Por Carlos
Boyero
Un cuento chino, dirigida por Sebastián Borensztein, es una
película más amable que agria, digna y creíble, un cuento con origen triste que
se empeña en hacer reales conceptos tan anticuados como la compasión y la
solidaridad, el retrato de una soledad elegida que no se ha enquistado en la
indiferencia ni en el egoísmo. Sus protagonistas son un chino desolado por esos
accidentes absurdos que machacan la existencia, esas pérdidas afectivas que
despojan de sentido al presente y al futuro, aislado y sin un peso en un país y
un idioma que desconoce, y un ferretero solitario y disciplinadamente
maniático, coleccionista de noticias extrañas que aparecen en los periódicos de
cualquier parte, alguien que a pesar de sus imborrables traumas y sus
permanentes fantasmas no ha perdido el sentido de la justicia ni la indignación
moral, dispuesto a soltarle un cabezazo la autoridad irrespetuosa y abusona, al
proveedor que intenta estafarle mínima y cotidianamente en los negocios
acordados, al cliente tocapelotas y melifluo.
La casual, surrealista y protectora relación que
establecen a base de gestos, equívocos e intuiciones estos seres a la
intemperie, aunque la del chino sea absoluta y la del ferretero disfrute de un
refugio tan acorazado como patético, está bien contada. Igualmente, tiene mucho
mérito por parte del director la creación de una atmósfera peculiar
describiendo la desesperanzada vida y los rituales fijos de ese perdedor
introvertido, cascarrabias con causa, secretamente tierno, generoso a su pesar,
incapaz de dejar abandonado a su trágica suerte a un paria que va a alterar su
sagrada intimidad.
No es una película retórica ni sensiblera, aunque el
tema se prestara a ello. Tal vez le sobre el previsible desenlace a este cuento
tierno, pero no está mal pensar que los desamparados afectivos pueden encontrar
alguna vez un lugar en el sol. No suele ocurrir en la vida real, pero las
ficciones se pueden permitir esa esperanza. Además, la taquilla siempre se lo
agradece. Pero, sobre todo, está la interpretación de Ricardo Darín. Te hace comprender,
respetar y querer a ese misántropo que no ha perdido el corazón.
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Disponible en <https://elpais.com/diario/2011/06/17/cine/1308261605_850215.html>