Por José Raúl Ramírez Valencia
(Universidad Católica de Oriente, Colômbia)
1.
Finitud y conato: una filosofía unamuniana
Buscar una aproximación
coherente y profunda de la antropología de Unamuno, exige partir de la cuestión
angustiante e inquietante de vivir y vivir siempre; es descubrir en todo su
pensamiento su ansia de ser y no dejar de ser. Este solo pensamiento le
producía agonía, destrozo y desesperación1. Él quería seguir siendo él mismo, con su realidad
temporal; sobrevivir con su personalidad e individualidad. Sin duda alguna, los
temas radicales del destino y la trascendencia humana son los que mejor revelan
y comprometen el fondo insondable e insobornable de la persona humana.
¿Por qué quiero saber de
dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y a dónde va lo que me rodea, y qué
significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de
morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya
nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo, y
entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y
entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una ni otra cosa, y entonces la
resignación en la desesperación o esta o aquella, una resignación desesperada,
o una desesperación resignada, y la lucha2.
De esta realidad que
descubre, «solo le interesa porqué en vista del para qué»; y para poder
penetrar y desentrañar su antropología se debe mirar el para qué, es decir, el
sentido metafísico de la finalidad. La finalidad es una relación entre dos o
más cosas, y esta relación la establece la conciencia; por esto, según Unamuno,
no puede haber finalidad donde no hay conciencia que supone un propósito. Más
aún, hay una perfecta compenetración y dependencia entre: la conciencia y la
finalidad, no se entiende la una sin la otra; por ello, es imposible concebir
una finalidad en una cosa que esté totalmente desprovista de conciencia y una
cosa se hace consciente en la medida que se le da una finalidad.
La genuina filosofía no
trata del hombre en abstracto, ni de la palabra hombre, ni de la humanidad, o
del cúmulo de características y notas que hacen de un ser un hombre; lo
abstracto no es existente, es una idea y una idea no es un hombre. La verdadera
antropología filosófica pone en contacto al ser humano con la realidad humana
existencial, individual y no universal, dinámica mas no estática, concreta y no
abstracta, finita y determinada y de ningún modo indeterminada.
El hombre que le preocupa a
Unamuno, no es el «yo» puro de ciertos idealismos, que diluye la personalidad e
individualidad de nuestros «yos» particulares en un mar infinito de una única
conciencia. Tampoco el objeto de la filosofía es el yo único y absoluto que
niega y destruye todos los otros yos. El hombre que le interesa a este filósofo
vasco es el «yo concreto y personal», considerado en toda su complejidad y
dinamismo. El yo existente que realiza las actividades fundamentales y
esenciales del existir humano: nacer, sufrir, pensar, querer y que también es
sujeto de operaciones menores, como: comer, beber, jugar, dormir, hablar, ir y
venir; en último término, lo que le interesa a Unamuno es el hombre en su
trayectoria de finitud.
Por tanto, lo único que le
da sentido a la vida del hombre es el deseo de sobrevivir. Esto significa que
la vida humana, que se identifica con la existencia, esencialmente es anhelo de
vivir siempre, ya que el sentido de una cosa es su esencia. Unamuno se apoya en
la ética de Spinoza y repite, con mucha frecuencia, la esencia del ser es su
conato por sobrevivir, su afán por no morir, su anhelo de inmortalidad. Y, más
adelante, reconoce e insiste: «el esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por
perseverar en su ser, no implica tiempo finito, sino indefinido; es decir, que
tú, yo y Spinoza queremos no morirnos nunca y que nuestro anhelo de nunca
morirnos es nuestra esencia actual»3.
1.1
Principio de unidad y continuidad
Para sostener la identidad
del yo, se requiere que permanezcan en el hombre los dos principios: unidad y
continuidad, los cuales constituyen el ser individual y personal, distinto de
los otros yos: «lo que le hace un hombre, uno y no otro, el que es y no
el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un
principio de unidad primero, en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la
acción y en el propósito»4. Con este principio, el hombre procura la unidad
entre lo que quiere –propósito– y su cuerpo, es decir, sus fuerzas físicas.
El principio de continuidad
está estrechamente relacionado con el tiempo, la memoria es la encargada de
recogerlo y conservarlo, a través de ella se perpetúa lo pretérito en el
presente y en el futuro. «Es indiscutible el hecho de que el que soy hoy
proviene, por serie continua de estados de conciencia, del que era en mi cuerpo
hace veinte años. Querer ser otro es dejar de ser uno el que es»5. Por medio de este principio se prolonga y se
dilata sin límites la vida; sin dejar de ser lo que es, se quiere ser todo y serlo
siempre.
La identidad ontológica
está fundada por la unidad, que concentra las energías vitales alrededor de un
proyecto a realizar y en la sucesión temporal por la continuidad vital que la
memoria asegura y testimonia. De estos dos principios se concluye: la
inmortalidad no se logra, si no se salva la «ipseidad»6. El hombre es un ser finito en permanente esfuerzo
por su ser, a la vez constata su accionar a través del principio de unidad y
continuidad.
1.2
Relación entre individualidad y personalidad
«Más, más y cada vez más;
quiero ser yo y sin dejarlo de serlo, ser además los otros, adentrarme en la
totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del
espacio y prolongarme a lo inacabado del tiempo»7. En esta hambre de ser radica la poquedad y la
grandeza, la finitud y la infinitud del hombre. En su esencia íntima hay una
doble tensión ontológica que constituye: finitud y conato de ser. El hombre
descubre su esencia en la medida que se adentra en su realidad, que se hace
tragedia de querer ser, pero sentirse limitado. Esta situación patética de
finitud y querer seguir siendo el que se es, revela con precisión el sentido de
la individualidad y personalidad en Unamuno.
Según te adentras en ti
mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres todo lo que no
eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en fin, más que nonada. Y
al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar ni a
tu propia infinitud, ni menos a tu propia eternidad, te compadeces de todo
corazón de ti propio, y te enciendes en doloroso amor a ti mismo, matando lo
que se llama amor propio8.
La estructura individual y
personal implica, a la vez, tensión entre finitud e infinitud, temporalidad y
eternidad, clausura y apertura. De esta estructura metafísica9 surgirán después los poderes antagónicos del
conocer y del sentir, que acabarán haciendo de la vida humana un campo de
batalla y de agonía; solo desde esta situación el hombre se lanzará hacia Dios,
creyéndole, creándole y, hacia los hombres, dándose e imponiéndose.
El hombre, como hambre de
ser y limitación de «ser», se constituye en individuo y personalidad,
dimensiones propias del hombre10.
Debo aquí advertir una vez
más cómo opongo la individualidad a la personalidad, aunque se necesitan una a
otra. La individualidad es, si puedo expresarme, el continente, y la personalidad,
el contenido; o podría también decir en un cierto sentido que mi personalidad
es mi comprensión, lo que comprendo y encierro en mí –y que es de cierta manera
todo el universo–, y mi individualidad es mi extensión; lo uno, lo infinito
mío, y lo otro, mi finito11.
Con esta definición de
individualidad y personalidad, aparece claro que la individualidad es la
afirmación del yo y la personalidad es la armonización de los contenidos del
yo; la individualidad es continente, la personalidad es el contenido, la
personalidad es lo que comprendo y encierro en mí, la individualidad es mi
extensión.
Cabe subrayar, la mutua
implicación de la individualidad y personalidad, nacida de la misma hambre de
ser; el hambre de ser implica limitación, a la vez, esta limitación en sí misma
incluye una riqueza interior. Lo mismo ocurre con la finitud y el conato: se
oponen, se contraponen, precisamente, por ello, componen la esencia humana. De
igual forma pasa con la individualidad y la personalidad, se oponen y se
complementan a la vez.
Otra manera de comprender,
–la complementariedad y la diferencia entre individualidad y personalidad–, es
partiendo de los fenómenos de ósmosis y exósmosis, flujos con que cada uno
modifica a los demás y es modificado por ellos. En el fondo, es la experiencia
diaria de la vida cuando se entra en contacto con los otros, son transformados
y soy transformado por ellos; este fluir del encuentro social es lo que se
llama sociabilidad. La personalidad crece cuando se da mayor sociedad de sí
mismo12. «Es una tensión hacia los demás, sin dejar de
ser, sin perder la individualidad y tender a ser los demás imponiendo lo
nuestro»13.
2.
Individualidad en Miguel de Unamuno
El individuo se define,
ante todo, como tendencia a ser o a querer ser, manteniendo y afirmando siempre
ante el mundo y ante los demás la singularidad14. Lo individual es lo finito, diferente y
discriminador de cada ser humano, lo superficial y postizo, además de ser
también lo que el ambiente introduce en mí. Unamuno, para expresar la
importancia de la individualidad, se piensa, se imagina y se siente no
existiendo, teniendo conciencia de su estado de inconsciencia15.
El fracaso de tal intento
es la constatación de la firmeza de su individualidad: no solamente existo,
sino que mi existencia se defiende eficazmente de la nada16; constatando que no solo existo, sino que puedo no
existir, lo cual da fe del hecho y de una cierta necesidad de mi existencia
individual. Provocar en nuestra realidad individual horror a la nada de sí,
notar que surge en nosotros horror y pánico ante la muerte total o
aniquilación, es notar que existo y que me repugna o es contraria a mí la
aniquilación, por lo tanto, soy necesariamente en la medida en que la nada me
repugna y me horroriza.
El hombre que parecería
estar en la nada no está propiamente en la nada, sino que «es algo en la nada»,
que en el fondo es una riqueza de ser. Por el horror y repugnancia sentida
hacia la nada, la existencia individual se levanta del estado de hecho al de
derecho y a la necesidad de existir, porque «tan gratuito es existir como
seguir existiendo ¿y con qué derecho somos?»17.
2.1 La
individualidad es continente
La misma palabra individuo
indica indivisión, «unidad divisa de los demás y no divisible en otras unidades
análogas a ella»18. La idea de algo individual y no de otro individuo
cualquiera de su clase, es el fenómeno mismo de la idea de su yo mismo. Unamuno
ha señalado bien este doble aspecto de la individualidad. Por una parte, es separación
y diferencia de los otros; por otra, es fenómeno, recogimiento y continencia en
sí. La individualidad ad extra, aunque es la que más resalta ante los
hombres, no es la más originaria. Lo que primariamente constituye la
individualidad es la delimitación hacia dentro, que contiene y recoge la
entraña del ser.
No podemos reducir esta
continencia solamente a la materialidad de la encarnación, a la mera
diferenciación, aunque sea un elemento fundamental; la diferenciación nos lleva
al obrar. «Lo valedero para nosotros, más aún, lo real para nosotros, es lo
diferencial, que es lo cualitativo; la cantidad pura, sin diferencias, es como
si para nosotros no existiese, pues que no obra»19.
Frente al espíritu que nos
envuelve y nos abre a la sociedad, la materialidad es el elemento individual e
individuante. La materia icardina al espacio, encuadra la existencia en un
punto del universo; la incardinación origina delimitación y unidad; «lo que
determina a un hombre, lo que le hace un hombre, es un principio de unidad, en
el espacio por el mismo cuerpo»20.
El cuerpo participa
esencialmente en la constitución humana. «En las profundidades de nuestro
propio cuerpo hemos de creer con la fe, enseñe lo que enseñe la razón, que hay
un espíritu que lucha por conocerse, por ser espíritu puro, y como solo puede
lograrlo mediante el cuerpo, mediante la materia, la crea y de ella se sirve a
la vez que de ella queda preso para verse»21. Unamuno insiste en la carne y en los huesos como
concreción individual; sin embargo, la individualidad abarca más que la
corporeidad. El cuerpo no es algo desligado del espíritu, sino que se abrazan
en estrecha unidad, en cuanto se experimenta y se encuentra integrando en la
fuerza total de la acción.
No se trata de la tendencia
radical del hambre de ser, sino de la dirección determinada y del perfil que
cada hombre da a su vida. El principio de unidad radica, también, en la acción
y en el propósito; el hombre encauza en un trayecto delimitado su conato de ser
y su encauzando sinérgicamente toda su realidad; por tanto, «el espíritu tiende
a concentrarse, mas la energía material tiende a difundirse»22.
2.2 La
individualidad manifiesta nuestra temporalidad
La finitud se dispersa en
el tiempo. «¿Cómo puedo conservar la individualidad en tan largo tiempo. La
otra vida puede excluir el espacio, pero no puede excluir el tiempo?»23. A Unamuno le preocupa el dejar ser él, tal y como
es, por esto se interroga por el tiempo que concibe como duración, el cual se
le hace un problema. «No quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo;
quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y
me siento ser ahora y aquí, por esto me tortura el problema de la duración de
mi alma, de la mía propia»24.
A Unamuno le gusta comparar
el fondo de la persona con las entrañas del mar, que parecen gozar de una
cierta calma dinámica, pero al pasar de las entrañas a la superficie, la
tensión temporal se despliega en olas; la delimitación individual es, por
tanto, como un brote del tiempo, nacido de la hondura de la eternidad, «¡Oh,
quién pudiera prolongar este dulce momento y dormirse en él y en él
eternizarse!»25.
La individualidad es la
dimensión histórica del yo, el «yo» histórico, que se mueve en su historia y
con su historia; precisamente la vida humana al ser histórica se desarrolla en
la cadena del ayer, hoy y mañana26. El hombre tiene la posibilidad de vivir al día,
en las olas del tiempo, pero asentado sobre roca viva en el mar de la
eternidad. «Al día en la eternidad», es la expresión más adecuada de la
temporalidad que la individualidad introduce en la persona, utilizando una
terminología metafísica de saber tradicional, pero matizándola en su propio
sentido, llamaría a la eternidad sustancia y al tiempo forma.
2.3 La
individualidad presenta nuestra finitud constitutiva
«Todo ser creado tiende no
solo a conservarse en sí, sino a perpetuarse, y, además, a invadir a todos los
otros, sin dejar de ser él, a ensanchar sus linderos al infinito, pero sin romperlos»27. Este es uno de los aspectos fundamentales del ser
del hombre que le acompaña siempre desde el origen hasta la plenitud de la
existencia; no se trata tan solo de la circunscripción especial, sino de la
delimitación esencial. Si el hambre de ser condujera a romper estos linderos,
el ser se vería amenazado por la nada, porque su ser empobrecido desaparecería
en el todo y la individualidad, con su finitud, contiene y conserva el ser del
hombre en el proceso mismo de su realización.
Unamuno quiere «el máximo
de individualidad con el máximo también de personalidad». Pocas expresiones
como esta manifiestan la función de finitud que cumple la individualidad, en
último término, la individualidad nace de la finitud. Precisamente, porque el
ser del hombre en su entraña es finitud, se distingue de los demás, se delimita
en sí mismo y se constituye como ser único e individual. Ahora se comprende
mejor la pasión de Unamuno por el hombre concreto, por su propio yo; para él
«es tan sospechoso el adjetivo humano, como el sustantivo abstracto humanidad.
Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no
tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir un no-hombre»28.
2.4 La
individualidad determina nuestra clausura
La finitud de ser que se
despliega en la temporalidad, intenta sostenerse atrayendo y concentrando en sí
los otros seres; la acción impulsa al recogimiento, a la búsqueda de ser para
integrarlo y enriquecerse29. La individualidad está articulada por una
poderosa fuerza centrípeta, –instinto de conservación–, subrayando que este
aspecto instintivo tiene, para él, su expresión más significativa en el hambre
corporal; tener hambre es desear «tomar algo para sustentarse». La
individualidad es la acción necesaria que busca satisfacer su proyección hacia
fuera, a través de la tendencia definitiva a la conservación.
El horizonte que desde el
individuo se pretende no es más que el de los recursos, que se prestan a la
satisfacción de las necesidades; «el hombre, pues, en su estado de individuo
aislado, no ve, ni oye, ni toca, ni gusta, ni huele más que lo que necesita
para vivir y conservarse»30; el hombre que vive solo desde esta dimensión se reduce a lo temporal y
finito y su individualidad acabaría siendo oquedad vacía31.
En el orden de la vida
humana, el individuo, movido por el instinto de conservación, tiende a la
destrucción y a la nada. Se comprende, entonces, que la individualidad tiene su
origen en la tensión hacia la nada, subyace en el seno íntimo del ser humano y
que la nada como finitud menesterosa funda la limitación, la temporalidad y la
clausura del hombre, constituyéndolo individuo.
Otro aspecto de la
individualidad como determinación de nuestra clausura es la «labilidad» del
«individuo que vive preso del instinto de conservación y de los sentidos, solo
quiere conservarse, impide que penetren e inquieten los demás en su esfera, a
cambio de que no lo fastidien, renuncia él a penetrar e inquietar los otros»32.
2.5
Conciencia individualidad
En la filosofía de Unamuno
se presenta una conciencia dual; por un lado, la irrealidad del acto de la
sensibilidad orgánica que lo hace sentirse finito, limitado y, desde otro
ángulo, la conciencia que se expresa a través de la voluntad como pasión y sentimiento
de extenderse en tiempo y en espacio, intuición propia de la sustancialidad,
honda conciencia de sí, que a su vez es pasión y amor.
Desde la conciencia, que es
lo más inmediato que sentimos existir, todos los demás seres: vivientes y hasta
las mismas rocas tienen también alguna conciencia. A través de la conciencia se
sabe como un cuerpo que viene a ser el todo para ella misma, también se puede
reducir a la nada. En el plano corporal-sensitivo, la conciencia consiste en
sentirse uno vivir, respirar, circular la sangre, funcionar los órganos, sentir
uno su cuerpo y la vida en él. Unamuno quiere precisar que la conciencia
individual no puede persistir después de la muerte del organismo corporal del
que depende, dado que se encuentra fundada sobre el principio de conservación33.
3.
Personalidad en Miguel de Unamuno
Si el individuo se
caracteriza por su potencia de distinción, separación y conservación; la
persona por su potencia de acrecimiento universal, apropiación de todo y
perpetuación en su ser. La persona se refiere al contenido, al dentro, «intus»,
lo propio que posee sí mismo. Unamuno, desde diferentes puntos de vista, quiere
abordar la cuestión de la relación entre la persona que vive y la vida de esa
persona: «vas saliendo de ti mismo, revelándote a ti propio; tu acabada
personalidad está al fin y no al principio de tu vida, vas descubriéndote
conforme obras»34.
En esta descripción
aparecen dos puntos de vista que se enfrentan y se complementan. Unamuno alude
al fondo o principio, desde el cual se revela: «vas saliéndote de ti mismo,
revelándote a ti propio»; desde este punto de vista la vida sería una
explicación o despliegue de un núcleo interior, el «quien», de cada cual, es
decir, la persona. También Unamuno, pone la personalidad al término de la vida,
como un resultado coronado por la muerte: «tu acabada personalidad está al fin
y no al principio de tu vida»; el hombre haría su personalidad justamente al
hacer su vida. Unamuno parte de un concepto existencialista de personalidad que
se crea constantemente a través de la libertad expresada por la angustia y la
inseguridad35.
La personalidad se desarrolla
sin un plan previo, depende al parecer de un contenido por hacer, se desarrolla
desde el fondo de sí mismo a medida que se obra, de tal manera que la
personalidad adquiere su desarrollo pleno y completo, solo al final de la vida
con la muerte. Al respecto escribe: «Y si doloroso es tener que dejar de ser un
día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno
mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin
poderlo todo»36. Nuestra vida es un suicidio perenne que vivimos
eligiendo, la elección en sí misma está llena de tragedia, elegir algo es
renunciar a todo lo demás; en cada momento elijo yo mi ser, y simultáneamente
renuncio a muchos yos. La dolorosa tensión entre finitud y conato, raíz del
hombre, funda la dolorosa contraposición entre individualidad y personalidad; y
si de la experiencia de la nada se alcanza el esfuerzo por ser, también por la
experiencia de la limitación individual, se penetra en la sustancia personal.
3.1
Vida y personalidad
La supremacía de la vida,
del sentimiento, del anhelo y de la fe sobre la razón; constituyen el andamiaje
de la filosofía de Unamuno, a pesar de que el tema que más se repita sea el de
la muerte; sin la vida no se justifica nada, de la vida depende todo lo que
existe; la vida se manifiesta en el vivir del hombre concreto. Unamuno piensa
siempre en la centralidad de la vida, como vida plena, la cual no debe
prescindir de su finalidad y su trascendencia, si se olvida la otra vida pierde
sentido esta. «Hay que anhelar la otra vida por absurda que nos parezca, es
más, hay que creer en ella, de una manera o de otra, para vivir»37.
La filosofía de Unamuno
puede calificarse como intento de explicar la realidad del hombre y del mundo a
partir de un principio unitario de la vida. El modo de comprender el mundo y la
vida brota del sentimiento y de la conciencia que tenemos de la vida misma; la
vida es temporal, histórica; acontece en el tiempo y en los instantes de sus
edades. La vida es biografía, no solo biología, su expresión es un relato;
además, yo soy distinto de mi vida. Esta expresión se entiende en que yo no soy
toda mi vida, solo un componente suyo, junto con las demás cosas38.
Al pensador Vasco le
interesa la vida en cuanto es condición para entender la muerte; yo puedo tomar
posición frente a mi vida, puedo oponerme a ella, puedo perderla, porque no soy
ella misma; cuando se llega a la muerte, la vida se acaba, aquí es cuando
comienza el interés por la vida misma, importa ante todo quien ha vivido y
ahora muere, porque se quiere perdurar.
3.2
Misterio de la personalidad
Para Unamuno, «el misterio
de la personalidad se presenta por la realidad dramática de la vida interior y
exterior, manifestada por la preocupación de un yo profundo y un yo superficial
¿Seré como me creo o como se me cree?»39. Él está convencido que hay un yo profundo,
radical, permanente y otro yo pegadizo, pasajero, accidental. «Qué es de mí, de
este pobre yo frágil, de este yo esclavo del tiempo y del espacio, de este yo
que la razón me dice ser un mero accidente pasajero, pero por salvar al yo
profundo al cual vivo, sufro, espero y creo»40.
Unamuno identifica el yo
íntimo con lo que se quiere ser, importa poco lo que se es41; dado que lo que se es solo es actualidad,
presencialidad, caducidad, lo cual tiende a desaparecer en el instante que
pasa. Frente a este yo temporal que se desvanece, aparece el yo volitivo
identificable con el deseo y con el ideal soñado; más importante que el yo real
que somos. En este aspecto, no se debe olvidar el método unamuniano de
afirmación de contrarios, donde el «yo que se quiere ser y el yo que se es», o
el yo interior y el yo exterior, desencadenan una lucha insistente, una
tragedia que se convierte en la permanente agonía del vivir entre la
individualidad y la personalidad.
3.3 La
personalidad es nuestra infinitud
La personalidad, según
Unamuno, traduce conato de ser, esfuerzo por persistir, no implica tiempo
finito, sino indefinido. El conato que es perpetuación, anhelo de infinitud,
conlleva el dinamismo de la acción; «al hombre, o le sobra materia o le sobra
espíritu, o mejor dicho, siente hambre de espíritu, esto de eternidad o hambre
de materia que es resignación, anonadamiento»42. El hambre de infinito es seguramente la
revelación primaria de la conciencia de la persona, la conciencia, antes de
conocerse como razón, se conoce más bien como voluntad de no morir. En este
sentido, la personalidad se refiere principalmente hacia dentro y su
interioridad manifiesta la infinitud.
3.4 La
personalidad muestra la dimensión de eternidad
En la sucesión de los
momentos, que se despliegan en nuestra individualidad, hay un fondo de
continuidad que envuelve el precedente con el subsiguiente, lo cual puede ser
lo íntimo de la persona. «El fondo sentimental es nuestro anhelo de no perder
el sentido de la continuidad de nuestra conciencia, de no romper el
encadenamiento de nuestros recuerdos, el sentimiento de nuestra identidad
personal, concreta… ¿Quién a los ochenta años, se acuerda del que a los ocho
años fue, aunque sienta el encadenamiento entre ambos?»43.
Aparentemente se trata de
buscar un principio de individuación espacio-temporal, pero Unamuno insiste más
en la relación con el tiempo. El tiempo en dos formas: el propósito que apunta
al futuro y la memoria en que pervive el pasado; «la eternización del momento
presente» en que va siendo y dejando de ser, un pasado recordado en la memoria
y un futuro anticipado en un propósito o proyecto vital; pero podría preguntarse,
¿por qué soy yo el mismo que recuerda y anticipa? Y sobre todo, ¿cómo y en qué
medida poseo yo, la persona que yo soy, ese pasado y ese futuro, es decir, mi
vida?44. Desde esta perspectiva se comprende, que junto
con el principio de unidad individual, el hombre está constituido por un
principio de continuidad temporal personal45.
¿Cómo puede vivir y gozar
de Dios eternamente un alma humana sin perder su personalidad individual, es
decir, sin perderse? ¿Qué es la eternidad por oposición al tiempo? ¿Cambia el
alma o no cambia en la otra vida? Si no cambia, ¿cómo vive? Y si cambia, ¿cómo
conserva su individualidad en tan largo tiempo? Y la otra vida puede excluir el
espacio, pero no puede excluir el tiempo46.
Mientras la fugacidad de la
finitud lleva al hombre al tránsito temporal, la permanencia del conato le
presta una cierta eternidad fugitiva que acaba ausentándose en Dios. La
dimensión personal de eternidad es el profundo centro desde donde debe vivir el
hombre porque, en su raíz, la vida no es más que la revelación continúa en el
tiempo de lo eterno que encierran las entrañas. «¡Eternidad! ¡Eternidad! Este es
el anhelo, la sed de eternidad es lo que se llama amor entre los hombres, y
quien a otro ama es que quiere eternizarse en él. Lo que no es eterno tampoco
es real»47.
3.5 La
personalidad constituye nuestra apertura
A través del esfuerzo por
permanecer en su ser y por su anhelo de ser más, le abre al hombre la
posibilidad de comunicarse con la realidad entera; por tanto, donde haya un
intento de ser, por menesteroso que sea, existe una tensión irresistible a la
comunicación con todo. Unamuno ha escuchado este latido del ser en su misma
intrahistoria, «¡Ser, ser siempre, ser sin término!, !sed de ser más!, ¡Hambre
de Dios !Sed de amor eternizante y eterno!»48.
El ser es constitutivamente
comunicación amorosa y cuando está encerrado en la finitud, esta donación se
convierte en amor doloroso por perdurar y hacer perdurar. Unamuno sitúa en esta
dimensión de apertura el instinto de perpetuación, quien se abre se perpetua,
quien se cierra en sí mismo se conserva; pero no es instinto de perpetuarse genéticamente,
más bien, de ser en el sentido «metafísico». Al respecto escribe: «Todo ser
creado tiende no solo a conservarse en sí, sino a perpetuarse, y, además, a
invadir a todos los otros, a ser los otros sin dejar de ser él, a ensanchar los
linderos de infinito, pero sin romperlos»49. Se concluye, que el principio de individuación
tiende a la conservación, mientras que el de personalización a la proyección.
3.6
Desde la personalidad el hombre ejerce su comunicación
Unamuno da gran importancia
a la memoria como realidad íntima de la persona. No la considera como mera
facultad del recuerdo, la ve como el núcleo por medio del cual la persona toma
conciencia de su ser y, por lo tanto, afirma su personalidad. Sin memoria no
hay personalización, ni mucho menos comunicación. Si no fuera por la memoria
nos perderíamos en las cosas que nos rodean y que constituyen la
individualidad, dado que es el centro donde nos encontramos con nosotros mismos
y con los otros; y, por consiguiente, con la humanidad entera.
La memoria es la base de la
personalidad individual, así como la tradición es la base de la personalidad
colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra
vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo de
perseverar, por hacerse esperanza, es esfuerzo de nuestro pasado por hacerse
porvenir50.
Se puede afirmar «yo soy
sociedad y dentro de mí son los demás, y viven todos». Precisamente, el hambre
de ser realiza esta tarea, en cuanto nos hace presente y nos comunica a
nosotros cuanto conocemos y amamos. La conciencia de cada uno es una sociedad
de personas; una persona aislada deja de serlo, pues, ¿a quién en efecto
amaría? Y, si no ama, no es persona. Esta íntima comunicación está dificultada
por los límites constitutivos de nuestra individualidad, pero hay que
debilitarlos y traspasarlos. Para ello, se precisa la interiorización solitaria
que precede al amor común y el dolor como dimensión que lleva a sensibilización
de toda la realidad que circunda.
Desde este centro personal
se hace posible la comunicación con el universo entero encerrado en nosotros; y
el hombre, por su amor, entra en contacto vivo con todas las cosas del
universo. A través del amor se llega a las cosas con nuestro ser propio y, tras
ellas, en sus entrañas, como en las mías, está Dios. La persona, por tanto, es
el hombre interior, que en su hambre amorosa de ser está abierta en
comunicación fecunda con la realidad del mundo y de los hombres, con la
realidad de Dios, que sostiene todo51.
3.7 El
«otro» usurpa mi personalidad, pero es existencialmente necesario
En la antropología de
Unamuno aparece con gran insistencia la irrepetibilidad de la persona y, por
ende, el miedo al «otro» como un «tú» que puede llegar a ser interlocutor52; entre otras cosas, porque quiere seguir siendo
él, no quiere morirse y la otra vida le preocupa en cuanto le da la posibilidad
de seguir siendo él, «especie única», diferente a los demás. Rasgos que lo
hacen portador de una antropología de lo insustituible. Con insistencia
escribe: «cada hombre es, en efecto, único e insustituible; otro yo no puede
darse; cada uno de nosotros, nuestra alma, no nuestra vida vale por el universo
entero»53.
Si cada persona es
insustituible y única, corresponde que su obrar se manifiesta como la marca de
su singularidad. Obrar equivale a ser insustituible y a manifestarse distinto
de los otros, pero hacerse distinto a los otros conlleva un dominio y una
absorción de los otros, en aras de mi propio yo. «Obrando de modo que nos
hagamos insustituibles, acuñando en los demás nuestra marca y cifra, obrando
sobre nuestros prójimos para dominarlos, dándonos a ellos, para eternizarnos en
lo posible»54.
Aplicando el concepto de
individualidad y personalidad al «otro», donde la individualidad es afirmación
del yo y, por lo tanto, extensión, y la personalidad es riqueza interior; se
concluye que el «otro» es todo aquel que perturba mi riqueza interior y no me
deja ser insustituible. El «otro» obstaculiza mi personalidad, no hace crecer
mi personalidad, roba mi personalidad, «amar al prójimo es querer que sea como
yo, que sea otro yo, es decir borrar la línea divisoria entre él y yo, suprimir
el mal. Mi esfuerzo por imponerme al otro, por ser y vivir yo en él y de él,
por hacerle mío –que es lo mismo que hacerme suyo–, es lo que da sentido
religioso a la colectividad, a la solidaridad humana»55.
3.8
Autenticidad-inautenticidad en la personalidad
Si para Unamuno el otro
usurpa mi personalidad y solo el «otro» es un mero yo aparte de mí que no entra
en diálogo, no es un tú interlocutor, entonces, la autenticidad de la
personalidad está basada en la afirmación de su propio ser. Una auténtica
personalidad es aquella que a lo largo de la vida se propone un único ideal y
lucha por conseguirlo sin desistir jamás, ni cambiarlo, por nada del mundo. Es
esta realidad de autenticidad la que hace exclamar al Quijote: ««yo sé quién
soy»; lo cual equivale a afirmar: ¡yo sé quién quiero ser!, es decir, que el
propósito en este caso se identifica con la persona, forma un todo indivisible
con ella»56.
Don Unamuno también concibe
a la persona auténtica como ser heroico, de un solo propósito, firme en una
sola decisión, obediente a una vocación; cualquiera que sea y por encima de
diversas presiones o razonamientos lógicos; «pues, fue (…) Don Quijote quien
poniéndose en ridículo como alcanzó su inmortalidad. Hay que saber ponerse en
ridículo y no solo ante los demás, sino ante nosotros mismos»57.
Una vida auténtica tiene
siempre un objetivo. Unamuno es consciente de que no solo está, sino que está
por una razón grande, la cual no puede pasar desapercibida. «Proverbial se ha
hecho la frase de que la cuestión es pasar el rato, o sea matar el tiempo. Y de
hecho hacemos tiempo para matarlo. Pero hay algo que nos ha preocupado siempre
tanto o más que pasar el rato, fórmula que marca una posición estética y es ganar
la eternidad»58; una personalidad auténtica busca por doquier
afirmar su personalidad.
Si cada persona es única e
insustituible, ser auténtico equivale a serse, a sentirse como insustituible,
una persona inauténtica es aquella que quiere ser otra; porque no se hace, ni
se siente insustituible, tampoco tiene conciencia de su ser: «Querer ser otro
es dejar de ser uno el que es. Me explico que uno desee tener lo que otro
tiene, sus riquezas o sus conocimientos; pero ser otro es cosa que no me la
explico. Más de una vez se ha dicho que todo hombre desgraciado prefiere ser el
que es, aun con sus desgracias, a ser otro sin ellas (…) irle a uno con la
embajada de que sea otro, es irle con la embajada de que deje de ser él»59.
4.
Relación conciencia-individualidad-personalidad
Uno de los principios
fundamentales de la metafísica de Unamuno es la identificación del ser con la
conciencia. «Lo único de veras real es lo que se siente, sufre, compadece, ama
y anhela, lo único sustancial es la conciencia»60. El ser y la finalidad se identifican con la
conciencia, se sigue que la conciencia se convierte en el problema fundamental
de la personalidad, «donde no hay personalidad tampoco hay conciencia»61; más aún, el hombre existe solo porque tiene conciencia
de su existencia y su existencia es problema de personalidad62.
La conciencia personal es
el punto de referencia obligado para individualizar las otras conciencias; el
hombre no se resigna a estar solo en el universo como conciencia, ni a ser un
fenómeno objetivo más, quiere salvar su objetividad vital o pasional, haciendo
vivo, animado y personal al universo63. «La conciencia también es
"conscientcia", conocimiento participado, consentimiento, y
con-sentir es compadecer. La conciencia se identifica con la congoja, con el
conocimiento más subjetivo de sí mismo, pero este mismo conocimiento es
universal, "porque lo singular no es particular, sino universal"»64.
4.1 El
dolor revela mi realidad individual y personal
Ante el dolor son variadas
las posiciones reflexivas que se han tomado a lo largo de la historia; según
Unamuno, «el único misterio verdaderamente misterioso es el misterio del
dolor». Cada persona ante el dolor reacciona de diferentes modos: para algunos,
el dolor se presenta como un enemigo y absurdo que reduce y niega las
posibilidad de ser y de crecimiento, oprime y anula mi esencia; desde esta postura
el dolor es negativo dado que, en vez de revelar el ser, lo esconde y lo opaca.
En consecuencia, el existir se manifiesta imperfecto. Paradójicamente, Unamuno
concibe el dolor como una posibilidad de perfección, perpetuación y
conocimiento de sí mismo y de racionalización; cuanto más se sufre, más se toma
conciencia de sí. El dolor no es un enemigo o un agente externo del ser del
hombre; revela lo más profundo y lo más esencial del ser y de su situación65.
El dolor nos ubica
inmediatamente frente a nosotros mismos y esclarece con mayor énfasis el
sentido profundo de nuestra humanidad como continente y contenido. No hay realidad
más adecuada que el dolor para revelar la individualidad como continente,
porque revela la finitud. Frente al dolor nos encontramos: impotentes,
inútiles, asombrados, solos, nadie puede llevar mi dolor por mí, el dolor no es
transferible, cada individuo siente a su modo su dolor. El dolor revela mi
personalidad y me personaliza, porque es riqueza interior; cuando se asume el
dolor con conciencia y se integra en la personalidad con sentimiento y anhelo
de sentirlo todo, se convierte en riqueza y en contenido; al respecto afirma
Don Miguel: «el que no sufre, y no sufre porque no vive, es ese lógico y
congelado ens realissimum, es el primum movens, es esa entidad
impasible, y por impasible no más que pura idea. La categoría no sufre, pero
tampoco vive y existe como persona»66.
El dolor expresa mi
finitud, pues, cuando soy y siento todo, el dolor se convierte en la realidad
verdadera que manifiesta mi contingencia real y deseo existencial supremo de
serme siempre; desde esta óptica, el dolor se presenta como categoría
ontológica que revela mi individualidad y personalidad67. Frente al dolor no sirve la razón, no existen
argumentos que expliquen el mismo dolor; los conceptos no sirven, solo el
sentimiento da certeza de estar viviendo y seguir viendo ante la realidad del
dolor.
Para Unamuno «el dolor es
la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad pues solo sufriendo se es
persona. Y es universal, y lo que a los seres todos nos une es el dolor, la
sangre universal o divina que por todos circula. Eso que llamamos voluntad ¿qué
es sino dolor?»68. El dolor perfecciona, quien en el dolor no ve
sino el aspecto de padecimiento y de mal y no el de comprobación real y suprema
de que uno es real, naturalmente tiende a despersonalizarse. El dolor da
sentido de realidad y enfrenta con nuestra propia realidad.
El dolor físico hace su
arribo a través de la experiencia del límite. Sabia certeza del límite, extraña
incerteza la del límite que patentiza la pobreza y debilidad de la materia en
cuanto tal, a la vez crea un interrogante angustioso: ¿de dónde me proviene mi
propio dolor? Cuando en mi vida surgen las situaciones realmente dramáticas,
como dolor físico irremediable, de inmediato se quieren buscar respuestas y
culpables, aquí entonces surge la pregunta existencial: ¿qué sentido tiene el
dolor? Estas son las cosas que con mayor frecuencia dan al hombre la convicción
de su limitación y de su impotencia. El sufrimiento solo lo vivo en carne
propia, ningún otro puede saber cuán intenso es el dolor que siente mi cuerpo;
en este sentido el dolor se convierte en categoría de individualidad y la
personalidad.
El dolor revela a la vez mi
individualidad y mi personalidad; cuando padezco una enfermedad que me produce
fuertes dolores soy yo el que la siento, así el médico sepa científicamente la
razón y el malestar del dolor corporal, jamás podrá sentir lo que yo siento,
soy yo el que lo vivo y siento. Una aproximación es lo que la ciencia dice para
explicarme el dolor y otra muy distinta la que experimento cuando siento el
dolor.
El dolor también tiene la
otra cara positiva: revela y acrecienta mi personalidad, me hace fuerte, saca a
la superficie lo más profundo de mi interioridad. No es lo mismo la experiencia
de dolor para un creyente que para una persona sin ninguna experiencia
religiosa. El dolor también se convierte en categoría de personalización cuando
se padece una enfermedad incurable; o para aquella persona que por su vejez
espera la hora de su muerte; estas situaciones hacen que el hombre asuma una
actitud positiva y, por tanto, acreciente su personalidad; desde este punto de
vista, el dolor se convierte en fiel pedagogo que revela y afianza el contenido
de la personalidad.
4.2 El
dolor manifiesta la unidad de la persona
Si el dolor revela nuestra
realidad es porque nos hace tomar conciencia de nuestra unidad. El dolor es un
atentado al estado de unidad actual. Para tomar conciencia real y segura de que
un miembro del cuerpo nos pertenece y que continúa perteneciéndonos, no hay
mejor medio que el dolor. Hacer que a uno le duela su ser entero es llegar a la
conciencia agónica de su unidad total. El dolor revela la autenticidad y es
camino para superar la inautenticidad. «La esencia ontológica del dolor no
consiste primaria, ni esencialmente en que suponga un mal, sino en que nos
revele de manera segura nuestra realidad y su grado»69. Nuestro ser se comprende desde el sufrimiento,
pero es necesario que el hombre asuma el dolor no por obligación, o como
condición para vivir, ni tampoco hay que soportarlo estoicamente, o para
sentirse o ser un mártir, sino que lo asuma como búsqueda de realidad
entitataria y unitaria, en donde «la vida se dé y se mantenga a sí misma en
vida»70.
El sufrimiento es un bien
o, mejor, es el bien por excelencia, entendiéndolo como medio y no como fin; el
hombre por medio del sufrimiento encuentra el sentido de su vida. Propiamente
aquí se responde a lo que aparentemente es una contradicción, el sufrimiento es
una categoría de perfección, dado que la bondad está en la medida en que me
empuja hacia la toma de conciencia personal y conciencia universal.
4.3
Conciencia y dolor
Sobre el dolor ha escrito
Unamuno páginas conmovedoras y llenas de significado ontológico. El dolor es la
sustancia de la vida y la raíz de la personalidad. Solo en el dolor «existimos
y existen aquellos que amamos, nos dice que existe el mundo en que vivimos, y
dolor nos dice que existe y que sufre Dios»71.
«Y si doloroso es tener que
dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo,
y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez
todo lo demás, sin poder serlo todo»72. Este es uno de los textos que revela con mayor
fuerza el dolor, como condición de individualidad, donde el «continente»
expresa el dolor, porque es límite y determinación de mi realidad finita; estoy
condenado a ser en el espacio y en el tiempo, me hago persona en la medida que
hago a todos los otros y al mismo mundo «míos», conciencia.
Al no darnos cuenta de la
existencia en nuestro cuerpo de determinados órganos (como el estómago, el
corazón, las muelas, hasta que el dolor físico nos lo descubre), de igual forma
se desconoce la existencia de lo íntimo hasta que el dolor nos permite
captarlo. El dolor lo personaliza todo y nos hace sentir que existimos a través
de hacernos conscientes de nuestro dolor.
El dolor, que despierta la
conciencia, consiste esencialmente en la sensación del propio límite; nos
captamos, como distintos de los demás seres; limitados y finitos; nos damos
cuenta de lo que somos y al mismo tiempo de lo que no seremos. «Me siento yo
mismo al sentirme que no soy los demás, saber y sentir hasta dónde soy, es
saber dónde acabo de ser, desde dónde no soy»73. Esta constatación del límite hace brotar el deseo
de asimilar todo lo demás, querer ser todo lo demás, querer serlo todo, sin
dejar de ser lo que uno es.
El dolor es ciertamente la
sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, de tal forma que «solo
sufriendo se es persona»74. La existencia humana camina sobre el filo de dos
polos antitéticos: el hombre se ve continuamente obligado a escoger entre la
conciencia o la inconsciencia, entre el dolor y el goce; y será tanto más
hombre, es decir, tanto más divino, cuanto más se pueda inclinar al sufrimiento
y respectivamente aceptarlo.
4.4
Conciencia y congoja
La plenitud de la
conciencia, según Unamuno, se logra solo cuando a uno le duele el ser entero,
solo así se es capaz de sentir la congoja, que es el sentimiento más hondo, más
íntimo y espiritual. La congoja hace que los hombres vuelvan sobre sí y que se
den cuenta de que hacen lo que están haciendo y que piensan lo que están
pensando. El no acongojado: «piensa que piensa y sus pensamientos son como si
no fuesen suyos. Ni tampoco es él mismo»75.
La situación de congoja
hace que se experimente la conciencia como en estado agónico, la cual se
caracteriza por no saber lo que es y lo que no es; lucha permanente entre el
todo y la nada; el todo aspira sin poder nunca conseguirlo, y la nada, sin
poder borrar su vacío de su horizonte; la conciencia agónica es, por tanto, la
hora de la verdad y la clave más importante de la existencia, en que se
comprueba en realidad qué tanto hay de continente: «individualidad» y qué grado
de contenido: «personalidad».
4.5
Conciencia del Dios que sufre
Como ser finito, el hombre
se lanza hacia Dios que «es», siendo el único ser donde puede encontrar su
todo; todo el sentimiento trágico de la vida es un sentimiento de hambre de
Dios, de carencia de Dios, a tal punto que «creer en Dios es ante todo y sobre
todo, he de repetirlo, sentir hambre de Dios, hambre de divinidad, sentir su
ausencia y vacío, querer que Dios exista. Y es querer salvar la finalidad
humana del universo»76. Unamuno siente hambre dolorosa de Dios, pero la
sed y el hambre de Dios no significan querer llegar a Él para perderse en Él,
lo que quiere en definitiva es ser Él, quiere atrapar el infinito en el finito
y no que el finito se pierda en el infinito77.
La realidad de la
individualidad y personalidad en relación con Dios, también se le presenta como
contradicción: teme ser absorbido por Dios, pero siente la necesidad de
dirigirse a Dios para serlo todo, por ello habla del peligro de la experiencia
de los místicos, como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz que se
perdieron en el Todo. «La mística que es experiencia íntima del Dios vivo en
Cristo, experiencia intransmisible, y cuyo peligro es, por otra parte, absorber
en Dios la propia personalidad, lo cual no salva nuestro anhelo vital»78.
El deseo de ser y de serlo
todo, de ser Dios en última instancia, y de no perder la propia identidad; de
«seguir siendo el que soy», se convierte en la fuerza que lleva a buscarlo en
lo más íntimo de nosotros y, por supuesto, encontrarlo a Él, quien sufre y
padece nuestra limitación. Al sentir a Dios se hace que Dios viva en nosotros y
se personalice Todo para salvarnos de la nada.
La existencia de Dios me
lleva, a su vez, a entender que no existe Dios, «más bien sobre-existe y está
sustentando nuestra existencia, existiéndonos»79. Dios está en nuestro corazón cuando lo sentimos
como Conciencia y no ya solo como Razón impersonal y objetiva del universo.
Dios sigue sufriendo con nosotros y haciéndonos sentir que Él sufre en nosotros
y que nuestro sufrimiento es en cierta forma su sufrimiento80.
Unamuno, al hacer la opción
por el hombre de carne y hueso, hace a la vez la opción por Dios como persona
encarnada en cada uno de nosotros, sin mengua alguna de nuestra individualidad.
Al respecto afirma:
Ese en que crees, lector,
ese es tu Dios, el que ha vivido contigo, y nació contigo y fue niño cuando
eras tú niño, fue haciéndose hombre según tú te hacías hombre, y que se te
disipa cuando te disipas, y que es tu principio de continuidad en la vida
espiritual, porque es el principio de solidaridad entre los hombres todos y en
cada hombre, y de los hombres con el Universo y que es como tú, persona. Y si
crees en Dios, Dios cree en ti, y creyendo en ti te crea de continuo. Porque tú
no eres en el fondo sino la idea que de ti tiene Dios; pero una idea viva, como
de Dios vivo y consciente de sí, como de Dios Conciencia, y fuera de lo que
eres en la sociedad no eres nada81.
Pie de
página
1El problema de Unamuno no es del ser, sino el de
ser. Su preocupación es antropológica, no metafisica. Todos los demás
problemas: bienestar social, fraternidad y progreso, cobran sentido si se
sitúan a la luz de la inmortalidad. Resuelta la parodoja de la muerte, todo
cobra sentido, no resuelta esta, lo demás aparece vacío.
2Miguel de Unamuno, sentimiento trágico de la
vida en los hombres y en los pueblos (Madrid: Alianza, 1995), 48.
6Es fundamental comprender el principio de unidad y
continuidad para entender el sentido de individualidad y personalidad, aunque
se oponen se necesitan. «La unidad y la continuidad son los dos resortes que
sostienen y fundan la existencia de cada ser; por esto, todo lo que en mí
conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme
y, por tanto, a destruirse». Ibíd., 28.
8ibíd., 139. Unamuno, en diferentes citas, amplía la visión de relación con
Dios y con los hombres: «El Dios vivo, tu Dios, nuestro Dios, está en mí, está
en ti y está en nosotros por el hambre que de él tenemos, por el anhelo
haciéndose apetecer». Ibíd., 171. «Para dominar al prójimo hay que
conocerlo y quererlo. Tratando de imponer mis ideas, es como recibo las suyas.
Amar es querer que sea como yo, que sea otro yo, es decir, es querer borrar la
divisoria entre él y yo, suprimir el mal. Mi esfuerzo por imponerme a otro, por
ser y vivir yo en él y de él, por hacerlo mío». Ibíd., 254.
9Para Unamuno, la metafísica solo tiene valor en
cuanto trata de exponer cómo puede o no explicarse la inmortalidad. Según esto
habrá siempre dos metafísicas: una racional y otra vital, las dos en conflicto
perenne, la una parte de la noción de causa y la otra de sustancia. Cf. Ibíd.,
210.
10Julián Marías es partidario que Unamuno da por
supuesto que se sabe ya lo que es el individuo y lo que es la persona, y solo
alusivamente los distingue. "Lo individual es lo diferenciado, lo separado
dentro de un todo, la especie, lo limitado externamente. En cambio, el atributo
que insistentemente aplica a la personalidad es el de riqueza, y a veces el de
propiedad". miguel de Unamuno (Madrid: Espasa Calpe, 1997), 218.
12«Y si el individuo se mantiene por el instinto de
conservación, la sociedad debe su ser y su mantenimiento al instinto de
perpetuación de aquel». Ibíd., 41.
13José González, Dos actitudes ante la vida:
nietzsche y Unamuno (Roma: Pontificia Universidad Gregoriana, 1960), 131.
14El ser individual es la realidad primaria: «Nada
hay más universal que lo individual, pues, lo que es de cada uno lo es de
todos. Cada hombre vale más que la humanidad entera, ni sirve sacrificar cada
uno a todos, sino en cuanto todos se sacrifiquen a cada uno». Miguel de Unamuno,
op. cit., 59.
15Juan David García Bacca, en su estudio sobre
Unamuno, hace notar cómo la presencia de la nada o sentirse un ser para la
muerte y el pensarse no existiendo, al constatar que es posible la nada o el
todo, se le revela profundamente el sentido y el contenido de la
individualidad. nueve grandes filósofos contemporáneos: Bergson, Husserl,
Unamuno, Heidegger, scheler, Hartman, W. James, Ortega y Gasset (Barcelona:
Anthropos, 1990), 97-175.
16Frente a nuestra existencia individual se levanta
la plenitud y la nada que, desde horizontes opuestos, iluminan el ser en su
conciencia de existente. Uno y otro extremo actúan conjuntamente como soporte
ontológico de la existencia. El ser siente su propio límite, el no ser. Sin
embargo, es difícil precisar qué entiende Unamuno por nada. Por un lado, la ve
como presencia aterradora, suprema angustia: desde el lado positivo, a través
de la nada nace el conato del ser y de serlo todo. «Hay que perderse en esa
nada que nos aterra para llegar a la vida eterna y serlo todo. Solo haciéndonos
nada llegamos hacerlo todo». Miguel de Unamuno, op. cit., 139.
18«Lo que determina la individualidad de un individuo
es siempre aquello irrepetible, rigurosamente suyo y, por lo tanto,
insubsumible bajo ninguna forma genérica, lo estrictamente incomunicable, su
materia: Esta carne, estos huesos y esta alma». Tomás de Aquino, suma
teológica, trad. F. Lachat (México: Espasa-Calpe, 1996), Art. 4.
21Unamuno, con un ejemplo claro, muestra cómo el
espíritu queda individuado y matizado por el cuerpo mismo. «Solo puede verse
uno la cara retratada en un espejo, pero del espejo en que se ve queda preso
para verse, y se ve en él tal y como el espejo le deforma, y si el espejo se le
rompe, rómpesele su imagen, y si se le empaña, empáñasele su imagen», ibíd.,
200.
23ibíd., 264. En relación con el tiempo y el espacio escribe don Miguel: «¿Qué
es de mí, este pobre yo frágil, de este yo esclavo del tiempo y del espacio, de
este yo que la razón me dice ser un mero accidente pasajero, pero por salvar al
cual vivo y sufro y espero y creo en mi yo?». Ibid., 234.
26Con respecto a la concepción del tiempo y del
especio, los considera como enemigos y asfixiadores de la libertad interior,
además los proclama, los tres más crueles tiranos del espíritu. Cf. Ibíd.
74.
29Unamuno hace referencia al instinto de conservación
como fuerza centrípeta y clausura de la individualidad, dice: «Es el instinto
de conservación el que nos hace la realidad y la verdad del mundo perceptible,
pues del campo insondable e ilimitado de lo posible es ese instinto el que nos
saca y separa lo para nosotros existente. Existe, en efecto para nosotros todo
lo que, de una u otra manera, necesitamos conocer para existir nosotros; la
existencia objetiva es, en nuestro conocer, una dependencia de nuestra
existencia». Ibid., 41.
31Al respecto, escribe Unamuno: «El individuo, movido
por el instinto de conservación tenderá a la destrucción, a la nada, si no fuese
por la sociedad que dándole el instinto de perpetuación creador del mundo
espiritual, le lleva y le empuja al todo del mundo. Un individuo suelto, puede
soportar la vida y vivirla buena, y hasta heroica, sin creer en manera alguna
inmortalizarse», ibíd., 201.
33¿Qué es, pues, para Unamuno esta conciencia
individual que muestra la limitación?: «Una simple sensibilidad refleja
consciente del soma, un simple acto vital de autopercepción, dependiente de la
organización del cuerpo, ¿y cómo puede subsistir? ¿Y, cuando acabe esa
organización del cuerpo que se llama vida, qué es lo queda del hombre? La
respuesta de Unamuno sería "para el universo nada, para mí todo. Un todo
vivo dentro de la conciencia, de mi conciencia, incluso la conciencia de mí
mismo"». José Homero Martínez González, El drama del hombre en el
teatro de D. miguel de Unamuno: Estudio crítico de su antropología para el
teatro (Roma: Pontificia Universita San Tommaso D'Aquino in Urbe, 1977),
32.
35En relación con la persona que se hace
constantemente en libertad, J. María Sánchez Ruiz, habla de la tragedia de la
libertad en Unamuno. «Si el ser es hacerse y este hacerse es totalmente libre
desvinculado de todo, aparece claro que cada uno es lo que quiere ser. En cada
momento el hombre es dueño y señor de su propio ser; existir es decidirse,
elegirse; se podría decir que la existencia precede a la esencia, yo elijo mi
ser, formo mi esencia; soy en un determinado momento lo que yo escojo. Esto
genera dos trágicas consecuencias. Por una parte si yo soy el que me hago y
elijo, una vez que he elegido este proyecto, soy este proyecto, pero por otra
parte no puede detenerme, me anularía, debo comenzar de nuevo. (…) Vivir es ir
muriendo e ir renaciendo. El que soy yo hoy, mi yo de hoy enterrará al yo de
ayer, como mi yo de mañana enterrará al de hoy. El alma es un cementerio en que
yacen todos nuestros yos que finaron, todos los que fuimos». La estructura
trágica y problemática del ser según miguel de Unamuno (Roma: Salesianum,
1960), 594.
38Según Julián Marías el segundo yo de Ortega no
agota al ente humano. En Unamuno interesa el primer yo, el que incluye la
circunstancia, el que no es puro sujeto del vivir. La circunstancia de hecho
está definida por estar en torno a un yo, él es quien le da carácter unitario y
circunstancial, pero no se puede definir el yo por la circunstancia como punto
central. El yo es inseparable de la circunstancia y no tiene sentido separarse
de ella, la circunstancia solo se constituye en torno a un yo, que es alguien,
persona. El yo no es mero soporte o sustrato de la circunstancia, no es solo el
que vive con ella, sino quien hace la vida con la circunstancia, dando a ese
quien su riguroso sentido personal. Cf. Julián Marías, op. cit., 70.
39Antonio Sanchez Barbudo, «El misterio de la
personalidad en Miguel de Unamuno», revista de la universidad de Buenos
aires 15 (1950): 201.
41Unamuno, por medio de sus textos, deja claro que lo
más importante «es lo que se quiere ser». Por ello, comentando un texto del
humorista O. Wendel Holme, que habla de los tres «juanes» y de los tres
«tomases», el que uno es, el que se cree ser, y que le creen los otros, Unamuno
completa y añade un cuarto, el que quisiera ser y este es el más importante, el
verdadero. Cf. Ibíd. 973.
45Cf. Rogelio García Mateo, quien con relación a la
concepción del tiempo en Unamuno, manifiesta que entre eternidad y tiempo
existe una relación indisoluble, no constituyen dos dimensiones opuestas, como
podrían serlo el tiempo y lo intemporal, sino que se encuentran íntimamente
unidas, de modo a como están relacionadas la materia y la forma. Cada instante,
cada fracción del tiempo es una manifestación de la eternidad. Cada momento, a
su vez, va incorporándose a la eternidad y queda allí conservado, es como una
eternización de la momentaneidad. Y, sin embargo, la eternidad no es una suma
de instantes, ni una duración infinitamente extensa, sino cabalmente el ahora,
sin pasado y sin futuro. El instante es el punto en el cual queda mediada la
oposición entre lo temporal y lo eterno. Cf. «Las contradicciones de Unamuno:
Base de su pensamiento», Pensamiento. revista de investigación e información
filosófica 169, Vol. 43 (1987).
51Al respecto, escribe Unamuno: «El amor personaliza
cuanto ama. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo, y tan fuerte y
desbordante que lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el
total Todo también tiene una conciencia, conciencia que a su vez sufre,
compadece y ama, es decir, es conciencia. Ahora, entonces, es menester que lo
sientas todo dentro de ti mismo, que lo personalices todo», ibíd., 140.
52Con respecto a esta visión del «otro» como
usurpador de mi yo, Nelson Orriger, hace un paralelo de los aspectos edípicos
de la idea del otro en Unamuno y presenta cómo nuestro autor, cuando hace la
reflexión del otro, solo está trayendo a su filosofía la tragedia de Edipo Rey.
Cf. «Aspectos edípicos de la idea del otro en Unamuno», revista de Filosofía
19 (1998): 37-53.
62En Unamuno encontramos una conciencia dual que se
divide forzosamente en un yo-sujeto y en yo-objeto como polos imprescindibles
de referencia. Si la primera conciencia es sensitiva, tendiendo a la
conservación del hombre, la segunda es personal, tendencia a la perpetuación.
Cf. José Homero Martínez, op. cit., 29-39.
63«¿Y cómo se sabe que el Universo, o un hombre tiene
conciencia y que también la tienen, aunque más o menos oscura, un animal o una
piedra? Por el modo como se conducen conmigo; el hombre se conduce, a modo de
hombre, como yo; el animal respira vive y pide compasión; la piedra sufre mi
conducta; el Universo me envuelve y así concluyo que todo tiene conciencia».
Miguel de Unamuno, op. cit., 146.
65A la salud, contrapone Unamuno el dolor, como
categoría que motiva la racionalidad. «Si eso de la salud no fuera una
categoría abstracta, algo que en rigor no se da, podríamos decir que un hombre
perfectamente sano no sería un hombre sino un animal irracional. Irracional por
falta de enfermedad alguna que encendiera su razón». Ibíd., 38.
67En relación con el dolor como categoría ontológica,
Juan David García Bacca nos dice: «El dolor como condición de posibilidad real
de tener real conciencia de sí. Ahora bien: si a lo que un ente interesa sobre
todo y ante todo es sentirse real y bien real, y sentir hasta qué grado y
profundidad lo es, si es real necesariamente, si es real contingentemente y si
el dolor parece ser lo que nos da esa realidad de sensación en superlativo, de
realidad en trance de hacerse valer contra el no ser, el dolor ascenderá a
categoría ontológica, y en especial la categoría de realidad a criterio supremo
de existencia y su grado», op. cit., 104.
71Unamuno dedica todo un capítulo al dolor en Del
sentimiento Trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, y de una
manera genial lo titula amor, dolor, compasión y personalidad, para
dejar entrever la relación que existe entre estos términos como fundamentos de
la conciencia entitativa. Cf. Miguel de Unamuno, op. cit., 134-154.
77«Y desear unirnos con Dios no es perdernos y
anegarnos en Él; que perderse y anegarse en Él es siempre ir y deshacerse en el
sueño sin ensueños del nirvana; es poseerlo, más bien que ser poseído por Él». Ibíd.,
205. Parece que cuando Unamuno aborda el tema del infinito en el finito se
relaciona con la mística cristiana de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la
Cruz, cuando trazan el camino de la nada para llegar al todo Cf. Op. cit.,
35-41.
80Cf. Jürgen Moltman, en el capítulo que dedica a
Unamuno, considera la visión del Dios sufriente como una aportación importante
para interpretar el problema del dolor y del mal en el mundo desde presupuestos
cristológicos. Trinidad y reino de Dios (Salamanca: Sígueme, 1983).
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Fonte: http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-14682013000200003&lng=es&nrm=iso&tlng=es. Título original: Individualidad y personalidad en la filosofía de Miguel de Unamuno