quinta-feira, 31 de maio de 2018

Consecuencias no intencionales de la acción intencional


Por Sofía Gaspar 

La importancia de las consecuencias no intencionales de la acción, como uno de los elementos centrales y constitutivos de la teoría sociológica, es un tema largamente debatido a lo largo de la historia de esta ciencia. Aunque esta cuestión haya sido tratada bajo terminología sociológica distinta, Merton glosa algunas de sus denominaciones presentes en la literatura — providencia, fuerzas sociales, paradojas sociales, heterogeneidad de fines, causalidad inmanente, principio de emergencia —, así como se refiere a la diversidad de contextos relacionados con las consecuencias imprevistas — problema del mal, responsabilidad moral, libre albedrío, predestinación, fatalismo, comportamiento lógico o ilógico, predicción y control social.
El análisis de las intenciones de nuestras acciones y sus consecuencias no deseadas o previstas permite entender cómo funcionan las sociedades. Probablemente, muchos de los hechos históricos son «no intencionales». Pero, en realidad, la mayoría de las formas de vida continuas o cambiantes tienen que ser interpretadas como una mezcla de consecuencias intencionadas (reproducción social) y no intencionadas (cambio social).
Las profecías reflexivas, formalizadas por primera vez por Robert K. Merton, han sido analizadas por varios teóricos, que, partiendo de la definición inicial mertoniana, la han extendido a niveles explicativos de la realidad social más integrados. Merton parte del conocido y ampliamente citado teorema de W. I. Thomas  «si los individuos definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias» —, para acordar la importancia que el tema ha tenido en las obras del obispo Bossuet, Mandeville, Marx y Freud.
Ahora bien, Merton interpreta y concretiza el teorema señalando que «las definiciones públicas de una situación (profecías o predicciones) llegan a ser parte integrante de la situación y, en consecuencia, afectan a los acontecimientos posteriores». El autor opera aquí una distinción entre las Profecías que se Auto-Cumplen (i.e., de una definición falsa de la situación ocurre una acción nueva, que hace verdadero lo que inicialmente se suponía falso) y las Profecías que se Auto-Niegan (i.e., predicciones futuras de acontecimientos sociales que, cuando se tornan públicas, conducen a una nueva acción que cambia la situación originalmente definida).
Detengámonos un momento: la definición inicial de la situación no es, en este caso, irreflexiva, espontánea o inmediata; al contrario, presupone una creencia consciente y racional (aunque posiblemente falsa) ante la situación. Estamos, así pues, describiendo una definición reflexiva de la situación, que nos lleva a una determinada consecuencia. Lo que interviene claramente en el caso de las profecías reflexivas es la presencia de un elemento central —la acción reflexiva— que media la creencia o expectativa inicial y su resultado futuro.  
Lo que nos interesa es qué tipo de resultados o consecuencias se derivan de esa acción reflexiva. O bien el producto de la acción es coincidente con la intención inicial, o bien produce resultados distintos, más allá de los previstos originalmente. Si estamos en presencia de este último caso (que es seguramente mucho más común de lo que suponemos), nos encontramos con una consecuencia no intencional de una acción intencional. Conviene, con todo, subrayar aquí que las consecuencias no intencionales pueden igualmente derivar de una acción  no intencional (p.e., acciones rutinarias cotidianas que no implican reflexividad en su ejecución).  
Efectivamente, el tema de las consecuencias no intencionales de la acción intencional ha sido ampliamente identificado por varios autores que, aunque apoyados en matices teóricos distintos, han destacado su relevancia analítica para el entendimiento de la naturaleza social.

segunda-feira, 28 de maio de 2018

Encender la luz de la razón, y la silenciosa libertad de sí mismo


La libertad de ser uno mismo


Por Miriam Subirana

En los años que llevo acompañando a la gente en su desarrollo personal, observo que hay ciertas preguntas que nos planteamos prácticamente todos en algún momento de nuestra vida y que prevalecen desde la Antigüedad. Tendemos a darle vueltas a cuestiones del tipo ¿quién soy yo realmente? o ¿cómo puedo llegar a ser yo mismo? Hay una tendencia a martirizarse, a funcionar bajo unas creencias que nos bloquean y estresan ante el cambio y la incertidumbre. Las personas se orientan a menudo por lo que creen que deberían ser y no por lo que son en realidad. Se vive demasiado condicionado por los juicios de la gente y se trata de pensar, sentir y comportarse de la manera en que los demás creen que debe hacerlo. Es como si quisiéramos ser quienes no somos.
Occidente ha creado una sociedad competitiva en la que aspiramos al éxito y la excelencia, y no se lleva bien el fracaso. Desde la infancia aprendemos juegos de competición y somos considerados por otros como hábiles o torpes, buenos o malos. En el colegio nos juzgan los profesores y compañeros de clase. Sentimos la presión de tener que ser el número uno en nuestra promoción, en el deporte, en definitiva, en nuestro ámbito. En vez de disfrutar de cada etapa, nos centramos en procurar ganar para alcanzar el primer puesto en todo, y esto va configurando la identidad de cada uno.
El papel de los padres también es básico: frases como “esto es bueno”, “no seas malo” o “esto no se hace” son típicas en el vocabulario de los progenitores. Pero el abuso de este tipo de indicaciones puede menguar el carácter del niño. Crecemos dando importancia a la opinión de los demás y a su mirada, ya que determinan nuestro valor en la comunidad. Una vez adentrados en el mundo universitario y laboral, la cantidad de maneras en las que podemos fracasar sube en escalada. Cada encuentro con alguien puede recordarnos algo en lo que somos inadecuados. Desde el estilo de ropa hasta el corte de pelo. Alguien le dirá que se relaje y disfrute más, otro le reclamará que no trabaja suficiente y que está desperdiciando su talento; alguno le recomendará que se centre en la lectura o que hinque más los codos. Por otro lado, la imagen que proyectan los medios de comunicación también puede generar frustraciones personales. ¿Tiene la presión normal, ha viajado suficiente, cuida a su familia, está al día de política, su peso es el adecuado, hace suficiente deporte, ha visto la última película más taquillera? Este tipo de cuestiones hace sentir que cualquiera no está a la altura de las circunstancias.
El filósofo existencialista Sören Kierkegaard (1813-1855) señalaba que la forma más profunda de desesperación es la de aquel que ha decidido ser alguien diferente. El psicoterapeuta estadounidense Carl R. Rogers decía al respecto: “En el extremo opuesto a la desesperación se encuentra desear ser el sí mismo que uno realmente es; en esta elección radica la responsabilidad más profunda del ser humano”.
Cuando el individuo decide mostrar su verdadera personalidad debe tomar consciencia de qué visión tiene de su persona. Cuando logramos tener esa imagen realista no nos ahogamos con objetivos inalcanzables ni nos infravaloramos con propósitos que nos empequeñecen. Para ello debemos plantearnos metas adecuadas a nuestro carácter. Un ejemplo: el que quiere adelgazar pero no se ve más delgado. Por mucho esfuerzo que haga, no será duradero y volverá a ganar peso, porque sigue sin verse más flaco. Si quiere perder peso de verdad tendrá que cambiar la imagen que tiene de sí mismo y modificar ciertos hábitos mentales y de conducta.
Para ser uno mismo es necesario conocerse y ser consciente de hasta qué punto la imagen que uno tiene de su persona coincide con su yo real y auténtico. Se trata de dejar de verse como una persona inaceptable, indigna de respeto, inútil, poco competente, sin creatividad, obligada a vivir según normas ajenas e insegura. Hay que aceptar las imperfecciones. Cuando logre verse como alguien con fallos que no siempre actúa como quisiera, disfrutará más y se cuidará mejor.
Los epicúreos griegos reseñaban la importancia de ejercitarse en evocar el recuerdo de los placeres pasados para protegerse mejor de los males actuales. Sin ir tan lejos, la indagación apreciativa, un método basado en la nueva psicología positiva que surgió en los ochenta, nos invita a buscar las experiencias más significativas de nuestra vida, descubrirlas y revivirlas. Todos hemos vivido alguna historia positiva y significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno mismo hace de la soledad una cárcel”.
Cuando esto ocurre, es fácil que uno se enclaustre en su pequeño mundo, donde su percepción se vuelve borrosa porque se ha desconectado del importante núcleo vital. Entonces vienen a la cabeza preguntas como estas: ¿qué debería hacer en esta situación, según los demás? o ¿qué esperarían mis padres, mi pareja, mis hijos o mis maestros que yo hiciera? En este estado se actúa según pautas de conducta que, de alguna forma, le impone la gente que le rodea. Esto le reprime y su capacidad creativa queda mermada. Entonces es fácil entrar en rutinas para “quedar bien” y se dejan de explorar nuevas posibilidades.
Cuando uno logra de nuevo conectar consigo mismo se vuelve más creativo y las preguntas cambian: ¿cómo experimento esto?, ¿qué significa para mí? Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo llegar a darme cuenta del significado que tendrá para mí? Es decir, por fin ha pasado de plantearse qué estarían esperando los demás y empieza a considerar qué es lo que realmente quiere usted. Para ello es necesario abandonar las barreras defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso dinámico y fluyente que es la vida.
Ser uno mismo y vivir sin máscaras implica sinceridad y autenticidad. Para el jesuita Francisco Jálics, ser auténtico es más valioso que ser sincero: la persona sincera dice lo que piensa; la auténtica, en cambio, lo que efectivamente siente.
Para ser uno mismo hay que ser soberano de la propia personalidad, es decir, plenamente autónomo y completamente propio. Para ello, además de quitarse las máscaras, debe deshacerse de los malos hábitos y de las opiniones falsas. Debe desaprender. Los filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para lograr esta independencia mental: encender la luz de la razón y explorar todos los rincones del alma, filosofar, dedicar tiempo para ocuparse de sí mismo, prestar atención a cada una de nuestras necesidades, evitar las faltas o los peligros, establecer relaciones consigo mismo, adquirir el coraje que le permitirá combatir las adversidades, cuidarse de manera que uno se cure y convertir estos ejercicios mentales en una forma de vida. Como decía el filósofo griego Epicuro, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para que uno se ocupe de su propia alma.

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Disponible en: <https://elpais.com/elpais/2016/03/17/eps/1458213301_511715.html>

quinta-feira, 24 de maio de 2018

Las cosas que no olvidamos

Ciencia en Latinoamérica: Entrevista a Facundo Manes (Neurocientífico) 
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¿Hasta qué punto impacta el desarrollo de la neurociencia en nuestra vida cotidiana?
- Estudia la organización y el funcionamiento del sistema nervioso y cómo los diferentes elementos del cerebro interactúan y dan origen a la conducta de los seres humanos. Sus investigaciones no solo contribuyen a mejorar las condiciones neurológicas y psiquiátricas de personas que padecen enfermedades; también puede mejorar la vida cotidiana de las personas. Por las neurociencias cognitivas hoy sabemos que de la manera en que pensamos es la manera en que sentimos. Muchas veces tenemos pensamientos distorsivos, y ellos impactan negativamente en nuestro estado de ánimo. Si somos conscientes de ello, vamos a tener más herramientas para modificarlo.

¿Por qué olvidamos algunas cosas y recordamos otras?
- Los humanos somos seres emocionales; las emociones guían nuestra conducta. Por eso, solamente recordamos lo que nos emociona. Nos olvidamos casi todo. Pero si olvidamos casi todo, ¿qué recordamos? Recordamos lo que nos emociona. Si yo le pregunto a usted qué estaba haciendo el 11 de septiembre por la mañana, en el momento que se enteró de que cayeron las Torres Gemelas, va a poder recordarlo fácilmente. En cambio, si le pregunto qué hacía el día anterior, la respuesta se le va a dificultar. Un momento fue emocional y el otro, no.

¿Las nuevas tecnologías pueden llegar a modificar el cerebro de las nuevas generaciones?
- La tecnología ayuda e impacta en nuestra vida cotidiana, pero no va a modificar la anatomía cerebral de los seres humanos. También, así como las nuevas tecnologías, como internet, son muy buenas para muchas cosas, a veces con cierto uso irrestricto hemos perdido chances de estar solos, de aburrirnos, de tener cierta introspección. Y esto debemos tenerlo en cuenta sobre todo para los niños y los adolescentes, que tienen su cerebro en desarrollo. Los chicos tienen que estar desconectados. El uso de la tecnología debe ser temporal. Porque cuando no hacemos nada, el cerebro trabaja mucho.

¿El cerebro de un chico de 10 años de hoy es igual que el de un chico de 10 años de hace 50 años?
- Anatómicamente, sí. Pero hay un fenómeno muy interesante que se llama “Efecto Flynn”, que muestra que cada nueva generación obtiene puntajes más altos en las pruebas de cierto tipo de inteligencia. La hipótesis que pareciera ser la más acertada para explicar este fenómeno es la multifactorial. Este aumento estaría vinculado con las mejoras en la nutrición y la mayor complejidad ambiental. Ahora, como mencioné antes, la ciencia no puede medir la complejidad de la inteligencia.

¿Utilizamos nuestro cerebro en todo su potencial?
- Un mito muy extendido afirma que “solo usamos un 10 % del cerebro”. Es absolutamente falso. Si fuera cierto, al remover el 90 % del cerebro no se debería observar ningún cambio.

¿La meditación ayuda a desarrollar las capacidades cerebrales?
- Los avances tecnológicos y el trabajo interdisciplinario han permitido abordar cuestiones antes pensadas como antagónicas a la ciencia. Por ejemplo, las relacionadas con la espiritualidad y la meditación. Ciertos estudios neurocientíficos han registrado modificaciones en nuestro sistema nervioso durante la meditación: las áreas cerebrales asociadas con las emociones y funciones sociales son intensamente estimuladas, mientras que las zonas vinculadas con el procesamiento de emociones negativas disminuyen su actividad. Otros estudios señalaron que algunas prácticas de meditación mejoran la función inmune al observar un aumento en los niveles circulantes de anticuerpos.

¿La educación actual ayuda a que los chicos desarrollen sus máximas capacidades?
- La reflexión sobre la educación debe ser producto de un diálogo entre neurocientíficos con los miembros de la comunidad educativa. En nuestro libro “Usar el cerebro” contamos un experimento que muestra la importancia de la interacción social en el aprendizaje: expusieron a la enseñanza de un idioma extranjero a niños pequeños, para analizar los resultados en base al método de enseñanza. En algunos casos se incluía la presencia física del docente y en otros no. Después del entrenamiento, se concluyó que solo el grupo de niños expuesto a la persona en vivo había aprendido. Se demuestra el rol trascendental del docente ligado, no solo a la transmisión de un conocimiento, sino la motivación.

¿Qué actividades o hábitos podemos hacer en nuestra vida cotidiana para ejercitar nuestras capacidades cerebrales?
- Todo lo que le hace bien al corazón le hace bien al cerebro: evitar el sobrepeso, no fumar, alimentación saludable, controlar presión arterial, colesterol y glucemia. Son muchas las actividades que podemos hacer para ejercitar nuestras capacidades cerebrales: el ejercicio físico, además de ser un gran ansiolítico y antidepresivo natural, crea nuevas conexiones neuronales; plantearnos desafíos intelectuales, hacer tareas a las que no estamos habituados: por ejemplo, aprender idiomas. Una vida social activa también resulta estimulante para el cerebro. El manejo del tiempo personal y el manejo de las emociones serán la mayor inversión del futuro. 

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Disponible en: <https://www.lagaceta.com.ar/nota/633276/sociedad/solo-recordamos-lo-nos-emociona.html>

terça-feira, 22 de maio de 2018

Tocando al frente

Por Barrodar, cancionero de Latinoamérica, interpretación de la composicón de los brasileños Renato Teixeira y Almir Sater.   


domingo, 20 de maio de 2018

El lugar de todas las cosas en tiempos de soledad: permanencia indeterminada


Por Fernando Araújo Vélez

La primera vez que Gabriel García Márquez vio la palabra Macondo, fue en la puerta de entrada de una finca de la zona bananera que se llamaba así, mientras viajaba en el tren que llegaba y salía de Aracataca. Hoy, más que nombre, es adjetivo.
Y con el paso de los años, lo que terminó quedando de todo aquello que una vez se llamó Aracataca, fue todo eso que plasmó en páginas y páginas Gabriel García Márquez. Aracataca fue Macondo, y Macondo fue Colombia, y el Caribe, y algo del resto de América Latina. Macondo fue pueblo, calles de polvo, niños barrigones y desnudos, diluvios, peste, fiebres de insomnio, delirio de prosperidad. “Macondo naufragaba en una prosperidad de milagro (…). De la antigua aldea de José Arcadio Buendía sólo quedaban entonces los almendros polvorientos, destinados a resistir a las circunstancias más arduas, y el río de aguas diáfanas cuyas piedras prehistóricas fueron pulverizadas por las enloquecidas almádenas de José Arcadio Segundo, cuando se empeñó en despejar el cauce para establecer un servicio de navegación”.
Macondo fue el lugar de lo imposible, el lugar de todas las cosas, de los santos y los demonios, de la condena y la resurrección, del amor y el desamor, de la espera, de la locura, y de ser lugar pasó a ser adjetivo, saltándose de un solo brinco la opción de ser gentilicio. Y fue adjetivo sin calificativos, un poco como su creador. Se decía, se dijo y se dirá macondiano, y esa sola palabra entrañará magia, fulgor, luz, sombra, o en últimas, lo imposible: “Melquíades terminó de plasmar en sus placas todo lo que era plasmable en Macondo, y abandonó el laboratorio de daguerrotipia a los delirios de José Arcadio Buendía, quien había resuelto utilizarlo para obtener la prueba científica de la existencia de Dios”. Macondianos fueron los hombres y sus delirios. Macondianos fueron la lluvia sin fin y el sol opaco. Macondiano fue dios.
Y macondianos fueron los García Márquez, todos, y el amor, por ejemplo, porque en los calurosos tiempos guajiros, aun antes de que surgiera Macondo, cuando los padres de Gabriel José de la Concordia se enamoraron, el amor era locura, delirio, fantasía, frenesí. Eran amores macondianos, amores atrevidos, como el de su padre, don Gabriel Eligio García Martínez, quien buscó como pudo a su amada, más allá de las oposiciones de los padres de su novia, sobre todas las cosas, entre los papeles hechos basura de los telegrafistas de los pueblos. Se hizo amigo de ellos, él que también era telegrafista, y los invitó a tomar, los regó de obsequios, sólo para que le dieran una pista, y día de por medio reunía sus monedas para enviarle un poema, el mismo poema siempre a su amada. “Aunque de mí te alejes, nunca podré olvidarte, aunque de mí te alejes, nunca veré tu faz…”.
El día de la boda, 11 de junio de 1926, Luisa Santiaga Márquez se quedó dormida. Luego murmurarían que su padre, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, había instruido a su esposa, Tranquilina Iguarán Cotes, para que le mezclara unas pastillitas en el agua. Don Gabriel Eligio la aguardó una y dos horas y algo más, con su vestido de paño negro y su camisa de frac, apostado a las puertas de la Catedral de Santa Marta, imaginando los pasos de su novia sobre la infinita alfombra roja que llegaba a la calle. No tenía sentido irse. El orgullo lo mataba, y del orgullo pasaba a la furia, y de allí a la impotencia. ¿Qué más podría hacer? ¿Ir por ella? ¿Largarse? En el fondo, les confesaría a sus hijos alguna vez, sólo tenía dos obsesiones, y pasaba de la una a la otra indistintamente: besar a Luisa Santiaga, o irse hasta Riohacha y agarrarse a trompadas con el coronel Márquez.
De repente, sin embargo, surgió su amada. Al día siguiente, o a los dos, quedó embarazada. Ya vivía en Aracataca con su marido, rodeada por tres indios, regalo del coronel, que la habían acompañado desde siempre. Creía en Dios, pero también en las supersticiones y los designios de las pequeñas cosas. Si le picaba la mano era porque le llegaría dinero, y si entraba en su habitación un cucarrón, con sólo verlo ella sabía de dónde provenía. A los nueve meses nació Gabriel José. “Yo deseaba con toda mi razón que él fuera abogado, pero a él, mire usté, no le interesaron las leyes”, comentó ella como por pasar, sentada en una mecedora de su casa de Manga, en Cartagena, algunos meses antes de morir. “De todas, todas formas, lo intentó, hay que admitirlo”, añadió después.
García Márquez fue Macondo y viceversa. Y fue macondiano, dentro de un universo mágico e infinito de cuyas miserias y proezas han surgido y siguen surgiendo quienes cuestionan su existencia, porque fue macondiano que en algunos colegios prohibieran su obra por “vulgar”, y fue macondiano que aquellos que lo rechazaban y se burlaban de él, luego del Nobel se ufanaran de conocerlo. Fue macondiano que se tuviera que ir del país por diversas amenazas, y que luego lo acusaran de haber abandonado el país. Fue macondiano que, pasados los años, algunos escritores quisieran desligarse de su influencia con un insultante McOndo, cual fórmula comercial, y que otros lo negaran, y fue macondiano que alguno más pretendiera caer en la muy humana tentación de las comparaciones, como si la literatura fuera un asunto de récords, y como si Macondo fuera la bolsa de valores de Wall Street.

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Disponible en: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/macondo-el-lugar-de-todas-cosas-articulo-556347

segunda-feira, 14 de maio de 2018

Alucinaciones y delirios


Facundo Manes
(Neurocientífico)

Son las características principales de la psicosis, trastorno definido como una experiencia de pérdida de contacto con la realidad. Factores genéticos y ambientales hacen que algunas personas sean más vulnerables que otras a este tipo de síntomas.
El mundo en el que nos desenvolvemos es complejo, está lleno de incertidumbres y ambigüedades. Para darle sentido, nuestro cerebro ha evolucionado para encontrar patrones que le permitan construir un modelo interno de ese mundo. En este contexto, nuestra percepción no es sino un proceso activo de inferencia e imaginación. Por lo tanto, nunca es un fiel registro del entorno, sino que se parece más a un ejercicio de adivinación. “Psicosis” es un término amplio, que se define como una experiencia de pérdida de contacto con “la realidad”, cuyas características principales son las alucinaciones y los delirios. De esta manera se ha leído la experiencia que sufre William Wilson, el personaje de uno de los cuentos más célebres de Edgar Allan Poe.
Las alucinaciones son experiencias sensoriales que ocurren en ausencia de un estímulo real. Las personas con psicosis pueden ver, escuchar, tocar, oler o sentir cosas que no son perceptibles para los demás. La mayoría de las veces estas alucinaciones son amenazantes como, por ejemplo, escuchar voces que insultan u ordenan una autoagresión. Por su parte, los delirios son creencias falsas e irracionales que se sostienen con firmeza a pesar de que haya evidencia que los contradiga, como, por ejemplo, sentir que se es perseguido o que se envían mensajes secretos a través de los medios, o pensar que se tiene un poder especial o creer que se tiene una enfermedad terminal a pesar de estar sano. Las alucinaciones y los delirios aparecen como reales para la persona que los experimenta y muchas veces causan gran malestar dado su contenido atemorizante. William Wilson, por caso, está convencido de que un ser idéntico a él lo acecha. Todo el cuento es el relato de la exasperación que padece, de las conjeturas que saca y de su última determinación. Otros síntomas de la psicosis incluyen conductas extrañas o extravagantes, pensamientos y lenguaje desorganizados o incoherentes, frecuentemente acompañados de retraimiento social, cambios en el sueño, en el apetito y en el estado de ánimo.
Si bien los síntomas psicóticos suelen asociarse con la esquizofrenia, también son frecuentes en el trastorno bipolar, la depresión grave y algunos desórdenes de la personalidad, y pueden ocurrir en la enfermedad de Parkinson, en la enfermedad de Huntington, en algunos tipos de demencia, epilepsia y lesiones cerebrales. La falta de sueño, el aislamiento, cambios hormonales en el posparto y el estrés excesivo pueden dar lugar a experiencias psicóticas temporarias. No se puede predecir con certeza quién desarrollará síntomas psicóticos. Sabemos que es necesaria la interacción entre factores genéticos y ambientales, que hace que algunas personas sean más vulnerables. Hay quienes tienen mayor predisposición genética a desarrollar psicosis, por lo que son más susceptibles de presentar síntomas ante un bajo nivel de estrés. Otras necesitarían un grado de estrés mucho mayor. Sus manifestaciones pueden aparecer en distintos grados. Esto también permite investigar factores de riesgo y factores protectores que explicarían por qué algunas personas enferman y otras no.
En nuestra vida nos formamos un esquema del mundo que coincide en mayor o menor medida con el de los demás. Quizá en la psicosis se construye un modelo que no es compartido por otras personas, una realidad diferente, que da lugar a una experiencia solitaria que causa sufrimiento.

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Disponible en: https://facundomanes.com/2017/05/05/alucinaciones-y-delirios/#more-14533.

quarta-feira, 9 de maio de 2018

Hombres que son como lugares mal situados

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Por Francisco Javier Irazoki 
La poesía portuguesa aportó obras de indiscutible calidad en el siglo XX.  Las firmaron diversos autores clásicos. También destacaron dos poetas de vida breve: el suicida Mário de Sá-Carneiro y Daniel Faria (Baltar, 1971 - Roriz, 1999). Faria, novicio en el monasterio benedictino de Singeverga, falleció en un accidente doméstico. Había publicado cinco libros. Sobresalen dos con título largo: Explicación de los árboles y de otros animales y Hombres que son como lugares mal situados. La edición póstuma de su poesía completa incluye tres obras primerizas y Los líquidos, su último conjunto de versos. 
En la única entrevista que de él se conserva, Daniel Faria declaró que compuso Hombres que son como lugares mal situados en una especie de trance. Al parecer, se limitó a “un ejercicio de obediencia”. Comprendemos que el poeta se identificase con San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. La obra se inicia con un propósito claro: “Examinemos a un hombre en el suelo”. El escritor observa cómo agarramos una piedra, cómo emitimos el grito, nuestra semejanza con un meteoro caído. A pesar de su juventud, logra el tono meditativo. A menudo lo combina con metáforas poderosas. Describe con palabras serenas cualquier movimiento humano. Retrata a personas sin brújula que esperan en sus balcones orientados hacia la vejez. Se fija en seres que viven con sus manos puestas en unos barrotes o con la cabeza reclinada en unos hierros. Para definirlos, piensa en refugios de contrabandistas. Nos advierte: “No los toquemos sino con los materiales secretos/del amor”. En algunas páginas se percibe una leve influencia de Herberto Helder.
En el apartado “Para encontrar el golpe en el sueño” hallamos la comunicación con una mujer rodeada de peces o sentada entre pájaros. En la sección “Si vas por el centro de ti mismo”, Faria se expresa de manera concisa. Escoge personajes que deambulan en desiertos bíblicos. Una Sara envejecida que deshace los bajos de sus vestidos, su esclava, un arquero, el niño que duerme cerca de un arbusto. Lot y Abrahán dialogan. Pone voz a la mujer adúltera y al hijo pródigo. Se evocan los ríos de Babilonia, la ciudad de Sarepta, el príncipe Jonatán y el profeta Ezequiel. Los elementos del poema son el pozo, la vid, el velo, la reja del arado, el haz de leña, las casas destruidas.
La sección “Una especie de ángel herido en la raíz” reúne varias reflexiones sobre la palabra. Daniel Faria muestra las claves de su escritura e intuimos sus búsquedas complejas. Nos dice que se adentra lentamente en el ritmo de un salmo, o que lucha mientras el poema retrocede y se esconde en un caparazón. ¿Qué significa la palabra para el autor? “Ella es un candil sobre mi mesa, explica. En el apartado “Para el instrumento difícil del silencio” transmite un peculiar misticismo contra la “suma de ruinas”. Los vocablos elegidos son fulgor, balanza, soplo, corteza, hendidura, vaso, relente. El volumen se cierra con un autorretrato en prosa, un discurso que Faria leyó pocos meses antes de su muerte. 
La penúltima frase resulta premonitoria: “El retrato del artista - el mío - en el presente es un rostro alejándose”. Por la similitud del caso, el lector en español no puede evitar el recuerdo de los últimos versos escritos por Félix Francisco Casanova
Editado en versión bilingüe, con cubierta de tapa dura e ilustraciones de Christian Hugo MartínHombres que son como lugares mal situados ha sido traducido de forma encomiable por el poeta Luis María Marina. El libro crea una expectativa. Al terminar de leerlo, sentimos el deseo de conocer todos los textos redactados por Daniel Faria. Su poesía reunida, publicada en Portugal en 2003, merece sin duda una edición en lengua española. 


Hombres que trabajan bajo la lámpara
De la muerte
Que excavan en esa luz para ver quién ilumina
La fuente de sus días

Hombres muy doblados por el pensamiento
Que vienen despacio como quien corre
Las persianas
Para ver en lo oscuro el primer manantial

Hombres que excavan día tras día el pensamiento
Que trabajan a la sombra de la copa cerebral
Que podan la piedra de la locura cuando aplastan las pupilas
Hombres todo blancos que abren la cabeza
En busca de esa piedra definida

Hombres de cabeza abierta expuesta al pensamiento
Libre. Que vienen despacio a abrir
Un lugar donde amanezca.
Hombres que se sientan para ver una mañana
Que excavan un

Homenaje a Daniel Faria 


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Fuente: El Cultural - http://www.elcultural.com. 

segunda-feira, 7 de maio de 2018

Secretos temporales, manifestaciones invisibles y el enigma del rayo verde




¿Habéis observado el sol cuando se pone en el horizonte del mar? Sí, sin duda alguna ¿Lo habéis seguido hasta que la parte superior del disco desaparece rozando la línea del horizonte? Es muy posible. Pero, ¿os habéis dado cuenta del fenómeno que se produce en el preciso instante en que el astro radiante lanza su último rayo (…)? No será, como podría presumirse, un rayo rojo lo que herirá la retina de vuestros ojos, sino que será un rayo verde, pero un verde maravilloso, un verde que ningún pintor puede obtener en su paleta. (…) Si existe el verde en el Paraíso, no puede ser más que este verde, que es sin duda, el verdadero verde de la Esperanza.  (Julio Verne)  

Por Carlos Rebato 

Para algunos, el misterioso rayo o flash verde que se produce no es más que un mito pseudocientífico, otros se enorgullecen de haberlo visto y otros lo atribuyen a obras de fantasía como Piratas del Caribe. La cuestión es que es real y esta foto [arriba, imagem de la NASA] , tomada en las Islas Canarias, recoge el preciso ese instante mientras se pone el Sol.
La realidad es que es un fenómeno atmosférico particularmente conocido y estudiado que se produce no sólo en los atardeceres (es más común, eso sí), sino también en los amaneceres. Se produce, en general, cuando podemos ver el astro saliendo u ocultándose sin ningún tipo de obstáculo en el horizonte, como en el Mar, o en este caso, una isla. En El Rayo Verde, escrito por Julio Verne en 1882, él es descrito como un verde misterioso que atrae sentido, sentimiento e introspección sobre el porvenir

..un verde que ningún artista podría jamás obtener en su paleta, un verde del cual ni los variados tintes de la vegetación ni los tonos del más limpio mar podrían nunca producir un igual! Si hay un verde en el Paraíso, no puede ser salvo de este tono, que muy seguramente es el verdadero verde de la Esperanza!


Como suele ocurrir, la ficción se apoya en un fenómeno real. Ocurre por la refracción de la luz al atravesar la atmósfera. 
Esta se mueve más lentamente cuanto más denso es el medio. Esa particularidad, en los aires que componen nuestra atmósfera, ocurre en las capas inferiores, más densas que las superiores. Cuando los rayos del Sol, a punto de ocultarse, no tienen más remedio que seguir la trayectoria a través de esas capas, se curvan ligeramente, siguiendo a la vez la curvatura del propio planeta. 
Es en esa dispersión de colores donde la luz de alta frecuencia (verde, azul) se aparece como visible mientras la roja se oculta. El Sol no “cambia de color”, únicamente es un efecto óptico. La mayoría de las veces se produce el espejismo típico que podemos apreciar en un día caluroso en cualquier carretera y el resplandor verde se ve algo más borroso.
El efecto completo no dura más que 1 o 2 segundos, con suerte, y puede apreciarse desde cualquier altitud, no sólo a nivel del mar. ¿Siempre es verde? No siempre; como dijimos, la luz de alta frecuencia abarca también el azul, y en rarísimas ocasiones también puede apreciarse, como en esta fotografía [abajo] tomada en 2001, curiosamente en el mismo sitio que la primera imagen, el Roque de los Muchachos de las Islas Canarias.


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Disponible en: https://es.gizmodo.com/que-produce-el-misterioso-rayo-verde-que-se-produce-al-1709263629

sábado, 5 de maio de 2018

Camino a La Paz




Por Juan Pablo Cinelli

Si algo puede decirse de Camino a La Paz, ópera prima de Francisco Varone, es que se trata de una de esas películas de las que es casi imposible no disfrutar. Y no porque se trate de una obra perfecta sino porque, a pesar de las impugnaciones que se le puedan realizar, algo en ella consigue ser transmitido con una potencia tal que no hay nada que se interponga entre la película y el público mientras dura la proyección. Cualquier objeción o duda que aparezca recién lo hará más tarde, un rato después de los títulos finales y como parte de las réplicas de ese modesto terremoto interior que sólo producen algunas películas. Buena parte del mérito proviene de la habilidad de su director –también autor del guión– para hacer que el relato fluya; para que sus protagonistas no sólo resulten entidades construidas con precisión sino que además transmitan con solidez su carácter esencialmente humano y, sobre todo, para que el asunto completo resulte una experiencia sensible de amplio espectro que puede ser prescripta a casi cualquier tipo de espectador. Logros para nada menores en un director debutante.
No deja de ser cierto que Camino a La Paz parece estar todo el tiempo subrayando el hecho de que se trata de una “película con mensaje”, como si se temiera que alguien se pudiera distraer y perderse aquello que se deseó expresar. Sin embargo, también lo es que lo más intenso de la película no se encuentra en la moraleja superficial. Por el contrario, el gran éxito de Varone son sus dos personajes centrales, que no sólo son notables como sujetos autónomos sino por la poderosa reacción química que desencadena su encuentro. Ahí está Sebastián, un joven ya no tan joven, desocupado y que acaba de mudarse con su novia a una casa nueva, que por simple aburrimiento comienza a trabajar de chofer respondiendo a los repetidos llamados que confunden su número de teléfono con el de una remisería. Entre los muchos clientes que empieza a atender de manera regular está Jalil, un viejo cascarrabias con cara de pocos amigos con el que parece no congeniar del todo. De esa fricción entre ambos surge uno de los dos perfiles clásicos que pueden percibirse en Camino a La Paz: el de las buddie movies, esos films en los que una pareja de personajes con características opuestas es forzada a ir tras un objetivo en común que acabará por unirla.
Esa aventura es el viaje a La Paz del título que Jalil le propone hacer a Sebastián, previo pago de una importante suma en metálico. Sucede que Jalil, que es musulmán, está enfermo y no puede viajar ni en micro ni en avión, pero necesita encontrarse con un hermano, con el que emprenderá la peregrinación a La Meca que todo iniciado en la fe de Alá debe realizar al menos una vez en la vida. Está claro que Sebastián aceptará y que el inicio de la travesía estará plagado de desencuentros, tal como lo indica el canon de las películas de parejas desparejas. Tan claro como que la ruta forja al hombre, ley de oro de otra clase de película que también es Camino a La Paz: una road movie. Regla que este tipo de relatos vienen cumpliendo desde que a Homero se le ocurrió llevar a Odiseo de regreso a Itaca.
Más allá de estos aciertos, el éxito no podría ser completo sin los intérpretes adecuados. Tanto Rodrigo de la Serna –ocupando el rol del desconfiado pero noble Sebastián–, como Ernesto Suárez –en la piel del ceñudo y sabio Jalil– supieron dar con el color y el tono justo para que sus personajes funcionen tanto de manera individual como en tándem. Lo de De la Serna es un lugar común, porque se trata de uno de los actores locales más versátiles y al que siempre es agradable ver en acción, en cambio lo de Suárez es una sorpresa. De trayectoria más que vasta en la escena teatral de la provincia de Mendoza, donde desde hace más de cincuenta años se destaca como actor y director, este papel representa, sin embargo, su debut cinematográfico a los 72 años de edad. Con una presencia y un arsenal de gestos que recuerdan al gran Alberto Laiseca, su labor es impecable.
También es cierto que algunas situaciones parecen demasiado calculadas para provocar determinadas reacciones emotivas. O que a algunos personajes, como el de María Canale, se los podría considerar cabos sueltos debido a su escaso desarrollo, algo que quizá nace de la forzada deriva que impone el formato de las road movies. Sin embargo, a pesar de esas u otras anotaciones marginales, Camino a La Paz consigue lo que se propone: atarse al destino de Sebastián y Jalil sin abandonarlos nunca a su suerte y hacer que el espectador se convierta en el tercer pasajero de esa agradable travesía hacía el corazón de sus protagonistas.

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Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-37675-2016-01-07.html

quinta-feira, 3 de maio de 2018

Las letras que no soportaron el mundo


José María Arguedas


Carlos Batalla 

El Perú que vivió [José María] Arguedas fue uno mestizo, de variadas tradiciones culturales, creencias y etnias; un país en formación y que buscaba consolidar su propia identidad. Por eso él siempre se sintió como un puente, un vínculo entre dos mundos; el andino y el occidental.
Vivió para escribir y su esfuerzo por darnos un retrato integral del país le costó la vida, aunque eso es algo que pocos están dispuestos a aceptar. Porque para entender las circunstancias en que se produce un texto literario, que es un proceso artístico, se debe tomar en cuenta variables humanas y emocionales, además del factor lingüístico.
Desde los cuentos de “Agua” (1935), pasando por “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1958), “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964), hasta su novela autobiográfica “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971, póstuma), Arguedas grabó en molde no solo sus avatares personales, sino que intentó traducir los tiempos turbulentos que le tocó vivir.
Nació en 1911, entró en la universidad en 1930, su primer libro data de 1935 y el último de 1971. Fueron décadas de revoluciones y cambios muy intensos, trascendentales, donde prácticamente Arguedas dibujó el paso de un país agrario y con rezagos del siglo XIX a uno de producción masiva y urbanización galopante, moderno.
Por todo eso, esa tarde del viernes 28 de noviembre de 1969, en un salón de la Universidad Agraria La Molina, cuando el escritor apurimeño se desencajó un tiro en la sien que lo hirió mortalmente, el Perú entero lloró su desgracia. Ya había intentado otro suicidio en 1966, pero esa vez sí lo consiguió. Fueron cuatro días de agonía, hasta que el martes 2 de diciembre, a los 58 años de edad, murió en el piso 13 B del Hospital del Empleado, en Jesús María.
Dejó dos cartas: una para su viuda, la chilena Sybilla Arredondo, y otra para sus alumnos de la U. Agraria y su rector. ¿Cuándo las escribió? Todo reveló que lo había redactado entre el 27 y el mismo día del intento de suicidio, el 28. La depresión le venció la partida, luego de más de 20 años de enfrentarla y luchar contra ella.

“Me retiro ahora porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida”, dijo en la misiva dirigida a los universitarios.

Los médicos nada pudieron hacer con la bala que se había incrustado en su cavidad craneana. Dejó de existir a las 7 y 15 de la mañana. Descansó en paz de muchos cargos profesionales y académicos, de muchas angustias y necesidades artísticas y humanas.
Al mediodía del mismo 2 de diciembre, sus restos fueron trasladados a la antigua biblioteca de la U. Agraria, donde fueron velados, en medio de la tristeza general, pero también de la alegría que impuso la música que tocaron en su honor. El violín y el arpa fueron los protagonistas, hasta que a las 4 de la tarde se lo llevaron al cementerio El Ángel.
No hay duda de que las novelas y los cuentos, o los ensayos y estudios de José María Arguedas, de gran lucidez y coherencia, lo dejan marcado entre nosotros como un clásico de la literatura y de las ciencias sociales en el país. Así sea.

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Disponible en https://elcomercio.pe/blog/huellasdigitales/2014/11/jose-maria-arguedas-un-escritor-que-no-soporto-el-mundo.