segunda-feira, 28 de maio de 2018

Encender la luz de la razón, y la silenciosa libertad de sí mismo


La libertad de ser uno mismo


Por Miriam Subirana

En los años que llevo acompañando a la gente en su desarrollo personal, observo que hay ciertas preguntas que nos planteamos prácticamente todos en algún momento de nuestra vida y que prevalecen desde la Antigüedad. Tendemos a darle vueltas a cuestiones del tipo ¿quién soy yo realmente? o ¿cómo puedo llegar a ser yo mismo? Hay una tendencia a martirizarse, a funcionar bajo unas creencias que nos bloquean y estresan ante el cambio y la incertidumbre. Las personas se orientan a menudo por lo que creen que deberían ser y no por lo que son en realidad. Se vive demasiado condicionado por los juicios de la gente y se trata de pensar, sentir y comportarse de la manera en que los demás creen que debe hacerlo. Es como si quisiéramos ser quienes no somos.
Occidente ha creado una sociedad competitiva en la que aspiramos al éxito y la excelencia, y no se lleva bien el fracaso. Desde la infancia aprendemos juegos de competición y somos considerados por otros como hábiles o torpes, buenos o malos. En el colegio nos juzgan los profesores y compañeros de clase. Sentimos la presión de tener que ser el número uno en nuestra promoción, en el deporte, en definitiva, en nuestro ámbito. En vez de disfrutar de cada etapa, nos centramos en procurar ganar para alcanzar el primer puesto en todo, y esto va configurando la identidad de cada uno.
El papel de los padres también es básico: frases como “esto es bueno”, “no seas malo” o “esto no se hace” son típicas en el vocabulario de los progenitores. Pero el abuso de este tipo de indicaciones puede menguar el carácter del niño. Crecemos dando importancia a la opinión de los demás y a su mirada, ya que determinan nuestro valor en la comunidad. Una vez adentrados en el mundo universitario y laboral, la cantidad de maneras en las que podemos fracasar sube en escalada. Cada encuentro con alguien puede recordarnos algo en lo que somos inadecuados. Desde el estilo de ropa hasta el corte de pelo. Alguien le dirá que se relaje y disfrute más, otro le reclamará que no trabaja suficiente y que está desperdiciando su talento; alguno le recomendará que se centre en la lectura o que hinque más los codos. Por otro lado, la imagen que proyectan los medios de comunicación también puede generar frustraciones personales. ¿Tiene la presión normal, ha viajado suficiente, cuida a su familia, está al día de política, su peso es el adecuado, hace suficiente deporte, ha visto la última película más taquillera? Este tipo de cuestiones hace sentir que cualquiera no está a la altura de las circunstancias.
El filósofo existencialista Sören Kierkegaard (1813-1855) señalaba que la forma más profunda de desesperación es la de aquel que ha decidido ser alguien diferente. El psicoterapeuta estadounidense Carl R. Rogers decía al respecto: “En el extremo opuesto a la desesperación se encuentra desear ser el sí mismo que uno realmente es; en esta elección radica la responsabilidad más profunda del ser humano”.
Cuando el individuo decide mostrar su verdadera personalidad debe tomar consciencia de qué visión tiene de su persona. Cuando logramos tener esa imagen realista no nos ahogamos con objetivos inalcanzables ni nos infravaloramos con propósitos que nos empequeñecen. Para ello debemos plantearnos metas adecuadas a nuestro carácter. Un ejemplo: el que quiere adelgazar pero no se ve más delgado. Por mucho esfuerzo que haga, no será duradero y volverá a ganar peso, porque sigue sin verse más flaco. Si quiere perder peso de verdad tendrá que cambiar la imagen que tiene de sí mismo y modificar ciertos hábitos mentales y de conducta.
Para ser uno mismo es necesario conocerse y ser consciente de hasta qué punto la imagen que uno tiene de su persona coincide con su yo real y auténtico. Se trata de dejar de verse como una persona inaceptable, indigna de respeto, inútil, poco competente, sin creatividad, obligada a vivir según normas ajenas e insegura. Hay que aceptar las imperfecciones. Cuando logre verse como alguien con fallos que no siempre actúa como quisiera, disfrutará más y se cuidará mejor.
Los epicúreos griegos reseñaban la importancia de ejercitarse en evocar el recuerdo de los placeres pasados para protegerse mejor de los males actuales. Sin ir tan lejos, la indagación apreciativa, un método basado en la nueva psicología positiva que surgió en los ochenta, nos invita a buscar las experiencias más significativas de nuestra vida, descubrirlas y revivirlas. Todos hemos vivido alguna historia positiva y significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno mismo hace de la soledad una cárcel”.
Cuando esto ocurre, es fácil que uno se enclaustre en su pequeño mundo, donde su percepción se vuelve borrosa porque se ha desconectado del importante núcleo vital. Entonces vienen a la cabeza preguntas como estas: ¿qué debería hacer en esta situación, según los demás? o ¿qué esperarían mis padres, mi pareja, mis hijos o mis maestros que yo hiciera? En este estado se actúa según pautas de conducta que, de alguna forma, le impone la gente que le rodea. Esto le reprime y su capacidad creativa queda mermada. Entonces es fácil entrar en rutinas para “quedar bien” y se dejan de explorar nuevas posibilidades.
Cuando uno logra de nuevo conectar consigo mismo se vuelve más creativo y las preguntas cambian: ¿cómo experimento esto?, ¿qué significa para mí? Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo llegar a darme cuenta del significado que tendrá para mí? Es decir, por fin ha pasado de plantearse qué estarían esperando los demás y empieza a considerar qué es lo que realmente quiere usted. Para ello es necesario abandonar las barreras defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso dinámico y fluyente que es la vida.
Ser uno mismo y vivir sin máscaras implica sinceridad y autenticidad. Para el jesuita Francisco Jálics, ser auténtico es más valioso que ser sincero: la persona sincera dice lo que piensa; la auténtica, en cambio, lo que efectivamente siente.
Para ser uno mismo hay que ser soberano de la propia personalidad, es decir, plenamente autónomo y completamente propio. Para ello, además de quitarse las máscaras, debe deshacerse de los malos hábitos y de las opiniones falsas. Debe desaprender. Los filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para lograr esta independencia mental: encender la luz de la razón y explorar todos los rincones del alma, filosofar, dedicar tiempo para ocuparse de sí mismo, prestar atención a cada una de nuestras necesidades, evitar las faltas o los peligros, establecer relaciones consigo mismo, adquirir el coraje que le permitirá combatir las adversidades, cuidarse de manera que uno se cure y convertir estos ejercicios mentales en una forma de vida. Como decía el filósofo griego Epicuro, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para que uno se ocupe de su propia alma.

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Disponible en: <https://elpais.com/elpais/2016/03/17/eps/1458213301_511715.html>