segunda-feira, 31 de julho de 2017

Do sentimento ao trágico da vida

Por José Raúl Ramírez Valencia 
(Universidad Católica de Oriente, Colômbia) 

1. Finitud y conato: una filosofía unamuniana
Buscar una aproximación coherente y profunda de la antropología de Unamuno, exige partir de la cuestión angustiante e inquietante de vivir y vivir siempre; es descubrir en todo su pensamiento su ansia de ser y no dejar de ser. Este solo pensamiento le producía agonía, destrozo y desesperación1. Él quería seguir siendo él mismo, con su realidad temporal; sobrevivir con su personalidad e individualidad. Sin duda alguna, los temas radicales del destino y la trascendencia humana son los que mejor revelan y comprometen el fondo insondable e insobornable de la persona humana.
¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y a dónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo, y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una ni otra cosa, y entonces la resignación en la desesperación o esta o aquella, una resignación desesperada, o una desesperación resignada, y la lucha2.
De esta realidad que descubre, «solo le interesa porqué en vista del para qué»; y para poder penetrar y desentrañar su antropología se debe mirar el para qué, es decir, el sentido metafísico de la finalidad. La finalidad es una relación entre dos o más cosas, y esta relación la establece la conciencia; por esto, según Unamuno, no puede haber finalidad donde no hay conciencia que supone un propósito. Más aún, hay una perfecta compenetración y dependencia entre: la conciencia y la finalidad, no se entiende la una sin la otra; por ello, es imposible concebir una finalidad en una cosa que esté totalmente desprovista de conciencia y una cosa se hace consciente en la medida que se le da una finalidad.
La genuina filosofía no trata del hombre en abstracto, ni de la palabra hombre, ni de la humanidad, o del cúmulo de características y notas que hacen de un ser un hombre; lo abstracto no es existente, es una idea y una idea no es un hombre. La verdadera antropología filosófica pone en contacto al ser humano con la realidad humana existencial, individual y no universal, dinámica mas no estática, concreta y no abstracta, finita y determinada y de ningún modo indeterminada.
El hombre que le preocupa a Unamuno, no es el «yo» puro de ciertos idealismos, que diluye la personalidad e individualidad de nuestros «yos» particulares en un mar infinito de una única conciencia. Tampoco el objeto de la filosofía es el yo único y absoluto que niega y destruye todos los otros yos. El hombre que le interesa a este filósofo vasco es el «yo concreto y personal», considerado en toda su complejidad y dinamismo. El yo existente que realiza las actividades fundamentales y esenciales del existir humano: nacer, sufrir, pensar, querer y que también es sujeto de operaciones menores, como: comer, beber, jugar, dormir, hablar, ir y venir; en último término, lo que le interesa a Unamuno es el hombre en su trayectoria de finitud.
Por tanto, lo único que le da sentido a la vida del hombre es el deseo de sobrevivir. Esto significa que la vida humana, que se identifica con la existencia, esencialmente es anhelo de vivir siempre, ya que el sentido de una cosa es su esencia. Unamuno se apoya en la ética de Spinoza y repite, con mucha frecuencia, la esencia del ser es su conato por sobrevivir, su afán por no morir, su anhelo de inmortalidad. Y, más adelante, reconoce e insiste: «el esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser, no implica tiempo finito, sino indefinido; es decir, que tú, yo y Spinoza queremos no morirnos nunca y que nuestro anhelo de nunca morirnos es nuestra esencia actual»3.
1.1 Principio de unidad y continuidad
Para sostener la identidad del yo, se requiere que permanezcan en el hombre los dos principios: unidad y continuidad, los cuales constituyen el ser individual y personal, distinto de los otros yos: «lo que le hace un hombre, uno y no otro, el que es y no el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un principio de unidad primero, en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito»4. Con este principio, el hombre procura la unidad entre lo que quiere –propósito– y su cuerpo, es decir, sus fuerzas físicas.
El principio de continuidad está estrechamente relacionado con el tiempo, la memoria es la encargada de recogerlo y conservarlo, a través de ella se perpetúa lo pretérito en el presente y en el futuro. «Es indiscutible el hecho de que el que soy hoy proviene, por serie continua de estados de conciencia, del que era en mi cuerpo hace veinte años. Querer ser otro es dejar de ser uno el que es»5. Por medio de este principio se prolonga y se dilata sin límites la vida; sin dejar de ser lo que es, se quiere ser todo y serlo siempre.
La identidad ontológica está fundada por la unidad, que concentra las energías vitales alrededor de un proyecto a realizar y en la sucesión temporal por la continuidad vital que la memoria asegura y testimonia. De estos dos principios se concluye: la inmortalidad no se logra, si no se salva la «ipseidad»6. El hombre es un ser finito en permanente esfuerzo por su ser, a la vez constata su accionar a través del principio de unidad y continuidad.
1.2 Relación entre individualidad y personalidad
«Más, más y cada vez más; quiero ser yo y sin dejarlo de serlo, ser además los otros, adentrarme en la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabado del tiempo»7. En esta hambre de ser radica la poquedad y la grandeza, la finitud y la infinitud del hombre. En su esencia íntima hay una doble tensión ontológica que constituye: finitud y conato de ser. El hombre descubre su esencia en la medida que se adentra en su realidad, que se hace tragedia de querer ser, pero sentirse limitado. Esta situación patética de finitud y querer seguir siendo el que se es, revela con precisión el sentido de la individualidad y personalidad en Unamuno.
Según te adentras en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres todo lo que no eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar ni a tu propia infinitud, ni menos a tu propia eternidad, te compadeces de todo corazón de ti propio, y te enciendes en doloroso amor a ti mismo, matando lo que se llama amor propio8.
La estructura individual y personal implica, a la vez, tensión entre finitud e infinitud, temporalidad y eternidad, clausura y apertura. De esta estructura metafísica9 surgirán después los poderes antagónicos del conocer y del sentir, que acabarán haciendo de la vida humana un campo de batalla y de agonía; solo desde esta situación el hombre se lanzará hacia Dios, creyéndole, creándole y, hacia los hombres, dándose e imponiéndose.
El hombre, como hambre de ser y limitación de «ser», se constituye en individuo y personalidad, dimensiones propias del hombre10.
Debo aquí advertir una vez más cómo opongo la individualidad a la personalidad, aunque se necesitan una a otra. La individualidad es, si puedo expresarme, el continente, y la personalidad, el contenido; o podría también decir en un cierto sentido que mi personalidad es mi comprensión, lo que comprendo y encierro en mí –y que es de cierta manera todo el universo–, y mi individualidad es mi extensión; lo uno, lo infinito mío, y lo otro, mi finito11.
Con esta definición de individualidad y personalidad, aparece claro que la individualidad es la afirmación del yo y la personalidad es la armonización de los contenidos del yo; la individualidad es continente, la personalidad es el contenido, la personalidad es lo que comprendo y encierro en mí, la individualidad es mi extensión.
Cabe subrayar, la mutua implicación de la individualidad y personalidad, nacida de la misma hambre de ser; el hambre de ser implica limitación, a la vez, esta limitación en sí misma incluye una riqueza interior. Lo mismo ocurre con la finitud y el conato: se oponen, se contraponen, precisamente, por ello, componen la esencia humana. De igual forma pasa con la individualidad y la personalidad, se oponen y se complementan a la vez.
Otra manera de comprender, –la complementariedad y la diferencia entre individualidad y personalidad–, es partiendo de los fenómenos de ósmosis y exósmosis, flujos con que cada uno modifica a los demás y es modificado por ellos. En el fondo, es la experiencia diaria de la vida cuando se entra en contacto con los otros, son transformados y soy transformado por ellos; este fluir del encuentro social es lo que se llama sociabilidad. La personalidad crece cuando se da mayor sociedad de sí mismo12. «Es una tensión hacia los demás, sin dejar de ser, sin perder la individualidad y tender a ser los demás imponiendo lo nuestro»13.
2. Individualidad en Miguel de Unamuno
El individuo se define, ante todo, como tendencia a ser o a querer ser, manteniendo y afirmando siempre ante el mundo y ante los demás la singularidad14. Lo individual es lo finito, diferente y discriminador de cada ser humano, lo superficial y postizo, además de ser también lo que el ambiente introduce en mí. Unamuno, para expresar la importancia de la individualidad, se piensa, se imagina y se siente no existiendo, teniendo conciencia de su estado de inconsciencia15.
El fracaso de tal intento es la constatación de la firmeza de su individualidad: no solamente existo, sino que mi existencia se defiende eficazmente de la nada16; constatando que no solo existo, sino que puedo no existir, lo cual da fe del hecho y de una cierta necesidad de mi existencia individual. Provocar en nuestra realidad individual horror a la nada de sí, notar que surge en nosotros horror y pánico ante la muerte total o aniquilación, es notar que existo y que me repugna o es contraria a mí la aniquilación, por lo tanto, soy necesariamente en la medida en que la nada me repugna y me horroriza.
El hombre que parecería estar en la nada no está propiamente en la nada, sino que «es algo en la nada», que en el fondo es una riqueza de ser. Por el horror y repugnancia sentida hacia la nada, la existencia individual se levanta del estado de hecho al de derecho y a la necesidad de existir, porque «tan gratuito es existir como seguir existiendo ¿y con qué derecho somos?»17.
2.1 La individualidad es continente
La misma palabra individuo indica indivisión, «unidad divisa de los demás y no divisible en otras unidades análogas a ella»18. La idea de algo individual y no de otro individuo cualquiera de su clase, es el fenómeno mismo de la idea de su yo mismo. Unamuno ha señalado bien este doble aspecto de la individualidad. Por una parte, es separación y diferencia de los otros; por otra, es fenómeno, recogimiento y continencia en sí. La individualidad ad extra, aunque es la que más resalta ante los hombres, no es la más originaria. Lo que primariamente constituye la individualidad es la delimitación hacia dentro, que contiene y recoge la entraña del ser.
No podemos reducir esta continencia solamente a la materialidad de la encarnación, a la mera diferenciación, aunque sea un elemento fundamental; la diferenciación nos lleva al obrar. «Lo valedero para nosotros, más aún, lo real para nosotros, es lo diferencial, que es lo cualitativo; la cantidad pura, sin diferencias, es como si para nosotros no existiese, pues que no obra»19.
Frente al espíritu que nos envuelve y nos abre a la sociedad, la materialidad es el elemento individual e individuante. La materia icardina al espacio, encuadra la existencia en un punto del universo; la incardinación origina delimitación y unidad; «lo que determina a un hombre, lo que le hace un hombre, es un principio de unidad, en el espacio por el mismo cuerpo»20.
El cuerpo participa esencialmente en la constitución humana. «En las profundidades de nuestro propio cuerpo hemos de creer con la fe, enseñe lo que enseñe la razón, que hay un espíritu que lucha por conocerse, por ser espíritu puro, y como solo puede lograrlo mediante el cuerpo, mediante la materia, la crea y de ella se sirve a la vez que de ella queda preso para verse»21. Unamuno insiste en la carne y en los huesos como concreción individual; sin embargo, la individualidad abarca más que la corporeidad. El cuerpo no es algo desligado del espíritu, sino que se abrazan en estrecha unidad, en cuanto se experimenta y se encuentra integrando en la fuerza total de la acción.
No se trata de la tendencia radical del hambre de ser, sino de la dirección determinada y del perfil que cada hombre da a su vida. El principio de unidad radica, también, en la acción y en el propósito; el hombre encauza en un trayecto delimitado su conato de ser y su encauzando sinérgicamente toda su realidad; por tanto, «el espíritu tiende a concentrarse, mas la energía material tiende a difundirse»22.
2.2 La individualidad manifiesta nuestra temporalidad
La finitud se dispersa en el tiempo. «¿Cómo puedo conservar la individualidad en tan largo tiempo. La otra vida puede excluir el espacio, pero no puede excluir el tiempo?»23. A Unamuno le preocupa el dejar ser él, tal y como es, por esto se interroga por el tiempo que concibe como duración, el cual se le hace un problema. «No quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia»24.
A Unamuno le gusta comparar el fondo de la persona con las entrañas del mar, que parecen gozar de una cierta calma dinámica, pero al pasar de las entrañas a la superficie, la tensión temporal se despliega en olas; la delimitación individual es, por tanto, como un brote del tiempo, nacido de la hondura de la eternidad, «¡Oh, quién pudiera prolongar este dulce momento y dormirse en él y en él eternizarse!»25.
La individualidad es la dimensión histórica del yo, el «yo» histórico, que se mueve en su historia y con su historia; precisamente la vida humana al ser histórica se desarrolla en la cadena del ayer, hoy y mañana26. El hombre tiene la posibilidad de vivir al día, en las olas del tiempo, pero asentado sobre roca viva en el mar de la eternidad. «Al día en la eternidad», es la expresión más adecuada de la temporalidad que la individualidad introduce en la persona, utilizando una terminología metafísica de saber tradicional, pero matizándola en su propio sentido, llamaría a la eternidad sustancia y al tiempo forma.
2.3 La individualidad presenta nuestra finitud constitutiva
«Todo ser creado tiende no solo a conservarse en sí, sino a perpetuarse, y, además, a invadir a todos los otros, sin dejar de ser él, a ensanchar sus linderos al infinito, pero sin romperlos»27. Este es uno de los aspectos fundamentales del ser del hombre que le acompaña siempre desde el origen hasta la plenitud de la existencia; no se trata tan solo de la circunscripción especial, sino de la delimitación esencial. Si el hambre de ser condujera a romper estos linderos, el ser se vería amenazado por la nada, porque su ser empobrecido desaparecería en el todo y la individualidad, con su finitud, contiene y conserva el ser del hombre en el proceso mismo de su realización.
Unamuno quiere «el máximo de individualidad con el máximo también de personalidad». Pocas expresiones como esta manifiestan la función de finitud que cumple la individualidad, en último término, la individualidad nace de la finitud. Precisamente, porque el ser del hombre en su entraña es finitud, se distingue de los demás, se delimita en sí mismo y se constituye como ser único e individual. Ahora se comprende mejor la pasión de Unamuno por el hombre concreto, por su propio yo; para él «es tan sospechoso el adjetivo humano, como el sustantivo abstracto humanidad. Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir un no-hombre»28.
2.4 La individualidad determina nuestra clausura
La finitud de ser que se despliega en la temporalidad, intenta sostenerse atrayendo y concentrando en sí los otros seres; la acción impulsa al recogimiento, a la búsqueda de ser para integrarlo y enriquecerse29. La individualidad está articulada por una poderosa fuerza centrípeta, –instinto de conservación–, subrayando que este aspecto instintivo tiene, para él, su expresión más significativa en el hambre corporal; tener hambre es desear «tomar algo para sustentarse». La individualidad es la acción necesaria que busca satisfacer su proyección hacia fuera, a través de la tendencia definitiva a la conservación.
El horizonte que desde el individuo se pretende no es más que el de los recursos, que se prestan a la satisfacción de las necesidades; «el hombre, pues, en su estado de individuo aislado, no ve, ni oye, ni toca, ni gusta, ni huele más que lo que necesita para vivir y conservarse»30; el hombre que vive solo desde esta dimensión se reduce a lo temporal y finito y su individualidad acabaría siendo oquedad vacía31.
En el orden de la vida humana, el individuo, movido por el instinto de conservación, tiende a la destrucción y a la nada. Se comprende, entonces, que la individualidad tiene su origen en la tensión hacia la nada, subyace en el seno íntimo del ser humano y que la nada como finitud menesterosa funda la limitación, la temporalidad y la clausura del hombre, constituyéndolo individuo.
Otro aspecto de la individualidad como determinación de nuestra clausura es la «labilidad» del «individuo que vive preso del instinto de conservación y de los sentidos, solo quiere conservarse, impide que penetren e inquieten los demás en su esfera, a cambio de que no lo fastidien, renuncia él a penetrar e inquietar los otros»32.
2.5 Conciencia individualidad
En la filosofía de Unamuno se presenta una conciencia dual; por un lado, la irrealidad del acto de la sensibilidad orgánica que lo hace sentirse finito, limitado y, desde otro ángulo, la conciencia que se expresa a través de la voluntad como pasión y sentimiento de extenderse en tiempo y en espacio, intuición propia de la sustancialidad, honda conciencia de sí, que a su vez es pasión y amor.
Desde la conciencia, que es lo más inmediato que sentimos existir, todos los demás seres: vivientes y hasta las mismas rocas tienen también alguna conciencia. A través de la conciencia se sabe como un cuerpo que viene a ser el todo para ella misma, también se puede reducir a la nada. En el plano corporal-sensitivo, la conciencia consiste en sentirse uno vivir, respirar, circular la sangre, funcionar los órganos, sentir uno su cuerpo y la vida en él. Unamuno quiere precisar que la conciencia individual no puede persistir después de la muerte del organismo corporal del que depende, dado que se encuentra fundada sobre el principio de conservación33.
3. Personalidad en Miguel de Unamuno
Si el individuo se caracteriza por su potencia de distinción, separación y conservación; la persona por su potencia de acrecimiento universal, apropiación de todo y perpetuación en su ser. La persona se refiere al contenido, al dentro, «intus», lo propio que posee sí mismo. Unamuno, desde diferentes puntos de vista, quiere abordar la cuestión de la relación entre la persona que vive y la vida de esa persona: «vas saliendo de ti mismo, revelándote a ti propio; tu acabada personalidad está al fin y no al principio de tu vida, vas descubriéndote conforme obras»34.
En esta descripción aparecen dos puntos de vista que se enfrentan y se complementan. Unamuno alude al fondo o principio, desde el cual se revela: «vas saliéndote de ti mismo, revelándote a ti propio»; desde este punto de vista la vida sería una explicación o despliegue de un núcleo interior, el «quien», de cada cual, es decir, la persona. También Unamuno, pone la personalidad al término de la vida, como un resultado coronado por la muerte: «tu acabada personalidad está al fin y no al principio de tu vida»; el hombre haría su personalidad justamente al hacer su vida. Unamuno parte de un concepto existencialista de personalidad que se crea constantemente a través de la libertad expresada por la angustia y la inseguridad35.
La personalidad se desarrolla sin un plan previo, depende al parecer de un contenido por hacer, se desarrolla desde el fondo de sí mismo a medida que se obra, de tal manera que la personalidad adquiere su desarrollo pleno y completo, solo al final de la vida con la muerte. Al respecto escribe: «Y si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poderlo todo»36. Nuestra vida es un suicidio perenne que vivimos eligiendo, la elección en sí misma está llena de tragedia, elegir algo es renunciar a todo lo demás; en cada momento elijo yo mi ser, y simultáneamente renuncio a muchos yos. La dolorosa tensión entre finitud y conato, raíz del hombre, funda la dolorosa contraposición entre individualidad y personalidad; y si de la experiencia de la nada se alcanza el esfuerzo por ser, también por la experiencia de la limitación individual, se penetra en la sustancia personal.
3.1 Vida y personalidad
La supremacía de la vida, del sentimiento, del anhelo y de la fe sobre la razón; constituyen el andamiaje de la filosofía de Unamuno, a pesar de que el tema que más se repita sea el de la muerte; sin la vida no se justifica nada, de la vida depende todo lo que existe; la vida se manifiesta en el vivir del hombre concreto. Unamuno piensa siempre en la centralidad de la vida, como vida plena, la cual no debe prescindir de su finalidad y su trascendencia, si se olvida la otra vida pierde sentido esta. «Hay que anhelar la otra vida por absurda que nos parezca, es más, hay que creer en ella, de una manera o de otra, para vivir»37.
La filosofía de Unamuno puede calificarse como intento de explicar la realidad del hombre y del mundo a partir de un principio unitario de la vida. El modo de comprender el mundo y la vida brota del sentimiento y de la conciencia que tenemos de la vida misma; la vida es temporal, histórica; acontece en el tiempo y en los instantes de sus edades. La vida es biografía, no solo biología, su expresión es un relato; además, yo soy distinto de mi vida. Esta expresión se entiende en que yo no soy toda mi vida, solo un componente suyo, junto con las demás cosas38.
Al pensador Vasco le interesa la vida en cuanto es condición para entender la muerte; yo puedo tomar posición frente a mi vida, puedo oponerme a ella, puedo perderla, porque no soy ella misma; cuando se llega a la muerte, la vida se acaba, aquí es cuando comienza el interés por la vida misma, importa ante todo quien ha vivido y ahora muere, porque se quiere perdurar.
3.2 Misterio de la personalidad
Para Unamuno, «el misterio de la personalidad se presenta por la realidad dramática de la vida interior y exterior, manifestada por la preocupación de un yo profundo y un yo superficial ¿Seré como me creo o como se me cree?»39. Él está convencido que hay un yo profundo, radical, permanente y otro yo pegadizo, pasajero, accidental. «Qué es de mí, de este pobre yo frágil, de este yo esclavo del tiempo y del espacio, de este yo que la razón me dice ser un mero accidente pasajero, pero por salvar al yo profundo al cual vivo, sufro, espero y creo»40.
Unamuno identifica el yo íntimo con lo que se quiere ser, importa poco lo que se es41; dado que lo que se es solo es actualidad, presencialidad, caducidad, lo cual tiende a desaparecer en el instante que pasa. Frente a este yo temporal que se desvanece, aparece el yo volitivo identificable con el deseo y con el ideal soñado; más importante que el yo real que somos. En este aspecto, no se debe olvidar el método unamuniano de afirmación de contrarios, donde el «yo que se quiere ser y el yo que se es», o el yo interior y el yo exterior, desencadenan una lucha insistente, una tragedia que se convierte en la permanente agonía del vivir entre la individualidad y la personalidad.
3.3 La personalidad es nuestra infinitud
La personalidad, según Unamuno, traduce conato de ser, esfuerzo por persistir, no implica tiempo finito, sino indefinido. El conato que es perpetuación, anhelo de infinitud, conlleva el dinamismo de la acción; «al hombre, o le sobra materia o le sobra espíritu, o mejor dicho, siente hambre de espíritu, esto de eternidad o hambre de materia que es resignación, anonadamiento»42. El hambre de infinito es seguramente la revelación primaria de la conciencia de la persona, la conciencia, antes de conocerse como razón, se conoce más bien como voluntad de no morir. En este sentido, la personalidad se refiere principalmente hacia dentro y su interioridad manifiesta la infinitud.
3.4 La personalidad muestra la dimensión de eternidad
En la sucesión de los momentos, que se despliegan en nuestra individualidad, hay un fondo de continuidad que envuelve el precedente con el subsiguiente, lo cual puede ser lo íntimo de la persona. «El fondo sentimental es nuestro anhelo de no perder el sentido de la continuidad de nuestra conciencia, de no romper el encadenamiento de nuestros recuerdos, el sentimiento de nuestra identidad personal, concreta… ¿Quién a los ochenta años, se acuerda del que a los ocho años fue, aunque sienta el encadenamiento entre ambos?»43.
Aparentemente se trata de buscar un principio de individuación espacio-temporal, pero Unamuno insiste más en la relación con el tiempo. El tiempo en dos formas: el propósito que apunta al futuro y la memoria en que pervive el pasado; «la eternización del momento presente» en que va siendo y dejando de ser, un pasado recordado en la memoria y un futuro anticipado en un propósito o proyecto vital; pero podría preguntarse, ¿por qué soy yo el mismo que recuerda y anticipa? Y sobre todo, ¿cómo y en qué medida poseo yo, la persona que yo soy, ese pasado y ese futuro, es decir, mi vida?44. Desde esta perspectiva se comprende, que junto con el principio de unidad individual, el hombre está constituido por un principio de continuidad temporal personal45.
¿Cómo puede vivir y gozar de Dios eternamente un alma humana sin perder su personalidad individual, es decir, sin perderse? ¿Qué es la eternidad por oposición al tiempo? ¿Cambia el alma o no cambia en la otra vida? Si no cambia, ¿cómo vive? Y si cambia, ¿cómo conserva su individualidad en tan largo tiempo? Y la otra vida puede excluir el espacio, pero no puede excluir el tiempo46.
Mientras la fugacidad de la finitud lleva al hombre al tránsito temporal, la permanencia del conato le presta una cierta eternidad fugitiva que acaba ausentándose en Dios. La dimensión personal de eternidad es el profundo centro desde donde debe vivir el hombre porque, en su raíz, la vida no es más que la revelación continúa en el tiempo de lo eterno que encierran las entrañas. «¡Eternidad! ¡Eternidad! Este es el anhelo, la sed de eternidad es lo que se llama amor entre los hombres, y quien a otro ama es que quiere eternizarse en él. Lo que no es eterno tampoco es real»47.
3.5 La personalidad constituye nuestra apertura
A través del esfuerzo por permanecer en su ser y por su anhelo de ser más, le abre al hombre la posibilidad de comunicarse con la realidad entera; por tanto, donde haya un intento de ser, por menesteroso que sea, existe una tensión irresistible a la comunicación con todo. Unamuno ha escuchado este latido del ser en su misma intrahistoria, «¡Ser, ser siempre, ser sin término!, !sed de ser más!, ¡Hambre de Dios !Sed de amor eternizante y eterno!»48.
El ser es constitutivamente comunicación amorosa y cuando está encerrado en la finitud, esta donación se convierte en amor doloroso por perdurar y hacer perdurar. Unamuno sitúa en esta dimensión de apertura el instinto de perpetuación, quien se abre se perpetua, quien se cierra en sí mismo se conserva; pero no es instinto de perpetuarse genéticamente, más bien, de ser en el sentido «metafísico». Al respecto escribe: «Todo ser creado tiende no solo a conservarse en sí, sino a perpetuarse, y, además, a invadir a todos los otros, a ser los otros sin dejar de ser él, a ensanchar los linderos de infinito, pero sin romperlos»49. Se concluye, que el principio de individuación tiende a la conservación, mientras que el de personalización a la proyección.
3.6 Desde la personalidad el hombre ejerce su comunicación
Unamuno da gran importancia a la memoria como realidad íntima de la persona. No la considera como mera facultad del recuerdo, la ve como el núcleo por medio del cual la persona toma conciencia de su ser y, por lo tanto, afirma su personalidad. Sin memoria no hay personalización, ni mucho menos comunicación. Si no fuera por la memoria nos perderíamos en las cosas que nos rodean y que constituyen la individualidad, dado que es el centro donde nos encontramos con nosotros mismos y con los otros; y, por consiguiente, con la humanidad entera.
La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición es la base de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo de perseverar, por hacerse esperanza, es esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir50.
Se puede afirmar «yo soy sociedad y dentro de mí son los demás, y viven todos». Precisamente, el hambre de ser realiza esta tarea, en cuanto nos hace presente y nos comunica a nosotros cuanto conocemos y amamos. La conciencia de cada uno es una sociedad de personas; una persona aislada deja de serlo, pues, ¿a quién en efecto amaría? Y, si no ama, no es persona. Esta íntima comunicación está dificultada por los límites constitutivos de nuestra individualidad, pero hay que debilitarlos y traspasarlos. Para ello, se precisa la interiorización solitaria que precede al amor común y el dolor como dimensión que lleva a sensibilización de toda la realidad que circunda.
Desde este centro personal se hace posible la comunicación con el universo entero encerrado en nosotros; y el hombre, por su amor, entra en contacto vivo con todas las cosas del universo. A través del amor se llega a las cosas con nuestro ser propio y, tras ellas, en sus entrañas, como en las mías, está Dios. La persona, por tanto, es el hombre interior, que en su hambre amorosa de ser está abierta en comunicación fecunda con la realidad del mundo y de los hombres, con la realidad de Dios, que sostiene todo51.
3.7 El «otro» usurpa mi personalidad, pero es existencialmente necesario
En la antropología de Unamuno aparece con gran insistencia la irrepetibilidad de la persona y, por ende, el miedo al «otro» como un «tú» que puede llegar a ser interlocutor52; entre otras cosas, porque quiere seguir siendo él, no quiere morirse y la otra vida le preocupa en cuanto le da la posibilidad de seguir siendo él, «especie única», diferente a los demás. Rasgos que lo hacen portador de una antropología de lo insustituible. Con insistencia escribe: «cada hombre es, en efecto, único e insustituible; otro yo no puede darse; cada uno de nosotros, nuestra alma, no nuestra vida vale por el universo entero»53.
Si cada persona es insustituible y única, corresponde que su obrar se manifiesta como la marca de su singularidad. Obrar equivale a ser insustituible y a manifestarse distinto de los otros, pero hacerse distinto a los otros conlleva un dominio y una absorción de los otros, en aras de mi propio yo. «Obrando de modo que nos hagamos insustituibles, acuñando en los demás nuestra marca y cifra, obrando sobre nuestros prójimos para dominarlos, dándonos a ellos, para eternizarnos en lo posible»54.
Aplicando el concepto de individualidad y personalidad al «otro», donde la individualidad es afirmación del yo y, por lo tanto, extensión, y la personalidad es riqueza interior; se concluye que el «otro» es todo aquel que perturba mi riqueza interior y no me deja ser insustituible. El «otro» obstaculiza mi personalidad, no hace crecer mi personalidad, roba mi personalidad, «amar al prójimo es querer que sea como yo, que sea otro yo, es decir borrar la línea divisoria entre él y yo, suprimir el mal. Mi esfuerzo por imponerme al otro, por ser y vivir yo en él y de él, por hacerle mío –que es lo mismo que hacerme suyo–, es lo que da sentido religioso a la colectividad, a la solidaridad humana»55.
3.8 Autenticidad-inautenticidad en la personalidad
Si para Unamuno el otro usurpa mi personalidad y solo el «otro» es un mero yo aparte de mí que no entra en diálogo, no es un tú interlocutor, entonces, la autenticidad de la personalidad está basada en la afirmación de su propio ser. Una auténtica personalidad es aquella que a lo largo de la vida se propone un único ideal y lucha por conseguirlo sin desistir jamás, ni cambiarlo, por nada del mundo. Es esta realidad de autenticidad la que hace exclamar al Quijote: ««yo sé quién soy»; lo cual equivale a afirmar: ¡yo sé quién quiero ser!, es decir, que el propósito en este caso se identifica con la persona, forma un todo indivisible con ella»56.
Don Unamuno también concibe a la persona auténtica como ser heroico, de un solo propósito, firme en una sola decisión, obediente a una vocación; cualquiera que sea y por encima de diversas presiones o razonamientos lógicos; «pues, fue (…) Don Quijote quien poniéndose en ridículo como alcanzó su inmortalidad. Hay que saber ponerse en ridículo y no solo ante los demás, sino ante nosotros mismos»57.
Una vida auténtica tiene siempre un objetivo. Unamuno es consciente de que no solo está, sino que está por una razón grande, la cual no puede pasar desapercibida. «Proverbial se ha hecho la frase de que la cuestión es pasar el rato, o sea matar el tiempo. Y de hecho hacemos tiempo para matarlo. Pero hay algo que nos ha preocupado siempre tanto o más que pasar el rato, fórmula que marca una posición estética y es ganar la eternidad»58; una personalidad auténtica busca por doquier afirmar su personalidad.
Si cada persona es única e insustituible, ser auténtico equivale a serse, a sentirse como insustituible, una persona inauténtica es aquella que quiere ser otra; porque no se hace, ni se siente insustituible, tampoco tiene conciencia de su ser: «Querer ser otro es dejar de ser uno el que es. Me explico que uno desee tener lo que otro tiene, sus riquezas o sus conocimientos; pero ser otro es cosa que no me la explico. Más de una vez se ha dicho que todo hombre desgraciado prefiere ser el que es, aun con sus desgracias, a ser otro sin ellas (…) irle a uno con la embajada de que sea otro, es irle con la embajada de que deje de ser él»59.
4. Relación conciencia-individualidad-personalidad
Uno de los principios fundamentales de la metafísica de Unamuno es la identificación del ser con la conciencia. «Lo único de veras real es lo que se siente, sufre, compadece, ama y anhela, lo único sustancial es la conciencia»60. El ser y la finalidad se identifican con la conciencia, se sigue que la conciencia se convierte en el problema fundamental de la personalidad, «donde no hay personalidad tampoco hay conciencia»61; más aún, el hombre existe solo porque tiene conciencia de su existencia y su existencia es problema de personalidad62.
La conciencia personal es el punto de referencia obligado para individualizar las otras conciencias; el hombre no se resigna a estar solo en el universo como conciencia, ni a ser un fenómeno objetivo más, quiere salvar su objetividad vital o pasional, haciendo vivo, animado y personal al universo63. «La conciencia también es "conscientcia", conocimiento participado, consentimiento, y con-sentir es compadecer. La conciencia se identifica con la congoja, con el conocimiento más subjetivo de sí mismo, pero este mismo conocimiento es universal, "porque lo singular no es particular, sino universal"»64.
4.1 El dolor revela mi realidad individual y personal
Ante el dolor son variadas las posiciones reflexivas que se han tomado a lo largo de la historia; según Unamuno, «el único misterio verdaderamente misterioso es el misterio del dolor». Cada persona ante el dolor reacciona de diferentes modos: para algunos, el dolor se presenta como un enemigo y absurdo que reduce y niega las posibilidad de ser y de crecimiento, oprime y anula mi esencia; desde esta postura el dolor es negativo dado que, en vez de revelar el ser, lo esconde y lo opaca. En consecuencia, el existir se manifiesta imperfecto. Paradójicamente, Unamuno concibe el dolor como una posibilidad de perfección, perpetuación y conocimiento de sí mismo y de racionalización; cuanto más se sufre, más se toma conciencia de sí. El dolor no es un enemigo o un agente externo del ser del hombre; revela lo más profundo y lo más esencial del ser y de su situación65.
El dolor nos ubica inmediatamente frente a nosotros mismos y esclarece con mayor énfasis el sentido profundo de nuestra humanidad como continente y contenido. No hay realidad más adecuada que el dolor para revelar la individualidad como continente, porque revela la finitud. Frente al dolor nos encontramos: impotentes, inútiles, asombrados, solos, nadie puede llevar mi dolor por mí, el dolor no es transferible, cada individuo siente a su modo su dolor. El dolor revela mi personalidad y me personaliza, porque es riqueza interior; cuando se asume el dolor con conciencia y se integra en la personalidad con sentimiento y anhelo de sentirlo todo, se convierte en riqueza y en contenido; al respecto afirma Don Miguel: «el que no sufre, y no sufre porque no vive, es ese lógico y congelado ens realissimum, es el primum movens, es esa entidad impasible, y por impasible no más que pura idea. La categoría no sufre, pero tampoco vive y existe como persona»66.
El dolor expresa mi finitud, pues, cuando soy y siento todo, el dolor se convierte en la realidad verdadera que manifiesta mi contingencia real y deseo existencial supremo de serme siempre; desde esta óptica, el dolor se presenta como categoría ontológica que revela mi individualidad y personalidad67. Frente al dolor no sirve la razón, no existen argumentos que expliquen el mismo dolor; los conceptos no sirven, solo el sentimiento da certeza de estar viviendo y seguir viendo ante la realidad del dolor.
Para Unamuno «el dolor es la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad pues solo sufriendo se es persona. Y es universal, y lo que a los seres todos nos une es el dolor, la sangre universal o divina que por todos circula. Eso que llamamos voluntad ¿qué es sino dolor?»68. El dolor perfecciona, quien en el dolor no ve sino el aspecto de padecimiento y de mal y no el de comprobación real y suprema de que uno es real, naturalmente tiende a despersonalizarse. El dolor da sentido de realidad y enfrenta con nuestra propia realidad.
El dolor físico hace su arribo a través de la experiencia del límite. Sabia certeza del límite, extraña incerteza la del límite que patentiza la pobreza y debilidad de la materia en cuanto tal, a la vez crea un interrogante angustioso: ¿de dónde me proviene mi propio dolor? Cuando en mi vida surgen las situaciones realmente dramáticas, como dolor físico irremediable, de inmediato se quieren buscar respuestas y culpables, aquí entonces surge la pregunta existencial: ¿qué sentido tiene el dolor? Estas son las cosas que con mayor frecuencia dan al hombre la convicción de su limitación y de su impotencia. El sufrimiento solo lo vivo en carne propia, ningún otro puede saber cuán intenso es el dolor que siente mi cuerpo; en este sentido el dolor se convierte en categoría de individualidad y la personalidad.
El dolor revela a la vez mi individualidad y mi personalidad; cuando padezco una enfermedad que me produce fuertes dolores soy yo el que la siento, así el médico sepa científicamente la razón y el malestar del dolor corporal, jamás podrá sentir lo que yo siento, soy yo el que lo vivo y siento. Una aproximación es lo que la ciencia dice para explicarme el dolor y otra muy distinta la que experimento cuando siento el dolor.
El dolor también tiene la otra cara positiva: revela y acrecienta mi personalidad, me hace fuerte, saca a la superficie lo más profundo de mi interioridad. No es lo mismo la experiencia de dolor para un creyente que para una persona sin ninguna experiencia religiosa. El dolor también se convierte en categoría de personalización cuando se padece una enfermedad incurable; o para aquella persona que por su vejez espera la hora de su muerte; estas situaciones hacen que el hombre asuma una actitud positiva y, por tanto, acreciente su personalidad; desde este punto de vista, el dolor se convierte en fiel pedagogo que revela y afianza el contenido de la personalidad.
4.2 El dolor manifiesta la unidad de la persona
Si el dolor revela nuestra realidad es porque nos hace tomar conciencia de nuestra unidad. El dolor es un atentado al estado de unidad actual. Para tomar conciencia real y segura de que un miembro del cuerpo nos pertenece y que continúa perteneciéndonos, no hay mejor medio que el dolor. Hacer que a uno le duela su ser entero es llegar a la conciencia agónica de su unidad total. El dolor revela la autenticidad y es camino para superar la inautenticidad. «La esencia ontológica del dolor no consiste primaria, ni esencialmente en que suponga un mal, sino en que nos revele de manera segura nuestra realidad y su grado»69. Nuestro ser se comprende desde el sufrimiento, pero es necesario que el hombre asuma el dolor no por obligación, o como condición para vivir, ni tampoco hay que soportarlo estoicamente, o para sentirse o ser un mártir, sino que lo asuma como búsqueda de realidad entitataria y unitaria, en donde «la vida se dé y se mantenga a sí misma en vida»70.
El sufrimiento es un bien o, mejor, es el bien por excelencia, entendiéndolo como medio y no como fin; el hombre por medio del sufrimiento encuentra el sentido de su vida. Propiamente aquí se responde a lo que aparentemente es una contradicción, el sufrimiento es una categoría de perfección, dado que la bondad está en la medida en que me empuja hacia la toma de conciencia personal y conciencia universal.
4.3 Conciencia y dolor
Sobre el dolor ha escrito Unamuno páginas conmovedoras y llenas de significado ontológico. El dolor es la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad. Solo en el dolor «existimos y existen aquellos que amamos, nos dice que existe el mundo en que vivimos, y dolor nos dice que existe y que sufre Dios»71.
«Y si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo»72. Este es uno de los textos que revela con mayor fuerza el dolor, como condición de individualidad, donde el «continente» expresa el dolor, porque es límite y determinación de mi realidad finita; estoy condenado a ser en el espacio y en el tiempo, me hago persona en la medida que hago a todos los otros y al mismo mundo «míos», conciencia.
Al no darnos cuenta de la existencia en nuestro cuerpo de determinados órganos (como el estómago, el corazón, las muelas, hasta que el dolor físico nos lo descubre), de igual forma se desconoce la existencia de lo íntimo hasta que el dolor nos permite captarlo. El dolor lo personaliza todo y nos hace sentir que existimos a través de hacernos conscientes de nuestro dolor.
El dolor, que despierta la conciencia, consiste esencialmente en la sensación del propio límite; nos captamos, como distintos de los demás seres; limitados y finitos; nos damos cuenta de lo que somos y al mismo tiempo de lo que no seremos. «Me siento yo mismo al sentirme que no soy los demás, saber y sentir hasta dónde soy, es saber dónde acabo de ser, desde dónde no soy»73. Esta constatación del límite hace brotar el deseo de asimilar todo lo demás, querer ser todo lo demás, querer serlo todo, sin dejar de ser lo que uno es.
El dolor es ciertamente la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, de tal forma que «solo sufriendo se es persona»74. La existencia humana camina sobre el filo de dos polos antitéticos: el hombre se ve continuamente obligado a escoger entre la conciencia o la inconsciencia, entre el dolor y el goce; y será tanto más hombre, es decir, tanto más divino, cuanto más se pueda inclinar al sufrimiento y respectivamente aceptarlo.
4.4 Conciencia y congoja
La plenitud de la conciencia, según Unamuno, se logra solo cuando a uno le duele el ser entero, solo así se es capaz de sentir la congoja, que es el sentimiento más hondo, más íntimo y espiritual. La congoja hace que los hombres vuelvan sobre sí y que se den cuenta de que hacen lo que están haciendo y que piensan lo que están pensando. El no acongojado: «piensa que piensa y sus pensamientos son como si no fuesen suyos. Ni tampoco es él mismo»75.
La situación de congoja hace que se experimente la conciencia como en estado agónico, la cual se caracteriza por no saber lo que es y lo que no es; lucha permanente entre el todo y la nada; el todo aspira sin poder nunca conseguirlo, y la nada, sin poder borrar su vacío de su horizonte; la conciencia agónica es, por tanto, la hora de la verdad y la clave más importante de la existencia, en que se comprueba en realidad qué tanto hay de continente: «individualidad» y qué grado de contenido: «personalidad».
4.5 Conciencia del Dios que sufre
Como ser finito, el hombre se lanza hacia Dios que «es», siendo el único ser donde puede encontrar su todo; todo el sentimiento trágico de la vida es un sentimiento de hambre de Dios, de carencia de Dios, a tal punto que «creer en Dios es ante todo y sobre todo, he de repetirlo, sentir hambre de Dios, hambre de divinidad, sentir su ausencia y vacío, querer que Dios exista. Y es querer salvar la finalidad humana del universo»76. Unamuno siente hambre dolorosa de Dios, pero la sed y el hambre de Dios no significan querer llegar a Él para perderse en Él, lo que quiere en definitiva es ser Él, quiere atrapar el infinito en el finito y no que el finito se pierda en el infinito77.
La realidad de la individualidad y personalidad en relación con Dios, también se le presenta como contradicción: teme ser absorbido por Dios, pero siente la necesidad de dirigirse a Dios para serlo todo, por ello habla del peligro de la experiencia de los místicos, como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz que se perdieron en el Todo. «La mística que es experiencia íntima del Dios vivo en Cristo, experiencia intransmisible, y cuyo peligro es, por otra parte, absorber en Dios la propia personalidad, lo cual no salva nuestro anhelo vital»78.
El deseo de ser y de serlo todo, de ser Dios en última instancia, y de no perder la propia identidad; de «seguir siendo el que soy», se convierte en la fuerza que lleva a buscarlo en lo más íntimo de nosotros y, por supuesto, encontrarlo a Él, quien sufre y padece nuestra limitación. Al sentir a Dios se hace que Dios viva en nosotros y se personalice Todo para salvarnos de la nada.
La existencia de Dios me lleva, a su vez, a entender que no existe Dios, «más bien sobre-existe y está sustentando nuestra existencia, existiéndonos»79. Dios está en nuestro corazón cuando lo sentimos como Conciencia y no ya solo como Razón impersonal y objetiva del universo. Dios sigue sufriendo con nosotros y haciéndonos sentir que Él sufre en nosotros y que nuestro sufrimiento es en cierta forma su sufrimiento80.
Unamuno, al hacer la opción por el hombre de carne y hueso, hace a la vez la opción por Dios como persona encarnada en cada uno de nosotros, sin mengua alguna de nuestra individualidad. Al respecto afirma:
Ese en que crees, lector, ese es tu Dios, el que ha vivido contigo, y nació contigo y fue niño cuando eras tú niño, fue haciéndose hombre según tú te hacías hombre, y que se te disipa cuando te disipas, y que es tu principio de continuidad en la vida espiritual, porque es el principio de solidaridad entre los hombres todos y en cada hombre, y de los hombres con el Universo y que es como tú, persona. Y si crees en Dios, Dios cree en ti, y creyendo en ti te crea de continuo. Porque tú no eres en el fondo sino la idea que de ti tiene Dios; pero una idea viva, como de Dios vivo y consciente de sí, como de Dios Conciencia, y fuera de lo que eres en la sociedad no eres nada81.


Pie de página
1El problema de Unamuno no es del ser, sino el de ser. Su preocupación es antropológica, no metafisica. Todos los demás problemas: bienestar social, fraternidad y progreso, cobran sentido si se sitúan a la luz de la inmortalidad. Resuelta la parodoja de la muerte, todo cobra sentido, no resuelta esta, lo demás aparece vacío. 

2Miguel de Unamuno, sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (Madrid: Alianza, 1995), 48. 

3ibíd., 25. 

4ibíd., 26. 

5ibíd., 53. 

6Es fundamental comprender el principio de unidad y continuidad para entender el sentido de individualidad y personalidad, aunque se oponen se necesitan. «La unidad y la continuidad son los dos resortes que sostienen y fundan la existencia de cada ser; por esto, todo lo que en mí conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme y, por tanto, a destruirse». Ibíd., 28. 

7ibíd., 53. 

8ibíd., 139. Unamuno, en diferentes citas, amplía la visión de relación con Dios y con los hombres: «El Dios vivo, tu Dios, nuestro Dios, está en mí, está en ti y está en nosotros por el hambre que de él tenemos, por el anhelo haciéndose apetecer». Ibíd., 171. «Para dominar al prójimo hay que conocerlo y quererlo. Tratando de imponer mis ideas, es como recibo las suyas. Amar es querer que sea como yo, que sea otro yo, es decir, es querer borrar la divisoria entre él y yo, suprimir el mal. Mi esfuerzo por imponerme a otro, por ser y vivir yo en él y de él, por hacerlo mío». Ibíd., 254. 

9Para Unamuno, la metafísica solo tiene valor en cuanto trata de exponer cómo puede o no explicarse la inmortalidad. Según esto habrá siempre dos metafísicas: una racional y otra vital, las dos en conflicto perenne, la una parte de la noción de causa y la otra de sustancia. Cf. Ibíd., 210. 

10Julián Marías es partidario que Unamuno da por supuesto que se sabe ya lo que es el individuo y lo que es la persona, y solo alusivamente los distingue. "Lo individual es lo diferenciado, lo separado dentro de un todo, la especie, lo limitado externamente. En cambio, el atributo que insistentemente aplica a la personalidad es el de riqueza, y a veces el de propiedad". miguel de Unamuno (Madrid: Espasa Calpe, 1997), 218. 

11Miguel de Unamuno, op.cit., 166. 

12«Y si el individuo se mantiene por el instinto de conservación, la sociedad debe su ser y su mantenimiento al instinto de perpetuación de aquel». Ibíd., 41. 

13José González, Dos actitudes ante la vida: nietzsche y Unamuno (Roma: Pontificia Universidad Gregoriana, 1960), 131. 

14El ser individual es la realidad primaria: «Nada hay más universal que lo individual, pues, lo que es de cada uno lo es de todos. Cada hombre vale más que la humanidad entera, ni sirve sacrificar cada uno a todos, sino en cuanto todos se sacrifiquen a cada uno». Miguel de Unamuno, op. cit., 59. 

15Juan David García Bacca, en su estudio sobre Unamuno, hace notar cómo la presencia de la nada o sentirse un ser para la muerte y el pensarse no existiendo, al constatar que es posible la nada o el todo, se le revela profundamente el sentido y el contenido de la individualidad. nueve grandes filósofos contemporáneos: Bergson, Husserl, Unamuno, Heidegger, scheler, Hartman, W. James, Ortega y Gasset (Barcelona: Anthropos, 1990), 97-175. 

16Frente a nuestra existencia individual se levanta la plenitud y la nada que, desde horizontes opuestos, iluminan el ser en su conciencia de existente. Uno y otro extremo actúan conjuntamente como soporte ontológico de la existencia. El ser siente su propio límite, el no ser. Sin embargo, es difícil precisar qué entiende Unamuno por nada. Por un lado, la ve como presencia aterradora, suprema angustia: desde el lado positivo, a través de la nada nace el conato del ser y de serlo todo. «Hay que perderse en esa nada que nos aterra para llegar a la vida eterna y serlo todo. Solo haciéndonos nada llegamos hacerlo todo». Miguel de Unamuno, op. cit., 139

17ibíd., 60. 

18«Lo que determina la individualidad de un individuo es siempre aquello irrepetible, rigurosamente suyo y, por lo tanto, insubsumible bajo ninguna forma genérica, lo estrictamente incomunicable, su materia: Esta carne, estos huesos y esta alma». Tomás de Aquino, suma teológica, trad. F. Lachat (México: Espasa-Calpe, 1996), Art. 4. 

19Miguel de Unamuno, op. cit., 220. 

20ibíd., 26. 

21Unamuno, con un ejemplo claro, muestra cómo el espíritu queda individuado y matizado por el cuerpo mismo. «Solo puede verse uno la cara retratada en un espejo, pero del espejo en que se ve queda preso para verse, y se ve en él tal y como el espejo le deforma, y si el espejo se le rompe, rómpesele su imagen, y si se le empaña, empáñasele su imagen», ibíd., 200. 

22Ídem. 

23ibíd., 264. En relación con el tiempo y el espacio escribe don Miguel: «¿Qué es de mí, este pobre yo frágil, de este yo esclavo del tiempo y del espacio, de este yo que la razón me dice ser un mero accidente pasajero, pero por salvar al cual vivo y sufro y espero y creo en mi yo?». Ibid., 234. 

24ibíd., 59. 

25Ídem. 

26Con respecto a la concepción del tiempo y del especio, los considera como enemigos y asfixiadores de la libertad interior, además los proclama, los tres más crueles tiranos del espíritu. Cf. Ibíd. 74. 

27ibíd., 197. 

28ibíd., 21. 

29Unamuno hace referencia al instinto de conservación como fuerza centrípeta y clausura de la individualidad, dice: «Es el instinto de conservación el que nos hace la realidad y la verdad del mundo perceptible, pues del campo insondable e ilimitado de lo posible es ese instinto el que nos saca y separa lo para nosotros existente. Existe, en efecto para nosotros todo lo que, de una u otra manera, necesitamos conocer para existir nosotros; la existencia objetiva es, en nuestro conocer, una dependencia de nuestra existencia». Ibid., 41. 

30ibíd., 40. 

31Al respecto, escribe Unamuno: «El individuo, movido por el instinto de conservación tenderá a la destrucción, a la nada, si no fuese por la sociedad que dándole el instinto de perpetuación creador del mundo espiritual, le lleva y le empuja al todo del mundo. Un individuo suelto, puede soportar la vida y vivirla buena, y hasta heroica, sin creer en manera alguna inmortalizarse», ibíd., 201. 

32ibíd., 255. 

33¿Qué es, pues, para Unamuno esta conciencia individual que muestra la limitación?: «Una simple sensibilidad refleja consciente del soma, un simple acto vital de autopercepción, dependiente de la organización del cuerpo, ¿y cómo puede subsistir? ¿Y, cuando acabe esa organización del cuerpo que se llama vida, qué es lo queda del hombre? La respuesta de Unamuno sería "para el universo nada, para mí todo. Un todo vivo dentro de la conciencia, de mi conciencia, incluso la conciencia de mí mismo"». José Homero Martínez González, El drama del hombre en el teatro de D. miguel de Unamuno: Estudio crítico de su antropología para el teatro (Roma: Pontificia Universita San Tommaso D'Aquino in Urbe, 1977), 32. 

34Miguel de Unamuno, op. cit., 186. 

35En relación con la persona que se hace constantemente en libertad, J. María Sánchez Ruiz, habla de la tragedia de la libertad en Unamuno. «Si el ser es hacerse y este hacerse es totalmente libre desvinculado de todo, aparece claro que cada uno es lo que quiere ser. En cada momento el hombre es dueño y señor de su propio ser; existir es decidirse, elegirse; se podría decir que la existencia precede a la esencia, yo elijo mi ser, formo mi esencia; soy en un determinado momento lo que yo escojo. Esto genera dos trágicas consecuencias. Por una parte si yo soy el que me hago y elijo, una vez que he elegido este proyecto, soy este proyecto, pero por otra parte no puede detenerme, me anularía, debo comenzar de nuevo. (…) Vivir es ir muriendo e ir renaciendo. El que soy yo hoy, mi yo de hoy enterrará al yo de ayer, como mi yo de mañana enterrará al de hoy. El alma es un cementerio en que yacen todos nuestros yos que finaron, todos los que fuimos». La estructura trágica y problemática del ser según miguel de Unamuno (Roma: Salesianum, 1960), 594. 

36Miguel de Unamuno, op. cit., 139. 

37ibíd., 237. 

38Según Julián Marías el segundo yo de Ortega no agota al ente humano. En Unamuno interesa el primer yo, el que incluye la circunstancia, el que no es puro sujeto del vivir. La circunstancia de hecho está definida por estar en torno a un yo, él es quien le da carácter unitario y circunstancial, pero no se puede definir el yo por la circunstancia como punto central. El yo es inseparable de la circunstancia y no tiene sentido separarse de ella, la circunstancia solo se constituye en torno a un yo, que es alguien, persona. El yo no es mero soporte o sustrato de la circunstancia, no es solo el que vive con ella, sino quien hace la vida con la circunstancia, dando a ese quien su riguroso sentido personal. Cf. Julián Marías, op. cit., 70. 

39Antonio Sanchez Barbudo, «El misterio de la personalidad en Miguel de Unamuno», revista de la universidad de Buenos aires 15 (1950): 201. 

40Miguel de Unamuno, op. cit., 235. 

41Unamuno, por medio de sus textos, deja claro que lo más importante «es lo que se quiere ser». Por ello, comentando un texto del humorista O. Wendel Holme, que habla de los tres «juanes» y de los tres «tomases», el que uno es, el que se cree ser, y que le creen los otros, Unamuno completa y añade un cuarto, el que quisiera ser y este es el más importante, el verdadero. Cf. Ibíd. 973. 

42ibíd., 256. 

43ibíd., 214. 

44Julián Marías, op. cit., 224. 

45Cf. Rogelio García Mateo, quien con relación a la concepción del tiempo en Unamuno, manifiesta que entre eternidad y tiempo existe una relación indisoluble, no constituyen dos dimensiones opuestas, como podrían serlo el tiempo y lo intemporal, sino que se encuentran íntimamente unidas, de modo a como están relacionadas la materia y la forma. Cada instante, cada fracción del tiempo es una manifestación de la eternidad. Cada momento, a su vez, va incorporándose a la eternidad y queda allí conservado, es como una eternización de la momentaneidad. Y, sin embargo, la eternidad no es una suma de instantes, ni una duración infinitamente extensa, sino cabalmente el ahora, sin pasado y sin futuro. El instante es el punto en el cual queda mediada la oposición entre lo temporal y lo eterno. Cf. «Las contradicciones de Unamuno: Base de su pensamiento», Pensamiento. revista de investigación e información filosófica 169, Vol. 43 (1987). 

46Miguel de Unamuno, op. cit., 211. 

47ibíd., 53. 

48ibid., 54. 

49ibíd., 197. 

50ibíd., 26. 

51Al respecto, escribe Unamuno: «El amor personaliza cuanto ama. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo, y tan fuerte y desbordante que lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el total Todo también tiene una conciencia, conciencia que a su vez sufre, compadece y ama, es decir, es conciencia. Ahora, entonces, es menester que lo sientas todo dentro de ti mismo, que lo personalices todo», ibíd., 140. 

52Con respecto a esta visión del «otro» como usurpador de mi yo, Nelson Orriger, hace un paralelo de los aspectos edípicos de la idea del otro en Unamuno y presenta cómo nuestro autor, cuando hace la reflexión del otro, solo está trayendo a su filosofía la tragedia de Edipo Rey. Cf. «Aspectos edípicos de la idea del otro en Unamuno», revista de Filosofía 19 (1998): 37-53. 

53Miguel de Unamuno, op. cit., 246. 

54Ídem. 

55ibíd., 254. 

56ibíd., 78. 

57ibíd., 276. 

58ibíd., 274. 

59ibíd., 27. 

60ibíd., 140. 

61ibíd., 171. 

62En Unamuno encontramos una conciencia dual que se divide forzosamente en un yo-sujeto y en yo-objeto como polos imprescindibles de referencia. Si la primera conciencia es sensitiva, tendiendo a la conservación del hombre, la segunda es personal, tendencia a la perpetuación. Cf. José Homero Martínez, op. cit., 29-39. 

63«¿Y cómo se sabe que el Universo, o un hombre tiene conciencia y que también la tienen, aunque más o menos oscura, un animal o una piedra? Por el modo como se conducen conmigo; el hombre se conduce, a modo de hombre, como yo; el animal respira vive y pide compasión; la piedra sufre mi conducta; el Universo me envuelve y así concluyo que todo tiene conciencia». Miguel de Unamuno, op. cit., 146. 

64ibíd., 140. 

65A la salud, contrapone Unamuno el dolor, como categoría que motiva la racionalidad. «Si eso de la salud no fuera una categoría abstracta, algo que en rigor no se da, podríamos decir que un hombre perfectamente sano no sería un hombre sino un animal irracional. Irracional por falta de enfermedad alguna que encendiera su razón». Ibíd., 38. 

66ibíd., 194. 

67En relación con el dolor como categoría ontológica, Juan David García Bacca nos dice: «El dolor como condición de posibilidad real de tener real conciencia de sí. Ahora bien: si a lo que un ente interesa sobre todo y ante todo es sentirse real y bien real, y sentir hasta qué grado y profundidad lo es, si es real necesariamente, si es real contingentemente y si el dolor parece ser lo que nos da esa realidad de sensación en superlativo, de realidad en trance de hacerse valer contra el no ser, el dolor ascenderá a categoría ontológica, y en especial la categoría de realidad a criterio supremo de existencia y su grado», op. cit., 104. 

68Miguel de Unamuno, op.cit., 194. 

69Juan David García Bacca, op. cit., 102. 

70ibíd., 104. 

71Unamuno dedica todo un capítulo al dolor en Del sentimiento Trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, y de una manera genial lo titula amor, dolor, compasión y personalidad, para dejar entrever la relación que existe entre estos términos como fundamentos de la conciencia entitativa. Cf. Miguel de Unamuno, op. cit., 134-154. 

72ibíd., 139. 

73ibíd., 141. 

74ibíd., 195. 

75ibíd., 200. 

76ibíd., 177. 

77«Y desear unirnos con Dios no es perdernos y anegarnos en Él; que perderse y anegarse en Él es siempre ir y deshacerse en el sueño sin ensueños del nirvana; es poseerlo, más bien que ser poseído por Él». Ibíd., 205. Parece que cuando Unamuno aborda el tema del infinito en el finito se relaciona con la mística cristiana de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, cuando trazan el camino de la nada para llegar al todo Cf. Op. cit., 35-41. 

78Miguel de Unamuno, op. cit., 83. 

79ibid., 164. 

80Cf. Jürgen Moltman, en el capítulo que dedica a Unamuno, considera la visión del Dios sufriente como una aportación importante para interpretar el problema del dolor y del mal en el mundo desde presupuestos cristológicos. Trinidad y reino de Dios (Salamanca: Sígueme, 1983). 

81Miguel de Unamuno, op. cit., 173.



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Fonte: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-14682013000200003&lng=es&nrm=iso&tlng=es. Título original: Individualidad y personalidad en la filosofía de Miguel de Unamuno