Por Ivonaldo Leite
La ideología remite a muchas personas la imagen de una cárcel donde ninguna ventana se comunica con el exterior, sin ningún agujero ofreciendo un punto de fuga. Estructura
el modo de pensar y de percibir la realidad.
Como dice Zizek, la ideología tiene un punto de cinismo, pues implica un
mínimo de conocimiento por parte de quien ella involucra. O sea, a pesar de existir
una ignorancia de los verdaderos resortes, de la dirección de la maquinaria, en
el fondo, algo se sabe acerca de cómo funciona todo. Pero, la ideología tiene que pasar desapercibida, debe
sustraerse a todo reconocimiento; si no lo hace, acaba su sortilegio.
Se puede decir, sin embargo, que el funcionamiento de su maquinaria conta
con la complicidad de la “comunidad” y con los “favores” del sujeto. Éste entra
en lance sin tapujos, y sabiendo que la
realidad social se diferencia de la orden de las ideas, habiendo una brecha
entre ambas, pero, incluso y así, mantiene su ignorancia como base de su
existencia social. Teniendo ello en cuenta, es pertinente el enfoque zizekeano
que relaciona ideología con la perspectiva psicoanalítica de Lacan. Es decir,
señala que, en cierta manera, dicha característica de lo ideológico entronca
con la naturaleza del síntoma, a saber: configuración ritual cuya forma y
consistencia implica un desconocimiento. Dicho en otras palabras, el sujeto
goza (en sentido psicoanalítico-lacanianao) de su síntoma en tanto que implica
necesariamente un no querer saber.
Por ello, puede afirmarse sin ambages que toda ideología es, en última
instancia, sintomática.
Si el individuo llega a
tener percepción de la línea divisoria que hay entre su mundo concreto y el
mundo de la ideología, y no quita la máscara ideológica que envuelve su
cotidiano, es porque la elaboración ideológica hace entrar en juego la fantasía
como forma de nutrir el imaginario que organiza la percepción del sujeto. Ésta se
manifiesta de manera muy efectiva en el caso de la relación mercantil. Por
ejemplo, sabemos que detrás de las relaciones mercantiles hay relaciones
intersubjetivas. O sea, en cualquier transacción hay vínculos entre sujetos que
buscan un dividendo. Ahora bien, en la practica se actúa como si el dinero
y la mercancía tuviesen una existencia independiente o bien fuesen la
encarnación absoluta de esas relaciones intersubjetivas. De esta forma, los
sujetos aparecen como fetichistas de la mercancía, pero el análisis objetivo
revela que el dinero y la mercancía no tienen una realidad independiente. Paradójicamente,
se toma conocimiento de ello, y, aún así, se actúa como si no lo supiera. Esto
da lugar a la fantasía ideológica, o
sea, la doble ilusión de pasar por alto la ilusión que define y vertebra nuestra
realidad con el mundo social.
Por lo tanto, la
ideología se sustenta en una fantasía inconsciente que agrega la
experiencia del sujeto y lo moviliza consonante sus intereses. Las personas se
mueven por ella y creen a
pies juntillas en ella. Creencia, debemos
leerla en términos de enlaces subjetivos, pero también más allá de lo
estrictamente fenomenológico, pues implica siempre una materialización. Sin
embargo, la creencia mantiene la estructura ideológica que
regula la realidad social. No obstante, ello no significa el predominio de una
perspectiva conductista (inepta), pues la intervención de la actuación externa,
que también regula la creencia, es siempre el soporte material del
inconsciente. Como resultado de ello, existe una interconexión entre
inconsciente y acción del sujeto.
En resumen, podemos decir que el aspecto central
de la ideología es la construcción de una fantasía que aparenta ser el sustentáculo
básico de nuestro mundo social, cuando, al fin y al cabo, es una ilusión que busca
producir el universo axiológico que regula la nuestra existencia.