Por Leont Etiel
Cuando una vece más, al amanecer, descendió de la
montaña del tiempo, se le quedó la imagen según la cual la memoria arrastra
también la idea de que las representaciones y las construcciones mentales que
la acompañan han sido sus razones causales. La dimensionalidad del infinito proporciona
una mundovisión inaccesible a la mayoría de las personas, y disponible a los intermitentes
recuerdos del viajero de la intemporalidad.
La soledad de su compañía le hace ver que los símbolos
distintivos que se han dado de la esencia de las cosas son símbolos característicos
del no-ser, y que de este paradojo se ha erguido un ficticio mundo-verdad en
que las personas, como en el teatro, actúan cotidianamente desarrollando el papel
de negarse a sí mismas, en la medida en que el no-ser de sus relaciones es resultado
de una ilusión de ótica moral que ellas precisan continuar manteniendo.
Estos fueron los primeros pensamientos del viajero de
la intemporalidad después de descender de la montaña que constituye la
cosmovisión del infinito. Antes de eso, él ajustó su casi inexistente equipaje sobre
la espalda y guardó un enigmático manuscrito acerca de los cuatro errores de la
humanidad, sus engaños y las causas del sufrimiento. Era final de otoño, y el
día en Montevideo ya tenía temperatura de inverno. Miró adelante y caminó. Observó
con atención la suavidad existencial ostentada por las históricas calles de Ciudad
Vieja. Es una configuración que hace pensar en la posibilidad de la similitud de
cosas disímiles. Conocemos el sonido producido por el batido de las palmas de
la mano. ¿Y cómo suena rectilíneamente el de una sola?
La constancia de los mismos pensamientos y sentimientos
en diferentes momentos de la vida. La estabilidad selectiva de la memoria a lo
que para ella es interesante. La imaginación que no se confunde con ilusión. La
relatividad de tiempo y lugar. La reproducción imaginaria del acto real. Experimentación
mental. El viajero volvió a los primeros pensamientos: la imagen según la cual
la memoria arrastra también la idea de que las representaciones y las
construcciones mentales que la acompañan han sido sus razones causales.
El día marchaba hacia su final, y la luz del sol
comenzaba a anunciar su despedida. Después de un longo recorrido por la avenida
18 de julio, el viajero se quedó en el Parque Rodó. Se dirigió hasta la Rambla
atraído por el viento y por los breves movimientos de las aguas del Río de la
Plata. Acto continuo, tuvo la percepción de que una vida larga depende de
dimensiones como la calma en la forma de vivir, la experimentación de lo que la
memoria conserva, y de saber actuar en el teatro cotidiano de las convenciones
resultantes de la ilusión de óptica moral. Con la desaparición de los últimos
rayos solares, él fue informado por el crepúsculo de que había llegado el momento
de un nuevo viaje.