Carlos Batalla
El Perú que vivió [José
María] Arguedas fue uno mestizo, de variadas tradiciones culturales, creencias
y etnias; un país en formación y que buscaba consolidar su propia identidad.
Por eso él siempre se sintió como un puente, un vínculo entre dos mundos; el
andino y el occidental.
Vivió para escribir y
su esfuerzo por darnos un retrato integral del país le costó la vida, aunque
eso es algo que pocos están dispuestos a aceptar. Porque para entender las
circunstancias en que se produce un texto literario, que es un proceso
artístico, se debe tomar en cuenta variables humanas y emocionales, además del
factor lingüístico.
Desde los cuentos de
“Agua” (1935), pasando por “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1958),
“El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964), hasta su novela autobiográfica
“El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971, póstuma), Arguedas grabó en
molde no solo sus avatares personales, sino que intentó traducir los tiempos
turbulentos que le tocó vivir.
Nació en 1911, entró
en la universidad en 1930, su primer libro data de 1935 y el último de 1971.
Fueron décadas de revoluciones y cambios muy intensos, trascendentales, donde
prácticamente Arguedas dibujó el paso de un país agrario y con rezagos del
siglo XIX a uno de producción masiva y urbanización galopante, moderno.
Por todo eso, esa
tarde del viernes 28 de noviembre de 1969, en un salón de la Universidad
Agraria La Molina, cuando el escritor apurimeño se desencajó un tiro en la sien
que lo hirió mortalmente, el Perú entero lloró su desgracia. Ya había intentado
otro suicidio en 1966, pero esa vez sí lo consiguió. Fueron cuatro días de
agonía, hasta que el martes 2 de diciembre, a los 58 años de edad, murió en el
piso 13 B del Hospital del Empleado, en Jesús María.
Dejó dos cartas: una
para su viuda, la chilena Sybilla Arredondo, y otra para sus alumnos de la U.
Agraria y su rector. ¿Cuándo las escribió? Todo reveló que lo había redactado
entre el 27 y el mismo día del intento de suicidio, el 28. La depresión le
venció la partida, luego de más de 20 años de enfrentarla y luchar contra ella.
“Me retiro ahora
porque siento, he comprobado, que ya no tengo energía e iluminación para seguir
trabajando, es decir, para justificar la vida”, dijo en la misiva
dirigida a los universitarios.
Los médicos nada
pudieron hacer con la bala que se había incrustado en su cavidad craneana. Dejó
de existir a las 7 y 15 de la mañana. Descansó en paz de muchos cargos
profesionales y académicos, de muchas angustias y necesidades artísticas y
humanas.
Al mediodía del mismo
2 de diciembre, sus restos fueron trasladados a la antigua biblioteca de la U.
Agraria, donde fueron velados, en medio de la tristeza general, pero también de
la alegría que impuso la música que tocaron en su honor. El violín y el arpa
fueron los protagonistas, hasta que a las 4 de la tarde se lo llevaron al
cementerio El Ángel.
No hay duda de que
las novelas y los cuentos, o los ensayos y estudios de José María Arguedas, de
gran lucidez y coherencia, lo dejan marcado entre nosotros como un clásico de
la literatura y de las ciencias sociales en el país. Así sea.