Buenos Aires |
Por Juan Gelman
(Poeta argentino)
La vida
que se va deja un soplo en medio de la mano que es inútil besar. Trátelo bien,
señora, no equivoque los platos que calentó y sirvió, sueños, abrigos,
oscuridades, claridad, la fe que se repite, dolores en la mitad del día,
bellezas que se deben quedar.
La
eternidad es una idea violenta/acumular futuro. La conciencia se libra de sí
misma cuando vira su luz en las respiraciones del rocío. Fulgor de las
almohadas en las que el tiempo se desnuda y el orden del amor se pierde. La
noche madura / las verdades del cuerpo conocen el cortejo / las horas que se
van.
Llegan los
ruidos de la muerte cotidiana / México / Irak / Pakistán / Afganistán / Yemen /
Somalia. Me miro sin explicaciones / soy el asesino y el asesinado. Adiós,
candor, los restos de la infancia están pálidos / no hay qué darles de comer.
La belleza de un pájaro dormido me trae agonías y ruego al pájaro que duerma.
Sin árboles de hermosura corpórea, sin largos días de mayo.
La cárcel de la feria no tiene puertas de
diamante ni candados de oro. La pena, el hambre, la guerra, la infamia, la
tristeza, hasta la misma muerte / se pasean a dedos del jilguero que cae
malherido. Te olvidaste del odio, la resignación, la furia, Baltasar. Las
disciplinas de la humillación enfrían la vía pública y no soplan vientos de
salud, los contratos posibles del encuentro entre los miedos del espíritu y los
colores de una garza. La dignidad canta músicas flacas / párpados de
arena / le clavan la fuente de la sangre. La indignación olvida sus
fulgores. Vida, qué te hacen, vida, sola ahí, sin techo ni parábolas, en la
evaporación de cualquier sueño.
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