Por Valeria Bocanegra
Alguien alguna vez al hablar de César Vallejo
mencionó, como quien no quiere la cosa, que Vallejo inventó el surrealismo
antes de que existiera el surrealismo. Esto tiene mucho de verdad, en tanto nos
refiramos a Trilce (1922), publicado dos
años antes que el primer manifiesto surrealista de André Breton; sin embargo, a
Vallejo hay que entenderlo en tres etapas: Los heraldos negros, Trilce y aquellos poemas que fueron publicados
de manera póstuma. Esta segunda etapa es la que podemos llamar más surrealista,
más surrealista que la misma literatura surrealista.
Primero habría que entender el concepto de vanguardia
como una ruptura con las estructuras y modelos tradicionales, tanto en la forma
como en el contenido. Pero decir esto es una generalidad, las vanguardias
pretendían no solo ser una ruptura con lo establecido en los ámbitos artísticos
y literarios, sino también con una postura política. De este modo, la poesía de
Vallejo parecería en un principio ajena a este fin que representan las
vanguardias. Sin embargo, otro elemento característico de las vanguardias,
específicamente el surrealismo que es la que nos atañe ahora, es la idea de la
libertad. Lo vimos con Vicente Huidobro en 1914 cuando en Non serviam el poeta chileno expresaba la
necesidad de un arte que no fuera mimético, sino que, por el contrario, creara
realidades. De una manera similar, André Breton en 1924, dos años después de
que se publicase por primera vez Trilce, en el
primer manifiesto surrealista ensalza la imaginación como una de las mayores
virtudes del ser humano, pues en el hombre la imaginación es completamente
libre.
Es fácil encontrar un vínculo entre la libertad de
lenguaje, de las formas y de lo establecido con la obra literaria de César
Vallejo. El propio peruano escribió en una carta dirigida a Atenor Orrego: “…
siento la suprema responsabilidad del hombre y del artista: la de ser libre. Si
no lo soy ahora, no lo seré nunca”. Hay que situar estas palabras en las fechas
en las que Vallejo se encontraba escribiendo Trilce.
La poesía de Vallejo en general se podría clasificar
como una poesía marginada, sin que esto quiera decir que valga menos. Durante
las últimas décadas la figura de nuestro escritor pareció sacarse del baúl de
las cosas olvidadas, pero lo cierto es que, en su tiempo, no se leía con el
mismo ahínco que ahora. El poeta era un hombre de origen provinciano y, muy por
el contrario a sus contemporáneos, vivió y murió al día y su obra no se leía
mucho.
Difícilmente podríamos adjetivar a Vallejo como un
poeta burgués, e igual de difícil es situarlo dentro de una vanguardia. Siendo
atrevidos, en Trilce podríamos
aventurarnos a localizarlo junto al creacionismo de Huidobro, pero una lectura
inclusive superficial nos sacaría del error.
Si bien es cierto que Vallejo apuesta por la creación de un nuevo lenguaje, la renovación de
la retórica y el habla poética, también lo es que su poesía no pretender crear
realidades. Aun así, no es gratuito el hecho de que la crítica lo haya llamado
surrealista, aunque en un principio pareciera alejarse de la vanguardia de
Breton: definitivamente no estamos hablando de una poesía onírica, ni de una
escritura automatizada, sino todo lo contrario. La complejidad de la poesía de
César Vallejo reside precisamente en el hermetismo que encontramos al leerla,
en la dificultad para hallarle un significado e interpretación, y esto lo
consigue gracias a una identidad estética muy rigurosa. Por eso considero que Trilce de Vallejo es más fiel al surrealismo
que la misma poesía surrealista: el escritor peruano no se traiciona a sí
mismo, innova, es libre y, sobre todo: está vigente. Aún hoy podemos leer su
poesía sin que nos parezca un disparate, un aire de época,
o una moda, como suele suceder con la poesía vanguardista en general.
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