Ivonaldo Leite
La cuestión de la “necesidad más profunda del ser humano” es polémica,
pero como dijo Erich Fromm[1],
tal vez sea posible considerar la necesidad de superar la separatidad como uno de los
sus principales desafíos. El total fracaso en el logro de tal finalidad
puede significar la locura, pues el pánico del aislamiento absoluto sólo puede
vencerse mediante un retraimiento tan radical del mundo exterior que el
sentimiento de separación se disipa, ya que el mundo exterior, de lo cual se
está separado, ha desaparecido.
En
su existencia, el ser humano enfrenta la solución de un problema que es siempre
el mismo, es decir, el problema de cómo transcender la propia vida individual y
encontrar compensación. Habla la historia: es la misma cosa para el hombre
primitivo que habita en cavernas, el nómada que cuida de sus rebaños, el pastor
egipcio, el mercador fenicio, el soldado romano, el monje medieval, el samurái
japonés, el empleado y el obrero modernos ¿Por qué?
Muy
bien, el problema es el mismo pues nace en el mismo terreno, es decir, la
situación del ser humano y sus condiciones de existencia. Hay más de un camino
para llegar a la respuesta. Conforme enfatiza Fromm, la solución se puede
alcanzar por medio de la adoración de animales, del sacrificio humano o las
conquistas militares, por la complacencia en la lujuria, el renunciamiento
ascético, el trabajo obsesivo, la creación artística, el ‘amor a Dios’, entre
otros. Y si bien las respuestas son muchas no son, todavía, innumerables.
Por
el contrario, en cuanto se dejan de lado las diferencias menores, que
corresponden más a aspectos secundarios, se descubre que el ser humano sólo ha
dado una cantidad limitada de respuestas, e que no pudo haber dado más en las
diversas culturas en que vivió.
En
verdad, las respuestas dependen, generalmente, del grado de individualización
logrado por el individuo. En el infante, la yoidad se ha desarrollado apenas;
él aún se siente uno con su madre, no experimenta el sentimiento de separatidad
mientras su madre está presente. Su sensación de soledad es creada por la
presencia física de la madre. Sólo en el grado en que el niño desarrolla su
sensación de separatidad e individualidad, la presencia física de la madre deja
de ser suficiente y surge la necesidad de superar de otras formas la
separatidad.
De
la misma manera, la especie humana, en su infancia, se siente una con la
naturaleza. En suelo, los animales, las plantas, constituyen aún el mundo del
ser humano, quien se identifica con los animales, como lo expresa, por ejemplo,
el uso que hace de máscaras animales, la adoración de un animal totémico o de
dioses animales. Pero cuanto más se liberta la especie humana de tales vínculos
primarios, más intensa se torna la necesidad de encontrar otras maneras de
escapar del estado de separación.
Un
modo de alcanzar ese objetivo consiste en diversas clases de estados
orgiásticos. Éstos pueden tener el aspecto de un trance autoinducido. Varios
rituales de tribus primitivas ofrecen un vívido cuadro de este tipo de
solución. Según parece, el ser humano puede seguir durante cierto tiempo,
después de la experiencia, sin sufrir demasiado con el factor que causa su
separatividad. Pero, lentamente, la tensión de la angustia comienza a aumentar
nuevamente.
Volvemos
al comienzo. La necesidad más profunda del ser humano parece tener caminos para
marchar, pero no lugar para llegar.
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[1] FROMM,
Eric. El arte de amar. Buenos Aires: Paidós, 2010.
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