todo, al desencantamiento del mundo.
El surrealismo es el ejemplo más notorio y fascinante de una corriente romántica en el siglo XX. De todos los movimientos culturales del siglo, es el que llevó a su más alta expresión la aspiración romántica a reencantar el mundo. Es también el que encarnó de manera más radical la dimensión revolucionaria del romanticismo. La rebelión del espíritu y la revolución social, cambiar la vida (Rimbaud) y transformar el mundo (Marx): ésas son las dos estrellas polares que orientaron al movimiento desde su origen, impulsándolo en la búsqueda permanente de prácticas culturales y políticas subversivas. El núcleo del grupo surrealista, reunido en tomo a André Breton y Benjamin Péret, no abandonó jamás, aún al precio de múltiples escisiones y defecciones, su intransigente rechazo del orden social, moral y político establecido. Tampoco su celosa autonomía, pese a la adhesión o simpatía hacia las diferentes corrientes de la izquierda revolucionaria: primero el comunismo —entrada de Breton al PCF en 1927—, luego el trotskismo —visita de Breton a Trotsky en México y redacción común del manifiesto “Por un arte revoluciono independiente”-, finalmente el anarquismo: colaboración de los surrealistas, de 1951 a 1953, en el periódico Le Libertaire, órgano de la Federación Anarquista (Georges Fontenis). La oposición del movimiento surrealista a la civilización capitalista moderna no es ni razonable ni mesurada: es radical, categórica irreductible. En uno de sus primeros documentos “La revolución primero y siempre” (1925), los fundadores del surrealismo proclaman: “Allí donde reina la civilización occidental, han cesado todos los vínculos humanos salvo los que tienen por razón de ser el interés, el duro ‘pago al contado’. Desde hace más de un siglo, la dignidad humana ha sido rebajada al rango de valor de cambio… Nosotros no aceptamos las leyes de la Economía y el Valor de Cambio, no aceptamos la esclavitud del Trabajo…”1
Recordando, muchos años más tarde, los primeros tiempos del movimiento observa Breton: “En ese momento el rechazo surrealista es total, en ningún modo apto para dejarse canalizar en el plano político. Todas las instituciones sobre las que reposa el mundo moderno y que acaban de desembocar en la Primera Guerra mundial son consideradas por nosotros como aberrantes y escandalosas”2. Este rechazo visceral de la modernidad social e institucional no impide a los surrealistas referirse a la modernidad cultural —la misma que reivindicaban Baudelaire y Rimbaud. Este ataque surrealista contra la civilización occidental tiene como su principal objetivo al racionalismo abstracto y estrecho la mediocridad realista, el positivismo bajo todas sus formas3. Desde el Primer manifiesto del surrealismo (1924), Breton denuncia la actitud que Consiste en suprimir “con la excusa de la civilización, so pretexto del progreso”, todo lo que parece pertenecer al orden de la quimera. Frente a este horizonte cultural estéril, afirma su creencia en la omnipotencia del sueño.4 La búsqueda de una alternativa a esta civilización está presente a lo largo de toda la historia del surrealismo —incluso en los años 70, cuando un grupo de surrealistas franceses y checos publica, bajo la responsabilidad de Vincent Bounoure, La Civilisation surréaliste (Paris, Payot, 1976).5
Breton y sus amigos no ocultaron jamás su profunda adhesión a la tradición romántica del siglo XIX, tanto alemana (Novalis, Arnim) como inglesa (la novela negra) o francesa (Hugo, Pétrus Borel) ¿Qué es el romanticismo para los surrealistas? Nada les parece más detestable que el enfoque mezquino y académico que lo reduce a un “género literario”. He aquí lo que dice Breton en su conferencia de Haití sobre “El concepto de libertad en los románticos” (1945): “La imagen escolar que intentan hacernos formar del romanticismo es una imagen trucada. El uso de las categorías nacionales y de los absurdos cajones utilizados para separar los géneros literarios impide la formación de una idea de conjunto del movimiento romántico”6. De hecho, el romanticismo es una visión del mundo —en el sentido de Weltanschauung- que atraviesa todas las naciones y siglos: “¿Es necesario hacer notar que el romanticismo, en tanto estado de espíritu y humor específicos cuya función es la de instaurar de pies a cabeza una nueva concepción general del mundo, trasciende esas maneras —muy limitadas— de sentir y de decir que se han propuesto después de él (…)? Por encima de la multitud de obras que de él proceden o derivan, especialmente a través del simbolismo y el expresionismo, el romanticismo se impone como un continuum.”7
El propio surrealismo se sitúa en esa continuidad temporal extensa del romanticismo en tanto “estado de espíritu”. Al criticar, en el Segundo manifiesto, las pomposas celebraciones oficiales del centenario del romanticismo francés en 1930, comenta Breton: “Nosotros decimos que ese romanticismo cuya cola, históricamente, pretendemos ser hoy, pero entonces qué cola tan extremadamente prensil, se identifica en 1930, por su misma esencia, con la negación de esos poderes y esos festejos; que para él cien de años de existencia son la juventud; que lo que equivocadamente se llama su época heroica ya no puede con honestidad ser considerado más que como el primer vagido de un ser que recién comienza a dar a conocer su deseo a través nuestro.”8 Imposible imaginar, en el siglo XX, una proclamación más categórica de la actualidad del romanticismo. Nada sería más falso que concluir, a partir de esta explícita declaración de fidelidad, que el romanticismo de los surrealistas es el mismo que el de los poetas o pensadores del siglo XIX. Se trata, por el contrario, a través de sus métodos, sus elecciones artísticas o políticas y sus conductas sensibles, de algo radicalmente nuevo, que pertenece, en todas sus dimensiones, a la cultura del siglo XX y que no podría en ningún modo ser considerado como una simple reedición y, menos aún, una copia del primer romanticismo. Por supuesto, la lectura que los surrealistas hacen de la herencia romántica del pasado es altamente selectiva. Lo que los atrae en las “fachadas gigantescas de Hugo”, es ciertos textos de Musset, de Aloysius Bertrand, de Xavier Forneret, de Nerval, es, como escribe Breton en “Lo maravilloso contra el misterio”, “la voluntad de emancipación total del hombre”. Es también, en “un gran número de escritores románticos o posrománticos” —como Borel, Flaubert, Baudelaire, Daumier o Courbet—, el “odio completamente espontáneo hacia el burgués típico”, la “voluntad de no composición absoluta con la clase dominante”, cuya opresión es “una suerte de lepra contra la cual, si queremos evitar que las adquisiciones humanas más preciosas se vean distorsionadas en su sentido, no solo tendremos que empuñar el látigo, sino también, algún día, el hierro candente”.9
Lo mismo vale para los románticos alemanes. Breton no ignora en modo alguno la “doctrina pasablemente confusa pero ultra reaccionaria” expresada por Novalis en su ensayo Europa o la cristiandad (1799), ni las posiciones hostiles a la revolución Francesa de Achim d’Arnim. Pero esto no impide que sus obras, verdaderas piedras del rayo, socaven los cimientos del orden cultural burgués, por su cuestionamiento de la separación entre lo real y lo imaginario).10 Su pensamiento cobra así una dimensión profundamente utópico/subversiva, como por ejemplo, cuando Novalis, en sus fragmentos filosóficos “adopta el postulado mágico por excelencia —y si lo hace de una forma que excluye toda restricción: ‘Depende de nosotros que el mundo sea conforme a nuestra voluntad.’11
También es selectiva la pasión de los surrealistas por las tradiciones y formas culturales premodernas: sin dudarlo, los surrealistas van a beber en la alquimia, la Cábala, la magia, la astrología, las artes llamadas primitivas de Oceanía o América el arte céltico.12 Todas sus actividades en este campo tienden a desbordar los limites del “arte” —como actividad separada, institucionalizada, ornamental para internarse en la aventura ilimitada del reencantamiento del mundo. Sin embargo, en tanto revolucionarios inspirados por el espíritu de las Luces, por Hegel y sobre todo, por Marx, son enemigos resueltos e intransigentes de los valores que están en el corazón de la cultura romántica reaccionaria: la religión y el nacionalismo. Como proclama el Segundo manifiesto: “Todo está por hacerse, todos los medios serán buenos para dedicarse a arruinar las ideas de familia, patria, religión.” A la entrada del paraíso perdido surrealista se encuentra grabada en letras de fuego la conocida inscripción libertaria: ¡Ni Dios ni Amo! Tomemos dos ejemplos de esta reinterpretación surrealista de elementos “arcaicos” precapitalistas: la magia y el arte salvaje.13
En El arte mágico, André Breton define a la magia como “el conjunto de las operaciones humanas que tienen por objetivo el dominio imperioso de las fuerzas de la naturaleza mediante el recurso a prácticas secretas de carácter más o menos irracional”. Implica “la protesta, incluso la rebelión”; también el orgullo, por el hecho de admitir que el hombre “dispone” de las fuerzas naturales. La religión, por el contrario, es el territorio de la resignación, la súplica y las penitencias: “su humildad es total, puesto que incita incluso a agradecer las desgracias a la potencia que no ha escuchado esos ruegos.”14 Lo sagrado bajo su forma religiosa, hierocrática, clerical e institucional, en tanto que sistema de interdicciones autoritarias, no puede suscitar en los surrealistas sino un deseo irreprimible de transgresión de profanación, de desacralización por la ironía, el desprecio o el humor negro. El sacrilegio o la blasfemia son las más bellas formas de cortesía hacia los monstruos sagrados. Breton toma el concepto de arte mágico de Novalis. Fue este “muy grande espíritu quien eligió esas palabras para describir la forma de arte que aspiraba a promover: enraizada en el pasado y a la vez atravesada por una “fuerte tensión hacia el porvenir”. “En la acepción en que él [Novalis] las tomó, podemos esperar no solo descubrir, decantado, el producto de una experiencia milenaria, si no también su superación en virtud de la excepcional conjunción en un ser de las más fulgurantes luces de la inteligencia y el corazón.”15 Para Breton, todo arte tiene su origen en la magia. Propone designar como arte específicamente mágico a aquel que “reengendra de algún modo la magia que lo ha engendrado”. ¿Qué tienen en común el antiguo mago y el surrealista moderno? En su investigación sobre el arte mágico, Breton da entender que “especulan ambos sobre las posibilidades y los medios de encantar el universo.”16
La magia fue primero condenada, perseguida — ¡la caza de brujas!— y excluida por la religión institucional, que impuso en su lugar lo sagrado, lo santificado, lo venerable como un dominio separado e inviolable. Más tarde fue borrada por la civilización capitalista/industrial que rechaza o destruye sistemáticamente todo lo que no es calculable, cuantificable, susceptible de ser transformado en mercancía. La empresa de total desencantamiento del mundo que, según Max Weber, caracteriza a la modernidad burguesa, desterró de la vida humana, no sólo la magia, sino todo lo que podía escapar al marco estrecho y limitado de la racionalidad instrumental. Si la magia atrae de manera irresistible la atención de los surrealistas no es porque deseen controlar, por medio de actos rituales, las fuerzas de la naturaleza. Lo que les interesa en las prácticas mágicas llamadas “primitivas” —así como en la alquimia y en las otras artes herméticas— es la carga poética inmensa de que son portadores estos territorios. Esta carga —en el sentido explosivo del término— les sirve para dinamitar el orden cultural establecido y su sensato conformismo positivista. De las diferentes formas de magia emanan chispas que pueden encender la pólvora y ayudar así al surrealismo en su tarea eminentemente subversiva de reencantamiento poético del inundo. Lo mismo vale, mutatis mutandi, para el arte salvaje. La atracción por las culturas “primitivas” es una tendencia recurrente del romanticismo, donde puede inspirar -por ejemplo en Jean-Jacques Rousseau- la crítica revolucionaria de la civilización moderna. Marx y Engels no ocultaban su admiración por el modo de vida igualitario y democrático de los pueblos que aún vivían en el estadio del “comunismo primitivo”, como las tribus indígenas de América del Norte. En el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Engels se inspira ampliamente en los trabajos del antropólogo americano Lewis Morgan, quien celebra en sus escritos el universo libre y solidario de la gens primitiva representado por la Confederación de los Iroqueses. He aquí un pasaje de Morgan citado por Engels, y citado a su vez —en referencia a los dos autores precedentes— por Breton en su conferencia sobre el romanticismo en Haití (1945): “Desde e1 advenimiento de la civilización, el incremento de la riqueza devino tan enorme, sus formas tan diversas, su aplicación tan extensa y su administración tan hábil, que esta riqueza se convirtió ante los ojos del pueblo en una potencia imposible de dominar (…) La democracia en la administra fraternidad en la sociedad, la igualdad de los derechos, la instrucción universal inaugurarán la próxima etapa superior de la sociedad (…). Revivirán entonces – pero bajo una forma superior— la libertad, la igualdad y la fraternidad de las antiguas gentes.”17
Sin embargo, el interés de los surrealistas no se refiere sólo al modo de vida de las civilizaciones primitivas sino también, y sobre todo, a la calidad espiritual de obras de arte. El arte oceánico representa, según Breton —en su célebre artículo “Oceanía” de 1948— “el mayor esfuerzo inmemorial para dar cuenta de la interpenetración lo físico y lo mental, para superar el dualismo de la percepción y la representación”. Llega incluso a sugerir que la aventura surrealista, en su origen —es decir, en el curso de los años 20— “es inseparable de la seducción, de la fascinación” ejercidas por las obras de los indígenas americanos, del Polo Norte o de la Nueva Irlanda. ¿A qué se debe esta atracción? He aquí la explicación propuesta por Breton en ese mismo texto: “Lo maravilloso, con todo cuanto supone de sorpresa, de fasto, de visión fulgurante de otra cosa diferente a cuanto podamos conocer, no ha alcanzado nunca, en el arte plástico, triunfos semejantes a los que demuestran ciertos objetos oceánicos de muy alta clase”.18 Es también la extraordinaria carga de subjetividad de las artes salvajes lo que seduce a los surrealistas. He aquí lo que escribe Vincent Bounure —surrealista y experto en las artes llamadas primitivas— a propósito del sorprendente brillo, el “penetrante resplandor” de los ojos de las figuras oceánicas: “La potencia de la subjetividad (el mana del viejo vocabulario etnológico) expresada por la mirada: no hay otra realidad a la cual Oceanía en su totalidad haya sido más sensible. Incitación totalmente ausente en Grecia: Hegel no dejaba de reprocharle a ésta sus ojos de mármol, la vacuidad de la mirada de sus dioses. Es bastante curioso que la expresión de la mirada haya sugerido a los oceánicos el empleo de medios extraños al arte de la escultura, en sí misma impotente, siempre según Hegel, para expresar la luz interior Oceanía recurre a innumerables materiales para agudizar la potencia de esa luz. Incrustados en la órbita, los cauris, las semillas y bayas, las perlas y el nácar se turnan para animar la subjetividad oceánica.”19
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Recordemos los hechos, poco conocidos, de este episodio: la conferencia de Breton (diciembre de 1945) en Port-au-Prince sobre el surrealismo —que contiene esta ardiente formula: “consideramos la liberación del hombre como la condición sine qua non para la liberación del espíritu”— suscitó un interés apasionado entre los jóvenes y estudiantes haitianos. En enero de 1946, algunos de ellos publican un número especial de la revista La Ruche —fundada por los poetas René Depestre Jacques Stéphane Alexis y Gerard Bloncourt— dedicado al surrealismo. Incluye texto de la conferencia de Breton. La publicación es censurada por la dictadura del presidente Elie Lescot —un títere de los Estados Unidos— quien hace detener a sus redactores. Esto provoca una huelga de estudiantes que se transforma, en el clima insurreccional de Haití en ese momento, en una huelga general que derroca al presidente. Muchos observadores, entre ellos René Depestre, destacaron, al comentar los acontecimientos, el papel de la conferencia de Breton, que actuó como una suerte de chispa sobre un barril de pólvora.20 La ambición de los surrealistas — como la de algunos románticos— es por cierto más elevada y vasta que la mera transformación de las estructuras políticas sociales. Y sin embargo no deja de incluir el gesto insurreccional, ese acto de rotura de las cadenas, como un momento esencial de la esperanza de emancipación.
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1. La Révolution surréaliste n° 5, 1925. El texto está firmado por muchos artistas e intelectuales del grupo, entre ellos: Breton, Aragon Eluard, Leiris, Crevel, Desnos, Péret, Soupault, Queneau, etc.
2. A. Breton “La Claire Tour” (195l), en La Clé des champas, París, 10/18 y JJ. Pauvent, 1967, 42.
3. Como muy bien observa Marie Dominique Massoni, redactora de la revista surrealista SURR (Surréalisme, utopie, reve et révolte) publicada en Paris en los años 90. Los surrealistas comparten con los románticos su “repudio al ver al mundo existiendo solo sobre bases matemáticas, lógicas, útil es, verificables cuantificables, en suma. Burguesas”, así como su rechazo visceral del “cartesianismo filosofía por excelencia del burgués cientificista” M.D. Massoni “Surréalisme and Romanticism” en Max Blechmann Revolutionary Romanticism San Francisco, City Lights. 1999, p. 194.
4. A. Breton Manifestes du surréalisme Paris, Gallimard 1967, PP. 19,37.
5. Un persistente rumor, que cobra con el tiempo el peso aplastante y la consistencia granítica del dogma, quiere que el surrealismo haya desaparecido, en tanto movimiento y acción colectiva, en 1969. Es cierto que algunos miembros del grupo surrealista de París (nucleados en tomo a Jean Schuster) creyeron oportuno anunciar en ese año la disolución del grupo, pero también lo es que otros (nucleados en tomo a Vincent Bounoure) decidieron continuar con la aventura surrealista. Hoy, en el año 2002, existe una actividad surrealista colectiva no solo en Paris, sino también en Praga, Madrid, Estocolmo, Leeds y Chicago. 6. A. Breton. “Evolution du concept de liberté a travers le romantisme”, 1945, Conjonction. Surréalisme et Révolte en Haití, n° l94, junio de 1942, p. 82.
7. A. Breton, “Perspective Cavalière” 1963. Perspective Cavalière, Paris, Gallimard, 1970, p.227.
8. A. Breton. Manifestes du Surréalisme p. 110.
9. A. Breton, “Le merveilleux contre le mystère” (1936) en La Clé des champs. op. cit., p. 10, y “Position politique de I’ art” (1935) en Position politique du surréalisme. Paris, Denoel-Gonthier, 1972, pp. 25-26. Se puede encontrar un análisis interesante de la relación de los surrealistas con el romanticismo alemán en e. reciente libro de K.H. Bohrer. Die Kritik der Romantik. Francfort, tieckamp Verlag. 1989. pp. 48-61. Sobre la relación entre surrealismo, romanticismo y revuelta estudiantil de los años 60, véase el ensayo de R. Faber. “Friihrornuntik, surrealismus und Studentrevolte, Oder die Frage nach dent anarchismus”, en Romantische Utopie, Utopische Romantik (ed. R. Faber), Hildesheim. Gerstenberg, 1979, pp. 336-358.
10. A. Breton. “Introduction” (1933) en Achim d’Arnim, Contes bizarres. Paris, Julliard, 1964. Pp. 18-20.
11. A. Breton. “Sur I’art magique”, 1957, Perspective cavalière, pág. 142.
12. Como observa Marie Dominique Massoni, “la fuerza del deseo y de lo maravilloso lleva [a los surrealistas] a ponerse en camino hacia el hermetismo, tal como lo habían hecho anteriormente los románticos. Desde Entrada de los mediums, hasta las telas de Camacho o de Stejskal, los surrealistas van pisándole los talones al alquimista Eugene Canseliet y a la tradición esotérica, desembarazándola del fárrago ocultista, a menudo muy honrado entre los románticos. Breton hizo inscribir en su tumba: “Busco el oro del tiempo”. La referencia tanto a los románticos como a la alquimia es evidente allí.” Revolutionary Romanticism p. 197.
13. Investigué, en este mismo sentido, el lugar del mito en el surrealismo en mi libro (en colaboración con Robert Sayre) Révolte et Mélancolie. Le romantisme a contre-courant de la modernité, Paris. Payot, 1994.
14. A. Breton, L’art magique. Ed. Phébus, 1991. p.27.
15. A. Breton. “Sur l’art magique”, 1957, Perspective cavalière. p. 140.
16. Idem. Pág. 27, 261.
17. A. Breton, “Evolution du concept de liberté à travers le romantisme”, Conjonctions, p.90. Un interesante análisis de los Cuadernos etnológicos de Marx y de su interés por Lewis Morgan se encuentra en el ensayo del surrealista norteamericano Franklin Rosemont, “Karl Marx and the Arsenal, Chicago, Black Swan Press, 1989.
18. A. Breton, “Océanie”, 1948. La Clé des champs, pp. 278-280.
19. Vincent Bounoure, Le surréalisme et les arts sauvages, Paris, L’Harmattan, 2001, p. 204. Así es como Bounoure —dl principal instigador de la continuación de la aventura surrealista después d 1969— explica la fascinación de los surrealistas por el arte oceánico: “El sistemático recurso a las funciones del espíritu progresivamente asfixiadas en el curso varias veces milenario de nuestra pretendida civilización, del que los surrealistas hacen su programa, su rechazo a semejante desmembramiento y mutilación, los ponía impacientemente a la escucha de los secretos que les parecía habían sido preservados por los oceánicos, y que sus creaciones formales dejaban translucir.” (Idem, p.285)
20. René Depestre, “André Breton in Port-au-Prince” en Michael Richardson (ed.), Refusal of the Shadow. Surrealism ante the caribbean. Londres, Verso, 1996. p. 232. La alegría no duró mucho: tras algunos días de libertad, el régimen de Lescot fue reemplazado por una Junta Militar, que se apresuró a expulsar a André Breton de Haití…
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Fonte: http://gazetaprogreso.com.ar/
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