quarta-feira, 6 de junho de 2018

Una soledad con alma y los accidentes que machacan la existencia


                                                        Por Carlos Boyero

Un cuento chino, dirigida por Sebastián Borensztein, es una película más amable que agria, digna y creíble, un cuento con origen triste que se empeña en hacer reales conceptos tan anticuados como la compasión y la solidaridad, el retrato de una soledad elegida que no se ha enquistado en la indiferencia ni en el egoísmo. Sus protagonistas son un chino desolado por esos accidentes absurdos que machacan la existencia, esas pérdidas afectivas que despojan de sentido al presente y al futuro, aislado y sin un peso en un país y un idioma que desconoce, y un ferretero solitario y disciplinadamente maniático, coleccionista de noticias extrañas que aparecen en los periódicos de cualquier parte, alguien que a pesar de sus imborrables traumas y sus permanentes fantasmas no ha perdido el sentido de la justicia ni la indignación moral, dispuesto a soltarle un cabezazo la autoridad irrespetuosa y abusona, al proveedor que intenta estafarle mínima y cotidianamente en los negocios acordados, al cliente tocapelotas y melifluo. 
La casual, surrealista y protectora relación que establecen a base de gestos, equívocos e intuiciones estos seres a la intemperie, aunque la del chino sea absoluta y la del ferretero disfrute de un refugio tan acorazado como patético, está bien contada. Igualmente, tiene mucho mérito por parte del director la creación de una atmósfera peculiar describiendo la desesperanzada vida y los rituales fijos de ese perdedor introvertido, cascarrabias con causa, secretamente tierno, generoso a su pesar, incapaz de dejar abandonado a su trágica suerte a un paria que va a alterar su sagrada intimidad.
 No es una película retórica ni sensiblera, aunque el tema se prestara a ello. Tal vez le sobre el previsible desenlace a este cuento tierno, pero no está mal pensar que los desamparados afectivos pueden encontrar alguna vez un lugar en el sol. No suele ocurrir en la vida real, pero las ficciones se pueden permitir esa esperanza. Además, la taquilla siempre se lo agradece. Pero, sobre todo, está la interpretación de Ricardo Darín. Te hace comprender, respetar y querer a ese misántropo que no ha perdido el corazón.


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Disponible en <https://elpais.com/diario/2011/06/17/cine/1308261605_850215.html>