terça-feira, 24 de julho de 2018

Mente guardada



Por Facundo Manes
 (Neurocientífico)

Cuando la peste del insomnio asoló Macondo, el mítico paraje de Cien años de soledad, todos fueron perdiendo poco a poco la memoria. Pero ¿cuáles fueron aquellos recuerdos que fueron olvidando? Esto alude a uno de los aspectos más fascinantes de los estudios sobre el cerebro humano: la memoria.
Según ha probado la neurociencia, la memoria no es algo unitario, sino que existen sistemas de memorias específicos, distintos y relativamente independientes entre sí. Estos sistemas pueden identificarse no solamente con base en sus diferencias funcionales, sino también desde sus circuitos y conexiones cerebrales. Uno de estos sistemas es el que se denomina “memoria semántica” y hace referencia al conocimiento sobre el significado de las cosas (por ejemplo, que la capital de Francia es París). Ésta se diferencia drásticamente de otros tipos de memoria, como la episódica, que recuerda los hechos vividos.
El ser humano se encuentra inmerso en un universo de palabras, conceptos, ideas y símbolos. Por ello, nuestro cerebro debe poder organizar la información, para que podamos acceder a ella de manera ordenada, efectiva y casi automática a partir de los diversos estímulos. Para ello, el cerebro almacena el conocimiento conceptual en los circuitos de la “memoria semántica”, a la cual recurre permanentemente para recuperar el significado de las palabras, los objetos y el conocimiento del mundo en general. La memoria semántica contiene información según sus propiedades perceptuales, funcionales, abstractas y asociativas, entre otras. Por ejemplo, un perro es un mamífero, tiene cuatro patas, ladra, es peludo y doméstico. De esta forma, somos capaces de distinguir un perro de un gato.
Esta memoria también nos permite comprender que un labrador y un pequinés pertenecen ambos a la categoría “perros”, aunque sean tan distintos.
En una condición neurológica denominada demencia semántica, este tipo de memoria se afecta de manera específica, aun cuando otras memorias u otras habilidades cognitivas se mantengan preservadas.
Allí es cuando se vuelve tan evidente el rol crucial que cumple este sistema de categorías en nuestro cerebro: la información almacenada se va perdiendo gradualmente. En los estadios iniciales de esta condición, el paciente podrá distinguir una silla de una manzana, pero tendrá grandes dificultades para entender que una manzana es distinta a un durazno, pues ambos están dentro de la categoría “frutas” y las subcategorías que permitirían distinguirlas se han vuelto inaccesibles. En otros casos más avanzados, los pacientes pueden hacer cálculos matemáticos, pero no saben qué es un número. Esta condición afecta conocimientos tanto verbales como no-verbales. Una muestra de esto es que si a un paciente con afectación semántica se le muestran tres dibujos (arena, computadora y palmera) y se le pide que señale los dos dibujos que están relacionados (arena y palmera), éste no lo podrá hacer, aunque esta tarea no requiera lenguaje.
Este complejo sistema había comprendido Aureliano Buendía, uno de los personajes principales de la célebre novela de García Márquez, cuando intentó paliar de alguna manera la peste que llevaba al inexorable olvido semántico. Lo que hizo, entonces, fue marcar con un hisopo entintado cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, etc.; y, luego fue más explícito, y sobre el cuero de la vaca colgó el letrero que decía: “Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”. Así pretendió apuntalar la memoria semántica, uno de los sistemas de la memoria humana, y capturar al menos por un tiempo estos significados que se le habían vuelto escurridizos.

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