Por Leont Etiel
Un tranquilo viento de otoño hacía ondular el final de
la tarde de un jueves en Montevideo. En la Avenida 18 de Julio, las personas
caminaban en busca de algún producto en las tiendas o intentando encontrar algo
que no está en ningún lugar, sino dentro de nosotros mismos.
Caminar por la calle sin tener en cuenta un itinerario
específico es la forma de llevar a cabo la deriva surrealista. Pero es también
un modo de tener la compañía del pensamiento acerca del acto que marca la llegada
del silencio que todo calla y sobre la inmaterialidad después de él. Cuando un último
poema es arrancado, un poema profundo, pues él es mudo. Los pasos que se dan en la
calle pueden entonces ser de los pies y también del razonamiento sobre el devenir de la
vida.
El viento de otoño suena suave, al mismo tiempo que
hace balancear árboles y lleva consigo hojas que se despiden para anunciar la
continuidad de la existencia renovada de donde ellas se desprendieron. En el
rostro de las personas, además de impulsar el pensamiento sobre el silencio
último y la posterior inmaterialidad, él desliza enigmático. Parece llamar la
atención sobre la necesidad de decir las palabras con introspección, como
reflejo de las esencias que se conservan distantes de los trucos de los juegos
ordinarios. Palabras dichas o escritas, que son vida siendo nostalgia. Palabras
dichas y escritas que rechazan los paraísos artificiales. Que tienen en el
papel la luna para una carta que los ojos que sólo ven la apariencia no descifran.
Carta de un exilio permanente, de una memoria que rehace la realidad en cada
momento que recuerda las sendas de caminos recorridos por montañas lejanas.
Era un final de tarde de jueves en la Avenida 18 de Julio en Montevideo. El viento de otoño seguía su curso. En las tiendas hay productos. Dentro
de las personas hay respuestas, pero ellas buscan encontrarlas externamente. Caminar
en la calle acompañado del pensamiento del silencio es una senda para
descubrimientos inaccesibles a la mediación directa.